jueves, 23 de diciembre de 2010

Warthon

La vejez no existe; sólo existe la pena. Con el paso del tiempo he aprendido que esto, aunque cierto, no es toda la verdad. Otro generador de vejez es el hábito: el mortífero proceso de hacer lo mismo de la misma manera a la misma hora día tras día, primero por negligencia, luego por inclinación, y al final por inercia o cobardía. Afortunadamente, la vida inconsecuente no es la única alternativa, pues tan ruinoso como la rutina es el capricho. El hábito es necesario; es el hábito de tener hábitos, de convertir una vereda en camino trillado, lo que una debe combatir incesantemente si quiere continuar viva. Pese a la enfermedad, a despecho incluso del enemigo principal que es la pena, una puede continuar viva mucho más allá de la fecha usual de desintegración si no le teme al cambio, si su curiosidad intelectual es insaciable, si se interesa por las grandes cosas y es feliz con las pequeñas. Mientras ordenaba y escribía mis recuerdos, he aprendido que estas ventajas no dependen generalmente de los méritos propios y que es probable que yo deba mi vejez dichosa al antepasado que accidentalmente me dotó de tales cualidades. Otra ventaja (igualmente accidental) es que yo no recuerdo por mucho tiempo mis enojos. Raramente olvido una ofensa a mi espíritu, ¿quién la olvida? Pero la vida la recubre con un rápido bálsamo, y queda registrada en un libro que raras veces abro.
(Autobiografía - Edith Warthon)

miércoles, 22 de diciembre de 2010

Fernández Retamar - Felices los

Felices los normales, esos seres extraños

Nosotros, los sobrevivientes

Qué son las islas

Ella está echada en la penumbra


(Versos sueltos de Roberto Fernández Retamar)

martes, 21 de diciembre de 2010

Graciela Martin - TALLER 2010

“Mira, mira hacia las islas
¿Viste alguna vez la melodía de los brillos?
¿La viste ondular, todavía de gasa,
desde tus pies al cielo, sobre el río?" (Juan L. Ortiz, “de las raíces y del cielo”)


HAIKUS (Yo con mi bruma) *

Estrella fugaz
en el cielo infinito
¿adónde caerás?


Horizonte gris,
pescadores y redes…
Espacio sin fin.


Telón oscuro
salpicado de puntos
de brillo puro.


Mansa la luna,
quieta la noche clara.
Yo con mi bruma.


La lejanía
y su luz blanquecina
tan solo mía.

Silencio enorme:
río, canoas, luna,
grillos y noche.

Vieja laguna,
en tu óvalo de espejo
se ve la luna.

* Graciela Martin, Taller de Lectura y Escritura, Rosario, 2010

jueves, 16 de diciembre de 2010

Poema de Cirlot

De Juan Eduardo Cirlot - Fragmento

Tan ciego todo bosque
las tan desnudas aguas
de nubes sólo la

Y pensando en la frente
dentro de la celeste
palabra agonizante
por los ojos las alas
arder y sola si
tú majestad de un mundo

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Adriana Barchesi - TALLER 2010

Cotidiano *


Con la taza de café, indispensable,
veo el polvo en los estantes
desorden de papeles
el desgano de la mañana,
del disco llegan a mí
los sonidos de un viejo blues,
The thrill is gone,
ya no importa
el orden en las cosas,
los sonidos se afinan,
enciendo la tele,
Camino a Memphis,
la pantalla me devuelve a BB King
“quiero que todo
el mundo oiga mi música”,
guitarra escandalosa, pianos,
voz desgarrada que abre
y rompe
la indolencia de un
nuevo día

* Adriana Barchesi, Taller de Lectura y Escritura, Rosario, 2010

Walter Koza - TALLER 2010

Secretos del mundo animal *

Comienza el número del domador y el tigre.
El domador exhibe, soberbio, un látigo que amenaza la piel magnífica del animal. El látigo va y viene, como una víbora ponzoñosa, ante los ojos asustados del tigre, que espera, de un momento a otro, la orden de pararse sobre dos patas, caminar hacia atrás o hacer alguna pantomima que haga las delicias del público.
Pero el felino no le tiene miedo al domador. Sabe que de un solo zarpazo le arrancaría el latiguito ese y se lo metería en el culo. Sin embargo, no lo hace. Prefiere entregarse de lleno a la autoridad del hombre, prefiere la sumisión, prefiere simular miedo.
Esto sucede porque las perversiones no son exclusivas de los seres humanos, y también hay animales sadomasoquistas.

* Walter Koza, Taller de Lectura y Escritura, Rosario, 2010

lunes, 13 de diciembre de 2010

Fabiana Paloma - TALLER 2010

Anteojos de sol *

Siendo yo jovencísima –cuando la Vida se me entregaba por entero y yo a ella en la misma medida–, no usaba lentes de sol. Era para mí un sacrilegio opacar los colores del mundo y negarme su refulgencia. Por entonces mis ojos eran límpidos.
Avanzado un buen trecho de juventud –cuando la Vida y yo comenzamos a esquivarnos y hasta a negarnos a veces–, el espejo me mostró una arruga que marcaba mi frente como un tajo. Alguien me advirtió sobre ese gesto mío, recurrente, de fruncir el entrecejo ante la claridad del día.
Compré unos anteojos de sol.
Me acostumbré a usarlos en los días soleados.
Al tiempo se me hizo costumbre llevarlos incluso en días nublados.
Hoy los usaría todo el tiempo. Es tan cómodo observar a los otros a través de las lentes oscuras. Ellos quedan expuestos a mi mirada encubierta. Los anteojos de sol me preservan. La arruga en mi frente ahora es menos profunda. Y bueno – y sí, tal vez­–, mis ojos son menos límpidos.

* Fabiana Paloma, Taller de Lectura y Escritura, Rosario, 2010

domingo, 12 de diciembre de 2010

Graciela Gandini - TALLER 2010

Desierto *

Vasta geografía ajena,
testigo de los tiempos,
éxtasis de la soledad


En tu nostalgia líquida
mudan, vibrantes, las olas


Sinfonía del silencio,
temores antiguos,
eternidad


En tu derroche de sol
predica el dios de los tiempos


Perfil del infierno,
cuna del Creador,
cielo al revés

En tu aliento el viento escupe
el lamento de los insepultos


Deambular del peregrino,
regocijo de infiernos,
apología de infinito

En tu vientre de mujer estéril
quiero enterrar este corazón solo

* Graciela Gandini, Taller de Lectura y Escritura, Rosario, 2010

María Teresa Perotti - TALLER 2010

Visita *

Una mano pequeña semicerrada
de palma cóncava,
de dedos largos, terminados en uñas afiladas,
sobre el dedo anular,
dibujada una piedra.

Acerada y alta, muy alta, a los ojos de la niña, en el ángulo derecho de la puerta, está la mano.
¿Cuál será el rostro de esa mano? Ah, sí, seguro que es el rostro de Rita, la hermana de la abuela, que murió cuando llegó a la Argentina. Allí en el cuadro, ella tenía las manos, de dedos largos y uñas finas, entrelazadas sobre su pecho, y la mirada hacia arriba, sonriendo desde unos ojos sombreados por ondeadas pestañas.

La madre alza su brazo y toca la mano fría, suenan dos golpes secos que se expanden a lo largo del zaguán. La niña contiene el aliento y espera que surja tras el umbral, radiante, el dulce rostro del retrato de Rita, aquella hermana de la abuela.

* María Teresa Perotti, Taller de Lectura y Escritura, Rosario, 2010

sábado, 11 de diciembre de 2010

Silvia Iammarino - TALLER 2010

Hamaca *

Piso descalzo, zapato de tierra. El escenario montado en el patio mayor; en el extremo norte, el paraíso, erguido y fértil. De sus brazos más fuertes penden dos gruesas cadenas y un viejo tablón. Austera puesta en escena y vital en la vida del niño, como una infancia sin adornos.
El rey de pies descalzos en zapatos de tierra corre al amanecer a posarse en el trono del extremo norte del patio mayor. Un suave movimiento ondulatorio de su cuerpo despierta a la calandria en el nido. Se estremece el paraíso y llueven hojas secas. Los pies se retraen hacia atrás y el torso se curva hacia adelante. Y viceversa. Ya no hay quien pare el vaivén, pies atrás, torso adelante conspirando contra el viento, torso recostado hacia atrás, pies volando hacia adelante. Piso de tierra, de cielo azul y de paraíso en su esplendor. El piso se eleva hasta hacerse infinito. El rey casi puede volar. Planea y despega. Y vuelve a empezar, siempre es así.
Pero el círculo, a veces, se hace espiral. En el clímax de la ascensión a los cielos los pies rozan el nido, la calandria se tambalea y caen al piso de tierra dos pichones que no saben volar como el rey. El rey se destrona de un salto sobre la montaña de arena. Corre pies descalzos zapatos de tierra a revivir a los recién nacidos, que a esa altura, comienzan a desplegar sus alas. Planean y despegan, como el rey. No hay aplausos, sólo la mirada del niño.

* Silvia Iammarino - Taller de Lectura y Escritura, Rosario, 2010

viernes, 10 de diciembre de 2010

Francisco Sanguineti - TALLER 2010

Meniscos *

Papá tiene el pelo más blanco que nunca, y en las conversaciones grupales suele ausentarse por varios minutos. Tiene un menisco roto y sube las escaleras del lado de la baranda haciendo fuerza con el brazo.

Van a hacer diez años que murió mamá y papá intentó lo que en su momento le sugirieron todos: que rehaga su vida. Entonces papá se puso de novio con una mujer que cambió los cuadros de lugar en la casa y puso algunas plantas que dan flores. Pero las cosas empezaron a ir mal y se separaron.

El viernes pasado, mientras comíamos con María, papá estaba callado. Al lado nuestro pasó una mujer con el paso firme como hundiendo el piso. Papá, que estaba de espaldas, dijo: “Esa mujer camina como caminaba mamá, golpeando el suelo”. Me di cuenta de que cuando está callado está del lado de la baranda y haciendo fuerza con el brazo. Son bravas las escaleras con los meniscos rotos.

* Francisco Sanguineti - Taller de Lectura y Escritura 2010, Rosario

domingo, 5 de diciembre de 2010

Gamoneda, Libro del frío

Tu cabello en sus manos; arde en las manos del vigilante
de la nieve.

Son las cebadas, la siesta de las serpientes y tu cabello en el
pasado.

Abre tus ojos para que yo vea las cebadas blancas: tu cabeza
en las manos del vigilante de la nieve.

Antonio Gamoneda

domingo, 28 de noviembre de 2010

venezolana

Entrego mi cuerpo en usufructo
a cambio de un te quiero de mentiras
deslindo en coqueteo la llegada del oportuno
guardo el silencio proporcionado a mi ignorancia
soy la bruja no sé si del norte
leo el oráculo en cada mirada que me cerca
soy el pasquín que todos señalan
estoy expuesta al escarnio público
me he vuelto sospechosa
he perdido la reputación unas cuantas veces
soy insensible al no procurar la bendición de mis padres
soy prepotente, caprichosa
aunque dicen que soy ingenua y noble
tengo aires de grandeza y sangre azul
nací en el Castillo Plaza
no tengo profesión y me las sé todas
fumo más de la cuenta
me gusta el café con cardamomo
y la tequila con sal
los galanes revolotean en piropos
echo un vistazo y no está él
apuesto a ganadora a sabiendas de la derrota
el hombre que amo me dio un ultimátum
recito poemas con euforia
reviento en llanto
canto el despecho
mírome de reojo en la vidriera
la facha que me creo
a veces ando de mal en peor y viceversa
me niego a la vejez que grita el espejo
sé decir te amo en francés, inglés, árabe, chino, alemán,
griego, italiano, wayuunaiki,
en castellano se me deshizo en los labios de tanto
pronunciarlo
he estado cerca de la muerte
la biopsia en la pierna me delata
no sé retener lo hermoso
y me siento inconclusa.

Maribel Prieto

sábado, 27 de noviembre de 2010

Chagall

venezolano

aquella tarde
se fue comiendo tu mano
por el fondo de la casa

tú eras humo de cigarrillo
un dios sentado en una piedra
a quien sólo se le adivina la voz

los abuelos hablaban de familia
tú alumbrabas por la boca

en un altar
muy pocos alumbran

tal vez en marzo
abran la puerta

y te ilumines
quitándole
un pedazo a la tarde

que no comprende
que los muertos
hablan reposado

Daniel Suárez Hermoso

domingo, 7 de noviembre de 2010

jueves, 28 de octubre de 2010

Cortázar recita Dalton

Cuando sepas que he muerto

Alta hora de la noche - Roque Dalton

Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre
porque se detendrá la muerte y el reposo.

Tu voz, que es la campana de los cinco sentidos,
sería el tenue faro buscado por mi niebla.

Cuando sepas que he muerto di sílabas extrañas.
Pronuncia flor, abeja, lágrima, pan, tormenta.

No dejes que tus labios hallen mis once letras.
Tengo sueño, he amado, he ganado el silencio.

No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto
desde la oscura tierra vendría por tu voz.

No pronuncies mi nombre, no pronuncies mi nombre,
Cuando sepas que he muerto no pronuncies mi nombre.

martes, 12 de octubre de 2010

Dalton - Los dioses secretos

Los dioses secretos
Roque Dalton

Somos los dioses secretos. Borrachos de agua de maíz quemado y ojos
polvorientos, somos sin embargo los dioses secretos. Nadie puede
tocarnos dos veces con la misma mano. Nadie podría descubrir nuestra
huella en dos renacimientos o en dos muertes próximas. Nadie podría
decir cuál es el humo de copal que ha sido nuestro. Por eso somos los
dioses secretos. El tiempo tiene pelos de azafrán, cara de anís, ritmo
de semilla colmada. Y sólo para reírnos lo habitamos. Por eso somos los
dioses secretos. Todopoderosos en la morada de los todopoderosos, dueños de la travesura mortal y de un pedazo de la noche. ¿Quién nos midió que no enmudeciera para siempre? ¿Quién pronunció en pregunta por nosotros sin extraviar la luz de la pupila? Nosotros señalamos el lugar de las tumbas, proponemos el crimen, mantenemos el horizonte en su lugar, desechando sus ímpetus mensuales. Somos los dioses secretos, los de la holganza furiosa. Y sólo los círculos de cal nos detienen. Y la burla.

martes, 5 de octubre de 2010

Inchauspe

Hay algo en mí que busca la más clara combinación.
Hay algo que golpea, necesita treparse,
volcarse en las palabras. La ventana
enmarca una porción de la noche.

Mis ojos están abiertos. Mi cuerpo desecha
todo movimiento. Yo no necesito de la noche
para parecerme a ella,
sino para sentir el oscuro desafío que me enciende.

domingo, 3 de octubre de 2010

vida con gato/s

Schygulla

éramos, tal vez

Éramos, tal vez,
sólo dos desamparados
hablando en la noche
hasta que vimos amanecer a través de las ramas del pino,
tras la ventana.
Su padre, que había sido fotógrafo
y a quien conocí durante la niñez,
se estaba
-me dijo-
quedando ciego.
A lo largo de esa noche interminable
tuve, muchas veces, unas ganas
feroces
de abrazarlo.
Y ahora recuerdo algunas de sus frases
que me siguen dando ganas de llorar
tantas ganas de llorar.
Yo también hablé, un poco, sobre mi padre

domingo, 19 de septiembre de 2010

Comienzo / novela

Beatriz Actis

Diario del viaje hacia la costa. El aire afuera, las partículas de polvo detenidas en la luz y vistas a través de la ventanilla del ómnibus: el paisaje de la costa es un destello. Se agradece la intemperie después de las horas de encierro en la ciudad, de respirar sin certezas; se agradece el agua del río (del río pardo) y esa vegetación de selva en pleno Litoral frente a la quietud de los días pasados, en que todo estaba detenido y no había un rumor de lluvia siquiera. La noche anterior a la partida de Frontera, salí a la calle desafiando el clima. En la costanera, ante el pozo profundo del río que se espía desde la barranca, bajo una luna desdibujada por el humo, pensé en lo temerario de meterse sola, de noche, en esas aguas. Le había escrito desde la ribera del Paraná a Gloria Amparo, mi amiga en la ribera del Pacífico, citando a algún poeta: Créeme, estoy en el centro de mi habitación esperando que llueva. Mi deseo es remontar el río, bordeando la costa o incluso a bordo de un barco pequeño, o ya se sabrá a bordo de qué, pero navegar por ese río. Pienso detenidamente en Gloria Amparo; supongo que, de tanto viajar, las huellas, los rastros nuestros se cruzarán un día. En su última carta, ella decía: “Querida amiga, las cosas por acá están color de hormiga brava, estamos ayudando en los albergues de los damnificados por el huracán”. Había vuelto a El Salvador desde Cali, en donde estaba viviendo hacía un año, para trabajar con las víctimas. Me adelantaba, sin confirmarlo, su viaje a la Argentina, que tantas veces había postergado. Nunca he visto a nadie viajar con tan poco equipaje como Gloria Amparo. Ella es sabia para viajar (y, tal vez, para muchas otras cosas), viaja con poco más que una muda y algunos elementos de higiene, compra en el sitio al que llega, si es necesario, una remera o una bermuda baratas y, cuando se va, las deja en un lugar público para que alguien las encuentre y se las lleve. No viaja nunca con algo más que la bolsa azul hecha por artesanos de Juayua, su pueblo natal.
Pienso con inocencia que remontar el río desde la ciudad de Frontera hasta el pueblo costero de Bleckman podrá darle algún sentido a mi vida, rescatarme de la desazón. Gloria Amparo, en cambio, en los últimos años baja por la costa del Pacífico (de San Salvador a Panamá, y de Panamá hasta Cali y el puerto colombiano de Buenaventura, y ahora por el huracán sube otra vez a El Salvador) y yo sospecho lo que la amiga busca: paraísos míticos, la solidaridad como alguna forma de lo extraordinario.
Nací en un puerto, debo aprender a partir. (...)

martes, 14 de septiembre de 2010

Sobre "Lisboa" en SUDESTADA

Hojas sueltas

Relatos con fondo de agua

Por: Nadia Fink



Con la excusa de repasar sus últimos libros de relatos, "Lisboa" y "Mujer que viene"; conversamos con Beatriz Actis y María Laura Fernández Berro; las escritoras desmenuzan sus obras, la relación con el lenguaje y las características de sus personajes marginales. Dos narradoras que registran el fluir del agua en cada uno de sus relatos.


Un libro cae en las manos, Lisboa, una recopilación de relatos de la escritora santafesina Beatriz Actis en los que el agua se filtra, zigzaguea por los recodos de cada cuento hasta formar un hilo que los atraviesa. Por causa de los azares, en esos días otra obra se acerca, Mujer que viene, de la escritora platense María Laura Fernández Berro, con la geografía del río presente en varios escritos y con la misma idea de relatos que fluyen y travesías donde lo que más importa es la incertumbre del viaje...

El agua

El agua no sigue caminos rectos. Es en las fisuras, en las depresiones, en los desvíos, donde el agua se introduce y corre, y va haciendo su camino particular. Las escritoras confluyen por lugares parecidos en esa cercanía del río. Para Beatriz Actis, los paisajes, de algún modo, se construyen. “Como nací en la llanura, aprendí de a poco a conocer el río; para mí, fue una especie de conquista. En mis primeros relatos, en otros libros, como ‘El día breve’ o ‘Todo lo que late’, sí aparece más el vacío de la llanura, esa desolación metafísica”.

En cambio, para María Laura el río es una presencia ineludible, “como un credo, rezo: nací cerquita del río y a este río lo amaré tanto en la literatura como en la vida... Hace unos años, conocí a Carlos M. Domínguez. Ahí, por primera vez, me planteé desde qué lugar escribimos los rioplatenses. Todavía no había salido mi primer libro de ficción. Pasaron cinco años y sigo pensando que escribimos dándole la espalda al río. Que estamos muy lejos de un Juanele, de un Quiroga, un Saer, un Conti... Pero, a pesar de eso, mirá qué loco lo que me pasa: yo si escribo sólo desde lo urbano, me agoto, me apago. Si no hay río que atraviese mis relatos, me ahogo...”...

(La nota completa en la edición gráfica de la Revista Sudestada Nº89 - Junio 2010)

lunes, 13 de septiembre de 2010

Maestros



En La Capital -Suplemento de Educación del último sábado, un recuerdo y fotos de infancia:

La Señorita Suchy, en los primeros años, dejaba su beso de aprobación en la mejilla y la marca del lápiz labial era un trofeo a ostentar en patios y galerías de la Escuela Nacional. Durante los años sucesivos de Manualidades, la señorita Teresita Zeballos (que había pedido traslado desde su Paraná natal a una escuela cercana a la estación Sunchales de Rosario y terminó, en cambio, en el Sunchales enclavado en la cuenca lechera) sonreía ante puntos cadena que crecían, desaforados, marcando la silueta deforme de frutas en las orillas del repasador. En séptimo grado, la Señorita María del Valle, atenta a mi incipiente vocación literaria (y al fracaso evidente del punto cadena), me prestó “La gloria de don Ramiro”, que leí sin chistar.

martes, 7 de septiembre de 2010

De veras peligroso

Beatriz Actis


En cualquier casa normal hay
por lo menos
tres gatas.
Ahora,
Cuando las miro,
Veo que están las tres
durmiendo,
quietas como estatuas,
una en cada uno de los sillones de la sala
(gata gris, gata negra, gata blanca)

Nada más curioso que un gato mirando el mundo



- dos -

Acabo de leer que los gatos siempre juegan,
no sólo los jóvenes
- eso es algo que he comprobado
a través de la experiencia -

y que cuando dejan de jugar, aun siendo adultos,
aun estando seniles,

esa ausencia progresiva
(o repentina)
de juego
es algo
en verdad peligroso.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Coartada

Beatriz Actis


como confidencias
contadas a un extraño
como una llamada equivocada
en el medio de la noche
-siempre en el terreno de las pérdidas-
compré una guía de ciudades
a orillas del Danubio
sólo para reconocer
cuántos lugares
(haberlo pensado antes, diría mi madre)
cuántos lugares existen
que no he visto

martes, 24 de agosto de 2010

Gente conversa (II)

Beatriz Actis

A veces creo,
contrariamente a lo que se teme,
que el tiempo no transcurre.
En la noche de temperaturas bajo cero
en la ciudad a orillas del río Paraná
bromeábamos con una repentina
invasión rusa:
estepas,
trineos en la nieve,
lobos que aúllan y
la iconografía de “Dr. Zhivago”.
Y sin embargo Sergio,
mientras cocinaba su arroz con pollo,
tenía puesta una remera de mangas cortas
(por la ventana abierta se colaba,
feroz,
el viento helado hasta el piso dieciséis
que nos había hecho fantasear sobre los rusos).
Daban ganas, incluso,
de tocar la balalaika.

Él tenía puesta una camisa.
Mi obsesión
por la ropa de ambos
tenía que ver con que yo sí padecía el frío
junto a la cocina del departamento
y ellos mantenían,
en cambio,
una suerte de actitud primaveral.
Como cuando éramos,
los tres,
adolescentes
en aquel pueblo lejano en la llanura.
Es más, a veces pienso que el tiempo
no existe siquiera.

Miré sus brazos.
Esa era la ventaja
de que solo usara,
en ese momento,
una camisa.
Disimulé.
Miré sus pómulos.
Pero él estaba de costado,
frente a la computadora,
así que pude disimular también.


Sergio y yo hablábamos de política.
“Soy un peronista tardío”, dijo,
y pensé que lo había sido, lo era, lo sería,
y que ya había escuchado aquella revelación
hacía tiempo
(ser peronista
siempre
había estado un poco mal visto)
mientras estaba haciendo cualquier cosa:
en el pueblo de llanura, un asado;
ahora en la ciudad al lado del río,
un pollo con arroz
que pronto devendría en guiso.
Suspiré, entonces:
¿Qué me confiesa?
Ya lo sé, ya lo sabemos.

Él no participó de esa conversación.
Pero después me preguntó
cómo se me ocurrían las historias.
Parto de un negro profundo,
le dije,
de una sensación de vacío
(mentí,
sólo podía reparar en la forma
perfecta
de su cabeza rapada).
Después,
camino por la calle y veo cosas,
o estoy sentada en un bar
mirando cómo pasa la gente
y aparece una frase,
una música...

Por ejemplo,
le dije,
para aprovechar que había dejado
la computadora
y por un momento
me prestaba atención,
el Día de la Bandera fui al Monumento
y de allí al cumpleaños
de una amiga
en un salón del Colegio Irlandés,
presidido por un busto del Almirante Brown.
Esto es lo único que pude escribir,
tras esos episodios,
por la mañana:
“Fue una fiesta colmada de irlandeses”.
Y después:
“Recordé lo que es ser peronista”,
aunque pensé que también podría decirse:
“Me acordé de cuando era peronista”,
pero me pareció que la primera frase
sonaba un poco mejor.
Es que ese día había caminado
entre vendedores ambulantes
por una feria popular
llena de gente de los barrios
a la vera del río
y enfrente al Monumento a la Bandera;
era un día de ésos,
patrio.
Después crucé
las calles de la ciudad
que llevan al oeste
y fui a saludar a mi amiga
que festejaba el cumpleaños
en el salón irlandés.
Las frases tenían que ver
con esas experiencias.
Todavía
no sé
cómo voy a unirlas,
y un cuento sobre irlandeses
es un riesgo
o una redundancia
porque termina remitiendo
por lo menos a Walsh,
y entonces pienso:
¿Y yo qué puedo escribir
de nuevo
sobre esto?

El todavía me miraba.
Pronto
iba a volver a lo suyo,
en este caso la computadora,
pensando,
sin decirme nada,
como lo hacía
desde que éramos muy jóvenes.
Iba a encerrarse
en aquel mutismo
que permanecía inalterable.
Y Sergio y yo
íbamos a seguir hablando.
A esto lo he vivido,
pensé,
durante treinta años.
Por eso,
entre otras cosas,
creo que el tiempo no existe.

domingo, 15 de agosto de 2010

cummings

en algún lugar adonde nunca he ido, gozosamente más allá
de toda experiencia, tus ojos tienen ese silencio:
en tu gesto más delicado hay cosas que me rodean
o que no puedo tocar porque están demasiado cerca
tu mirada más leve me abrirá sin esfuerzo
aunque me haya cerrado como un puño
tú siempre me abres pétalo a pétalo como abre la primavera
(tocando hábil, misteriosamente) su primera rosa
o, si tu deseo fuera cerrarme, yo y mi vida
nos cerraremos muy delicadamente, de repente,
como cuando el corazón de esa flor imagina
la nieve cayendo con cuidado por todas partes
nada de lo que podamos percibir en este mundo iguala
el poder de tu intensa fragilidad: su textura
me domina con el color de sus países,
produciendo muerte y eternidad a cada latido
(no sé qué hay en ti que se cierra
y se abre, pero algo en mí comprende
que la voz de tus ojos es más profunda que todas las rosas)
nadie, ni siquiera la lluvia, tiene manos tan pequeñas

martes, 10 de agosto de 2010

Ejércitos de la oscuridad

Silvina Ocampo


Desde la infancia veo en la oscuridad total de un cuarto, cuando estoy por dormirme, una suerte de raudo ejército azul y colorado que avanza en dirección a mí hasta que se pierde y vuelvo a recuperarlo en otro ángulo de la oscuridad, donde aparece para hacer la misma trayectoria. Me dirán que ese ejército podría ser un campo sembrado de jacintos, los hay rojos y los hay azules. Podría ser también el tablero de un juego con fichas vistosas, pero nunca se me ocurrió que pudiera ser otra cosa que un ejército de soldaditos vestidos de azul y de colorado que avanzan unidos como un solo soldado. Ese ejército fue siempre para mí el ejército de la noche. No sólo en la noche hay oscuridad, ya lo sé, pero de todos modos en el sitio en que lo vi con más frecuencia fue en la noche, que para mí es un sitio, el más importante del mundo. En el momento en que aparece el ejército de la noche pienso, recuerdo, elucubro ideas e imágenes que no reconozco durante el día. Y ese ejército de pequeñísimas ideas, de recuerdos, de imágenes de mi mente pugna por vivir y trata de matarme porque sus divisiones son a veces mansas como corderos o dulces como la miel, pero otras veces silban o gritan o manejan cuchillos y venenos, se agazapan en los infinitos laberintos inexplorados donde las pierdo de vista para volverlas a encontrar en el sitio donde las espero de nuevo: la oscuridad.

martes, 3 de agosto de 2010

Bajo otra lluvia

Beatriz Actis


I

Librerías de viejo
- del viejo trópico -
fruterías collares con sombreros
bajo la torre del reloj
bajo los puentes
bajo las puertas
de la ciudad amurallada.
Veo correr a una mujer
amordazada por la lluvia repentina
una mujer descaradamente feliz
que se persigna
al pasar ante una gorda de Botero
esculpida en el parque
frente a turistas
que se guarecen en el portal de la iglesia,
agazapados.
Ventiladores de techo
en el café de Santo Domingo
tal como aparecen en las películas de Hollywood
las ciudades acartonadas del trópico.
Sus aspas deslizan y dispersan
el aire caliente
del modo como se filtra la arena entre las rocas,
un aire caliente y nuevo
un aire que se mueve entre papeles voladores
trotando callecitas inverosímiles, esquivas.
Se enfría en tanto
el café tinto
sobre la mesa,
cesa la calma.
En la calle, una placa:
Sociedad Bolivarense de los Economistas,
y otra: 1888, Academia de Medicina.
En la Playa del Tejadillo,
carteles: Welcome Clinton to Macondo,
Gabo, el más famoso escritor de Cartagena,
despintándose tal vez bajo otra lluvia.
La tarde acalorada, azul y verde.
Pero
cuál es la lógica
de la lluvia
bajo los puentes
en la ciudad amurallada
en ruinas.


II

El baratero ofrece anteojos
cangrejos fritos y bolsas con uvas y con moras,
hay barberías
como en los barrios negros
de Bahía de Todos los Santos
o de La Habana Vieja.
En el Portal de los Moros,
la leyenda: “A la heroica ciudad de Cartagena”.
Los hombres dicen:
Para la bella, para la bella ciudad de Cartagena.
Presiono con el dedo pulgar
el punto mágico de las piernas
que calma el dolor de los nervios:
lo llaman La divina indiferencia,
bajo la lluvia,
entre música de chapeta
que retumba
en el frente de los mercados
y en el techo de las iglesias.
Cuando escampe beberemos daikiri
en cualquier parte en que nos hallemos,
como lo bebía Hemingway.


III


Los mismos lugares
pero con sol ahora,
bajo el sol ahora.
En la playa,
pájaros negros
casi mustios
que llaman los María Mulata
y que huyen y cantan
en la diáspora de la tarde,
en el cielo arrugado de esta tarde,
malabaristas juegan con fuego
y con muñecos negros
descomunales xilofones,
trompetistas en el Club de Colombia
también venden moras en las esquinas
y naranjas verdes.
En el bar,
una pianola con valses vieneses
completamente fuera de lugar.
Lo puedo sospechar:
La luna es de polvo.
Lo puedo comprobar:
el ocio, el trópico
eran mi precio.

IV

Tierra humedecida
noche olorosa
huir del miedo
doblar las esquinas
con los ojos vendados
como en un duelo de niños
o en un juego macabro
al borde de los precipicios
jugar al gallo ciego
en los bordes sinuosos
de Cartagena.
Doblar las esquinas
de la ciudad amurallada
una esquina
en cada noche,
geranios santarritas
cuelgan desde los balcones,
el mar derrumbado
a nuestras espaldas.
Desde que llegamos
no hemos tenido un instante de sosiego.

V

Como una ráfaga,
el azote de memoria
dispensa
gestos
para un rostro
de tristeza destemplada
y de curiosidad incierta.


Quemar las naves,
hundirse con el barco.
Todo tendría
lugar
entonces.


Más allá del mundo
hay dragones.

lunes, 2 de agosto de 2010

Colombia

Defensa del amor

Yo he visto las naranjas,
esas flores redondas
de fantástico peso,
colgando de las ramas
del árbol de la infancia.

Mi padre custodiaba
desde antes de la flor,
repasando el dorso de las hojas,
ahuyentando las hormigas.

Los pulgones del trigo llegaron una tarde,
y las gordas naranjas
que agobiaban el árbol
se cubrieron de insectos
diminutos y verdes,
mi padre los miraba
impotente y sombrío.
Subí sobre sus hombros
Con un plumero suave
Y limpié una por una
Las frutas amarillas.

Era la defensa del amor.
Mis ocho años combatían.

(De César Vargas, poeta cordobés)

Rodari

De Saer

"Lo nacional / equidista sabiamente/ de la sangre y de las banderas / y se da, para la lengua, en el rigor. La infancia / es el solo país, como una lluvia primera / de la que nunca enteramente nos secamos. Y aunque / yo viaje, ahora, al mediodía, toda / esta niebla, común, perdurará."

(Fragmento del poema "A Bohlendorff")

sábado, 31 de julio de 2010

Gatos de Guimarães

Dijo, grullas

Beatriz Actis


Dijo: La felicidad es nuestra naturaleza

y en el medio del ruido del bar al mediodía
me enseñó un ejercicio de sidha yoga
con las manos
que volaban como garzas
¿como grullas?

la presión de los dedos, uno a uno:
pulgar, índice, medio, anular, meñique

el lento despegarse que da la sensación de
las moléculas
en su lento moverse por el cuerpo

La cara de Brigitte Bardot

Gente conversa

Beatriz Actis


… y luego
regresar en la noche a nuestro cuarto
para aceptar lo inaceptable.

János Pilinszky



Bebíamos cerveza
en la noche
bajo la luz de la terraza,
y sobre los faroles cubiertos por insectos
permanecían las estrellas.
“En esta ciudad, la cerveza es un refresco”, dijo la amiga.
“Granadina”, pensé,
mientras el calor subía desde la lajas,
el calor que nos había perseguido
desde las primeras horas de la mañana.
Con la lucidez que parece que se tiene
para juzgar la vida de los otros,
hablábamos sobre el poeta
muerto de cirrosis.
“Es una pena”, dijimos.
“Un vértigo, una blasfemia”.
“Nos privó de su obra”.
“Injustificable”.

martes, 27 de julio de 2010

Capote/Marilyn


(Así seguimos hasta la calle South; ya allí, el ferry anclado, la vista de Brooklyn del otro lado, las gaviotas que revoloteaban y se divertían, blancas contra el horizonte marino y el cielo veteado de vellones de nubes, diminutas y frágiles como encaje, pronto tranquilizaron su espíritu. Al bajar del taxi vimos a un hombre que llevaba a un perro chino de una correa. Era un pasajero que se dirigía al ferry. Al pasar junto a él, mi compañera se detuvo a acariciar el perro.)

EL HOMBRE (firme y poco amistosamente): No debería tocar perros desconocidos. Especialmente a éstos. Podrían morderla.

M: Los perros nunca me muerden. Sólo los humanos. ¿Cómo se llama?

EL HOMBRE: Fu Manchu.

M (riendo): Oh, como en el cine. Qué amor.

EL HOMBRE: Usted, ¿cómo se llama?

M: ¿Yo? Marilyn.

EL HOMBRE: Eso pensé. Mi mujer no me creería. ¿Me puede dar su autógrafo?

(Sacó una tarjeta y una lapicera. Utilizando su cartera como apoyo, ella escribió: Que Dios lo bendiga – Marilyn Monroe).

Fragmento de "Una hermosa niña", en "Música para camaleones"

jueves, 22 de julio de 2010

Taller de Literatura para Niños

COMPARTO ESTA INFORMACION:

Coordinaré a partir del mes de agosto un Taller de Lectura y Escritura dedicado específicamente a la literatura para niños.
Está dirigido a adultos y funcionará los días lunes de 18.30 a 20.30.
En este blog pueden verse las tapas de algunos de mis libros para chicos.
Para mayores informes, comunicarse a través de: beatrizactis@hotmail.com

Cuba

miércoles, 21 de julio de 2010

Urondo

No serán muertos los pasos del amor; vacío
vino al mundo, tibio aún
por el viento que lo aposentaba
tan deliciosamente.

Y la tibieza fue
frío y el agua piedra
y las sombras cuchillos y el grito, la primera vez.

Lloró como nunca –no fueron
los muertos los pasos del amor-, pudo hablar
y mentir y deslizar su vida y su alegría
hasta quedar harto de leche y sueños, y olvidar
y empezar a morir como todos:

un día cualquiera termina
el año, el sol termina
y comienza todo donde una mano empieza.

Su mano, su calor
llegado desde el vientre
hacia mí; inspirado por otro calor,
para levantar ahora los pasos del amor,
para impedir que mueran.

Por eso, aquélla o ésta, principio
o fin, madre o amante; ella
estará donde mis ojos vayan.

martes, 20 de julio de 2010

Poema

Jesús Fernández Salido

No estés triste‚ mi amor‚
y si lo estás‚
que tu tristeza sea un modo de vengarte
de Dios y de las flores‚ de la alegría inútil
que debe ser la vida según ellos‚
y no estés triste nunca
por las cosas que pasan o no pasan‚
sino solo por esto: porque contempla la tristeza
desde lejos a Dios y a las flores y al tiempo
y nos lleva al lugar donde amar es posible.

domingo, 11 de julio de 2010

El amor es un acto solitario

Beatriz Actis

Estábamos de pie
frente al río
cuando la noche se cerró sobre sí misma.

Del oratorio vecino
subió un murmullo
y una procesión pobre
con poca gente y antorchas
se encaminó hacia el este.

El fuego en la punta de las antorchas
Se movía en el medio de la noche
Entre retazos de plegarias
Y la tristeza de estar solos
En el medio del campo.

Pensé: Así son las costumbres de los hombres.

Conté que había visto
caballos en la costa
trotando en la isla de enfrente
del Coronda,
una tropilla oscura,
marchando en la orilla,
al lado del río,
mientras atardecía.

Había entre ellos un caballo blanco,
dije, que había tenido que ver conmigo,
Quizás,
En algún sueño repetido
De la víspera.

Life on Mars? (Bowie)

Soriano

El General nos envolvía con su voz de mago lejano. Yo vivía a mil kilómetros de Buenos Aires y la radio de onda corta traía su tono ronco y un poco melancólico. Evita, en cambio, tenía un encanto de madre severa, con ese pelo rubio atado a la nuca que le disimulaba la belleza de los treinta años.


(En: Aquel peronismo de juguete - Cuentos de los años felices)

lunes, 5 de julio de 2010

Rosa madreselva

Todo el tiempo

Beatriz Actis


Todo el tiempo, dijo, el amor cambia -
cada noche trae su cuota de desgano -

Tu cuerpo, dije, como si lo hubiera tocado siempre -

Te esperé demasiado, dijo,
giró la cabeza y sólo pude ver un perfil azul -
La noche se cerró sobre sí misma -

Nada o todo sucederá más allá de esta noche, dijo -
la sombra voló -

La desesperación se me derrama, dije, como el vino se derrama -
En todo hay cierta inevitable muerte -

No puedo dormir, dijo - la noche se hace madrugada -

La luz se vuelve cruel, dije,
y respiré aquello tenue y breve de su aliento -

Me aterra el dolor, dijo -
Caminar solo y que todos los lugares parezcan los mismos -
Los bordes del amor, dijo, un gran hotel sin huéspedes -
un museo imaginario -

Como un marino sin barco -
Como esas naves que nunca regresan, dijo -

Tu sangre no me pertenece, dije,
como el que muere guardando un secreto.

lunes, 28 de junio de 2010

Rufus&Judy

Pavese

(Fragmento de "Los mares del sur", de Césare Pavese)

Caminamos una tarde por la ladera de un cerro,
en silencio. A la sombra del tardo crepúsculo
mi primo es un gigante vestido de blanco
que se mueve despacio, el rostro bronceado,
taciturno. Callar es nuestra virtud.
Algún antepasado nuestro debió estar muy solo
-un gran hombre entre idiotas o un pobre loco-
para enseñar a los suyos tanto silencio.

Ladridos y Mangueira

tenue tinta gris

Beatriz Actis

Compré una fotografía
de Jacques Prévert
de 1946
en forma de postal
publicada
por Editions du Désastre
en la que él está sentado
en un café de París
acariciando a un gato negro y blanco
que duerme sobre la mesa.
(La compré por el gato)
Y la acomodé en la biblioteca
entre los libros caídos, con polvo,
superpuestos.
Iba leyendo mientras tanto
la novela inconclusa de Capote
que lleva la cita de las plegarias atendidas,
la iba leyendo e iban rodando una a una las hojas,
caían al suelo, desarmadas e innobles,
en abandono del libro
descosido.
Aproveché además y acomodé los estantes
y entre ellos, un regalo reciente, simple:
mi primo trajo desde Lima la colección
de las viejas poesías de Vallejo.

A través de la ventana que ilumina
y descubre rincones,
los colores antiguos, extraños, repetidos
de la tarde.
La frase de Leonardo
está escrita al costado de los libros
con una tenue tinta gris:
Las ansiedades de la vida son nada.

lunes, 21 de junio de 2010

Últimos atardeceres

Roberto Bolaño - Últimos atardeceres en la tierra

Y luego se acaba el paréntesis, se acaban las cuarentaiocho horas de gracia en las cuales B y su padre han recorrido algunos bares de Acapulco, han dormido tirados en la playa, han comido e incluso se han reído, y comienza un período gélido, un período aparentemente normal pero dominado por unos dioses helados (dioses que, por otra parte, no interfieren en nada con el calor reinante en Acapulco), unas horas que en otro tiempo, tal vez cuando era adolescente, B llamaría aburrimiento, pero que ahora de ninguna manera llamaría así, sino más bien desastre, un desastre peculiar, un desastre que por encima de todo aleja a B de su padre, el precio que tienen que pagar por existir (...)

domingo, 13 de junio de 2010

él me habla

Beatriz Actis


él me habla
ahora
sobre las estrellas
sobre cómo se ven de límpidas
o de cercanas
por las noches
en el cielo de Copacabana
(no en Brasil
sino en Bolivia)
y ese lento extrañar
a pesar de su voz en el medio de la noche
la transforma
en un mar oscurecido
en que sus besos vuelven
como olas

es el instante en que los viejos amores reaparecen
y la tenue luz del norte
no es más que una amenaza sin riesgo de cumplirse
el brillo inadvertido de estrellas de altiplano
nunca llegará hasta aquí

temo decirle
y callo:

extráñame
no me borres
no me aísles desde ahora de tu cárcel
tócame al menos a través de la memoria
si no es con tus sentidos

miércoles, 9 de junio de 2010

Amantes antípodas


Enrique Molina


Aquellos hoteles…
Todas las rampas de la vida cambiante
la velocidad del amor el mágico filtro de la excomunión
la hambrienta luz del desencuentro en nuestras venas de azote
cartas desamparadas antiguas prosas de la noche de los abrazos
y el solitario frenesí de las palmeras
cuando en la ausencia
creciendo hacia mi pecho el fondo de la tierra me devuelve de golpe
todas nuestras caricias
el nudo furioso de la pasión en las negras argollas del tiempo
aquellos moblajes de desvalijamiento y de lluvias
luz de senos en el mar y sus gaviotas y músicas
sobre un altar de desunión con grandes lunas fascinantes sin más
pradera que tus ojos
país incorruptible
país narcótico
con risas del alcohol del viento
y tu pelo sobre mi cara
(...)

sábado, 5 de junio de 2010

Viejo y eterno Bayley

Es infinita esta riqueza abandonada
Edgar Bayley

esta mano no es la mano ni la piel de tu alegría
al fondo de las calles encuentras siempre otro
cielo
tras el cielo hay siempre otra hierba playas
distintas
nunca terminará es infinita esta riqueza
abandonada
nunca supongas que la espuma del alba se ha
extinguido
(...)

martes, 25 de mayo de 2010

Colombia

Beatriz Actis

- uno -

Temo morir de cólera
en este país
extranjero
lejano
como morían de malaria
aquellas lánguidas mujeres
inglesas
en las colonias africanas.
Pasa el camión nocturno
de la basura
y mezcla frituras con frutas salvajes
de nombres sonoros,
olores amenazantes como selvas.
Una perra marrón
hace piruetas tristes junto a su dueño,
vestida con una capita roja y raída.
Me dan ganas de llorar.
Mendigos piden monedas
y casi mendigos venden de todo:
collares cigarros
pañuelos tarjetas
adornos pulseras
flores frutos tropicales
sombreros pájaros míticos
serpientes.
Miro la noche
y en ninguna parte hay luna.
Guitarras suenan
y trompetas y tambores,
música de vallenato.
Parca, leve,
la luz de las velas.
La luna en Cartagena
(suenan trombones)
teme la noche.
Todos niegan la peste ante los turistas,
todos, como en Muerte en Venecia,
pero en un delirio de ron y de calor.
Pocos hablan ante nosotros
o se habla de espaldas
de la guerrilla eterna de cuarenta años
y los paramilitares y las ciudades clandestinas
arrasadas en la miseria de las selvas.
La Plaza de Santo Domingo,
iluminada por fuegos que giran y trepan
desde las manos de los malabaristas
hasta la sinceridad de la noche.
Paraíso de mutantes,
bellezas, miedos.
Cartagena.


- dos -

Sufre la luz
Sobre cabezas miserables.
El ciego baila.

Es un desdichado.

sábado, 15 de mayo de 2010

Montevideo

Felisberto




“Mis cuentos no tienen estructuras lógicas. A pesar de la vigilancia constante y rigurosa de la conciencia, ésta también me es desconocida”. F. Hernández



En los relatos de Felisberto Hernández se percibe una sutileza de caminos indirectos, de corte inesperado, de pasos laberínticos e inconclusos tras la develación de algún misterio cotidiano. El autor reconoce su pasión “por entrar en ciertos conocimientos sin pretensiones psicológicas ni filosóficas, sino esperando los pasos que quisiera dar la curiosidad cuando es misteriosa”. Su obra recoge algunos de los rasgos típicos de la narrativa moderna: el lenguaje engañosamente objetivo, la mezcla peculiar de lo real y lo fantástico, la jerarquización expresiva de lo cotidiano. Sin embargo, una de las claves de su originalidad reside en que la idea de ‘misterio’ o directamente la cuestión fantástica aparecen en su obra como tras un velo, junto al humor, el absurdo y los matices irónicos, a través de un original trabajo ‘en el límite’: “(Pretendo) trabajar literariamente contra la literatura y las formas hechas; tratar de que lo escrito sea o parezca natural”, afirma el escritor uruguayo. No importa tanto la historia: Felisberto confiesa que no se guía por una estructura lógica, y que ésta no signa ni articula sus relatos. De todos modos, tras la lectura de su narrativa se percibe una lógica interna, ya que la memoria reconstruye el pasado -y así presupone el mundo- tras la develación de un misterio que finalmente nunca se devela: el misterio que anida en lo cotidiano. Leído entonces como funcionalidad textual, el misterio se trasmuta, cuaja en muchos cuentos de Hernández en lo fantástico, pero siempre descansa en lo habitual, perfilando de este modo una particular metafísica de lo cotidiano.

Se ha dicho largamente que Felisberto es un escritor que mira y escribe ‘al sesgo’: más que el punto de partida o el de llegada importan los desplazamientos, las fragmentaciones espacio - temporales del relato, la arbitrariedad de la memoria. “El drama del recuerdo”, frase que alude a la matriz peculiar de su narrativa y que pertenece al mismo autor, se funda en la insistencia de algunas imágenes que le trae la memoria y en una suerte de procedimiento metatextual que remite al análisis de los procesos mismos del recuerdo. Esta modalidad evocativa y recurrente se corresponde además con los procedimientos de gestación y construcción literaria a los que Felisberto alude cuando escribe sobre sus “cuentos-plantas”. Con esta expresión se refiere al procedimiento de escribir un relato original y después descomponerlo en diferentes relatos independientes. El trabajo textual suele fundarse en el disloque sintáctico, la reiteración de conjunciones, paréntesis y guiones aclaratorios, y las series interrogativas de carácter retórico, marcas que hacen a una modalidad textual que remeda las digresiones propias de la evocación de la conciencia. En ese camino de construcción y deconstrucción, el autor concretiza lo incorpóreo, ya que los procesos mentales, los sentimientos, las sensaciones, todo lo abstracto, es comparado con objetos y situaciones materiales y por tanto corporizado. En cuanto al lenguaje, en muchos de sus relatos el narrador adulto bucea en su niñez y en su registro adulto se filtra el registro infantil (Por los tiempos de Clemente Colling). En ese tránsito evocativo el lenguaje aparentemente objetivo descubre marcas de subjetividad. En este sentido, las recurrencias léxicas más significativas son las de palabras clave como ‘recuerdos´, ‘misterio’ (y su análogo ‘sombra’) y ‘angustia’. Estas dos últimas -no ya como meras marcas sino como materia textual- resultan ejes constitutivos de la memoria narrativa: la develación del misterio como motor del relato y la angustia como noción existencial. Pero el narrador no se remite únicamente a recuerdos de infancia; hay relatos en los que el desplazamiento no es sólo en el tiempo sino también en el espacio (“Lucrecia”) o en donde la alteración temporal llega al punto de que un personaje debe enviarle a otro una carta recordándole a aquél que está muerto (“Carta a los muertos”). No hay un pasado puro, la memoria construye al reconstruir: el mundo no es uno.

Estos procedimientos (la evocación del mundo concreto mediante percepciones fragmentarias; las digresiones del narrador; la particular concretización de abstracciones) pueden leerse además como la marca de la oralidad que Hernández reconoce como intención primera de sus historias, historias escritas para ser leídas por él. La fragmentación del relato está dada por la divergencia continua del camino previsto, siempre dispuesta a dispersar el texto, a multiplicarlo no sólo para dar cuenta de los procesos propios de la memoria sino para que el texto no se instale como letra fija. Esta estrategia no resta eficacia textual; por el contrario, la remarca o apuntala. Y volvemos a la transversalidad de Felisberto como escritor ‘sesgado’: el sentido está en el proceso mismo de reconstrucción / construcción del pasado, y no en la asignación de un sentido a ese pasado. (...)


Beatriz Actis

Drexler

miércoles, 12 de mayo de 2010

Simplemente No

Receta típica de la Nación del Simplemente No
Beatriz Actis


En lejanos y exóticos países situados en las antípodas, como por ejemplo la Nación hermana —aunque lejana— del Simplemente No, la cocina típica es rica en recetas como la del “Pastel del aire” (o “El no-pastel nacional”):

Ingredientes:

Aire del atardecer cercano a los pinos (dos bocanadas).

Brisa fresca de vacación al lado del mar (una inhalación).

Suspiro de decepción exhalado por muchacha solitaria en día feriado (para cortar lo dulce del aire anterior).

Resoplido de cansancio feliz después de trotar bajo la arboleda (para acelerar la mezcla).

Viento huracanado que llega tras una lluvia de verano (sólo una pizca, porque puede arrebatar la preparación).

Manos a la obra:

Sacudir las manos como para aplaudir pero sin que las palmas lleguen a juntarse.

Amasar, entre las manos a punto de aplaudir, la brisa del mar y de la tarde.

Arrojar a la masa la decepción muy velozmente, como en un suspiro.

Rellenar con los soplidos con los que se apagan las velas (a elección).

Agregar el resoplido y el huracán (apenas) y revolver con energía, sin un respiro.

Dejar enfriar a un costado de la ventana entreabierta, pero con cuidado, porque a las tortas de la Nación del Simplemente No, como a las palabras, a veces se las lleva el viento.


Más cuentos (y foro para la comunicación con los lectores) en: EDUCARED - La Biblio de los Chicos
http://www.educared.org.ar/enfoco/imaginaria/biblioteca/?p=1667

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martes, 11 de mayo de 2010

Poemas húngaros

Basta
János Pilinszky

Así sea muy ancho lo creado,
es más estrecho que un establo.
De aquí hasta allá. Piedra, árbol, casa.
Actuando estoy. Llego temprano, me retraso.
Pero alguien entra a veces
y lo que existe se abre de repente.
Basta ver una faz, una presencia,
y ya sangra el papel de las paredes.
Sí, sí, basta una mano, como cuando
revuelven el café o hacen el gesto
de abandonar la escena,
para olvidar entonces dónde estamos,
la hilera de ventanas sin aire, y luego
regresar en la noche a nuestro cuarto
para aceptar lo inaceptable.

jueves, 6 de mayo de 2010

Woody Allen


“Entiendo que usted puede arreglarme una hora de buena charla”. “Claro, amor. ¿Qué tienes en mente?”. “Me gustaría discutir Melville”. “¿Moby Dick o las novelas cortas?”. “¿Cuál es la diferencia?”. “El precio. Eso es todo. El simbolismo cuesta extra. Cincuenta por Moby Dick; si quiere una discusión comparativa Melville -Hawthrone, podríamos arreglar por unos cien. ¿Quiere una rubia o una castaña?” “La espero en el Plaza. Sorpréndame”, dije y colgué. A los pocos minutos de llegar a la habitación del hotel, una pelirroja de cuerpo dudoso golpeó la puerta. Me sorprendió que nadie la hubiera parado en el lobby, vestida así, digo. El conserje usualmente detecta con facilidad a las intelectuales. “Bueno, ¿comenzamos?, dije, y la llevé hacia el sillón. Ella prendió un cigarrillo y dijo: “Creo que podríamos comenzar encarando Billy Budd como la justificación de Melville a la creencia en Dios, n'est-ce pas?". “Interesante”, dije, "aunque no en el más puro estilo miltoneano”. Estaba mandándome la parte. Quería saber hasta dónde podía llegar. “No, El paraíso perdido carece de la subestructura del pesimismo”. “Cierto, cierto. ¡Dios!, tiene razón”, murmuré. “Creo que Melville reafirma las virtudes de la inocencia de una forma naive y a la vez sofisticada. ¿Está de acuerdo?". Yo dejé que ella siguiera. Apenas tenía diecinueve años, pero ya había adquirido esa dura virtud y facilidad de una seudointelectual. Tiraba ideas, pero todo era mecánico. Cada vez que yo emitía una intuición, ella simulaba una respuesta: “Oh, sí, Kaiser, sí, amor, eso sí que es profundo. Una platónica comprensión de la cristiandad. ¿Cómo es que no lo había pensado antes?". Gemía plena de satisfacción.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Hay una hora

Borges

Hay una hora de la tarde en que la llanura está por decir algo; nunca lo dice o
tal vez lo dice infinitamente y no lo entendemos, o lo entendemos pero es
intraducible como un música.

Libros

Mis libros nuevos: La selección literaria de "Vuelapalabras" 1, 2 y 3 de Aique, y una versión de "La vuelta al mundo en ochenta días", de Verne, en Estación Mandioca (colección: La máquina de hacer lectores)



Las Doce a Bragado

Haroldo Conti

Los pasos de badana resuenan suavemente cuando golpean sobre las tablas del puente y cuando el tío se embala por la pendiente de la loma, al otro lado, ya en el partido de Bragado, la llama le brota a chorros a través de la piel, los ojos se le borran con tanto brillo y corre, corre locamente bebiendo el aire perfumado de la mañana, los campos verdes inundados de esa blanda luz de mayo, loco caballo desbocado, loco.

domingo, 18 de abril de 2010

cierro los ojos

Beatriz Actis



nada me hará feliz

todo retorna y se va
desvaneciendo
lentamente
en un silencio
húmedo y antiguo
como la nave
de una iglesia

ayer atravesamos
el campo a oscuras
al llegar
acomodé mis flores
en una coctelera
parecen transparentes
a lo lejos
las flores amarillas

pasa un pájaro
vuela al ras
me asomo a la ventana
al aire gris

ahora
campanas
cruzan el aire

su cara en el momento del amor
es una cara de abismo
un náufrago
ardor

cierro los ojos
veo otra vez
aquel instante
en que se va perdiendo
de a poco
la conciencia
y sólo nos quedan los sentidos
una pierna que cruza
encima de la otra
el último abrazo
la respiración más acompasada
o más lenta

la curva de su cuello
como el límite del mundo


*



Lo último que quisiera
es que cargaras con mi melancolía

Hubo una vez
en que el amor
sacaba a la fiera
que hay en mí

y yo pensaba
que destrozaría el mundo

pero eso fue hace un siglo

ahora cierro los ojos
y espero la luz
de la mañana siguiente

sábado, 10 de abril de 2010

¿Ves?

Attila József


El encendido tren del sol ha rodado
ante mi umbral indiferente.

Vete,
las huellas de tus pies
ya no hacen daño.

Hay silencio.
Solamente un murmullo:
doy mi pez hambriento al río.
Un susurro:
doy mi débil pájaro al campo.

Vete,
la flor cubre
sus hojas melladas.

¿Ves?
Ya anochece.

miércoles, 7 de abril de 2010

Sin llaves y a oscuras

Fabián Casas

Era uno de esos días en que todo sale bien.
Había limpiado la casa y escrito
dos o tres poemas que me gustaban.
No pedía más.

Entonces salí al pasillo para tirar la basura
y detrás de mí, por una correntada,
la puerta se cerró.
Quedé sin llaves y a oscuras
sintiendo las voces de mis vecinos
a través de sus puertas.
Es transitorio, me dije;
pero así también podría ser la muerte:
un pasillo oscuro,
una puerta cerrada con la llave adentro
la basura en la mano.

domingo, 4 de abril de 2010

Bebiendo


Entre las flores, un tazón de vino
bebo solo, ningún amigo está cerca.
Levanto mi copa, invito a la Luna
y a mi sombra, y ahora somos tres.
La primavera es época propicia para el goce.

Li Po

viernes, 2 de abril de 2010

Simenon - París

¿Cómo nombrar París sin decir París?

Beatriz Actis



I

A las tres de la tarde llegué a la Gare du Nord y caía aguanieve. Yo nunca había visto nevar: “Pues esto no es la nieve”, dijo una mejicana al pasar junto a mí y atropellarme con su bolso y su valija. Claro, pensé, no lo es comparada con el paisaje del Polo en esas películas de la televisión de los sábados por la tarde sobre Amundsen y las exploraciones en el Artico en las que, fieles a la historia, Amundsen es interpretado por actores de caras nórdicas, trágicas, como la de Max von Sydow, por ejemplo, y entonces, al lado de la visión en pantalla de gente perdida o andando con perros y precarios trineos por un continente de hielo, con los dedos de los pies a punto de ser amputados, lo que estaba cayendo a la tres de esa tarde de febrero sobre los andenes de la Gare du Nord en París no, no era la concreción de ninguna idea cinematográfica de la nieve, ni seguramente tampoco era la idea al respecto de la mejicana que ya se alejaba atropellando otra vez extranjeros con sus bolsos por el frío, inhóspito andén de la gare.
Mientras caminaba hacia el hall central con mi valija y mi paraguas preparado para las lluvias subtropicales sudamericanas y no para el aguanieve de París, recordé a propósito del clima que había estado hacía unos quince años en Bariloche en el viaje de egresados del colegio secundario, pero como era verano no nevaba y sólo había podido tocar una nieve aguachenta y sucia en la cima de uno de esos cerros que visitan los turistas, y que yo visité, cerros llamados Otto o Catedral. Ahora finalmente había devenido en turista pero en París, es decir, había realizado el viaje deseado, la fantasía anhelante de la lectora de “Rayuela” que hace quince, veinte años - también en la época del viaje a Bariloche - yo, por supuesto, había sido. Estaba llevando al cabo al fin aquella idea postergada desde las clases rutinarias en la Alianza Francesa, a partir de la fascinación ante las imágenes de algunas películas elegidas, de aquellos programas por cable de la televisión de Québec, ante los innumerables relatos de viajes contados por tanta gente disímil - los detalles sensibles, previsibles o imbéciles de otros tantos turistas. Pensé en los sueños y en las pequeñas pesadillas diurnas a propósito del viaje, también en la fantasía secreta y jamás cumplida de poder viajar a París junto a Esteban. Cerré un momento los ojos para imaginar el perfil de su cara: la estación quedó vacía, el tiempo giró, llegué a entrever sólo sus pómulos. En los sueños, pensé además en algún momento de la marcha - lo pensé como en una revelación que nada tenía que ver con el instante de mi llegada a París, bajo esa lluvia particular que ya reconocía -, en los sueños no hay donde esconderse. Y también: las pesadillas vuelven con el día, emergen como el cadáver de un ahogado. Seguramente, en las pesadillas de mi vida también había estado esperándome París, como un animal en la selva, escondido y expectante como un ladrón, acechante, tenso, resguardado por la sombra (...)


Versión completa en:http://buscador.lavoz.com.ar/2004/1115/1346.pdf

viernes, 26 de marzo de 2010

domingo, 21 de marzo de 2010

Poesía - Bolaño

Nadie te manda cartas ahora Debajo del faro
en el atardecer Los labios partidos por el viento
Hacia el Este hacen la revolución Un gato duerme
entre tus brazos A veces eres inmensamente feliz

domingo, 14 de marzo de 2010

La siesta del martes, 1962

García Márquez

No había nadie en la estación. Del otro lado de la calle, en la acera sombreada por los almendros, sólo estaba abierto el salón de billar. El pueblo flotaba en calor. La mujer y la niña descendieron del tren, atravesaron la estación abandonada cuyas baldosas empezaban a cuartearse por la presión de la hierba, y cruzaron la calle hasta la acera de sombra.

Eran casi las dos. A esa hora, agobiado por el sopor, el pueblo hacía la siesta. Los almacenes, las oficinas públicas, la escuela municipal, se cerraban desde las once y no volvían a abrirse hasta un poco antes de las cuatro, cuando pasaba el tren de regreso. Sólo permanecían abiertos el hotel frente a la estación, su cantina y su salón de billar, y la oficina del telégrafo a un lado de la plaza. Las casas, en su mayoría construidas sobre el modelo de la compañía bananera, tenían las puertas cerradas por dentro y las persianas bajas. En algunas hacía tanto calor que sus habitantes almorzaban en el patio. Otros recostaban un asiento a la sombra de los almendros y hacían la siesta sentados en plena calle.

domingo, 28 de febrero de 2010

La vida es un aire sutil

Rafael Barrett

La vida es un aire sutil, invisible y veloz, cuyos remolinos agitan un instante el polvo que duerme en los rincones. El inmortal torbellino pasa, torna a la pura atmósfera, a lo invisible, y el polvo se desploma inerte en su rincón. Los sabios no ven más que el polvo: palpan minuciosamente los cadáveres.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Reina de Corazones



Lewis Carroll


Primero aparecieron diez soldados, enarbolando tréboles. Tenían la misma forma que los tres jardineros, oblonga y plana, con las manos y los pies en las esquinas. Después seguían diez cortesanos, adornados enteramente con diamantes, y formados, como los soldados, de dos en dos. A continuación venían los infantes reales; eran también diez, y avanzaban saltando, cogidos de la mano de dos en dos, adornados con corazones. Después seguían los invitados, casi todos reyes y reinas, y entre ellos Alicia reconoció al Conejo Blanco: hablaba atropelladamente, muy nervioso, sonriendo sin ton ni son, y no advirtió la presencia de la niña. A continuación venía el Valet de Corazones, que llevaba la corona del Rey sobre un cojín de terciopelo carmesí. Y al final de este espléndido cortejo avanzaban EL REY Y LA REINA DE CORAZONES.

Alicia estaba dudando si debería o no echarse de bruces como los tres jardineros, pero no recordaba haber oído nunca que tuviera uno que hacer algo así cuando pasaba un desfile. «Y además», pensó, «¿de qué serviría un desfile, si todo el mundo tuviera que echarse de bruces, de modo que no pudiera ver nada?» Así pues, se quedó quieta donde estaba, y esperó.

Cuando el cortejo llegó a la altura de Alicia, todos se detuvieron y la miraron, y la Reina preguntó severamente:

-¿Quién es ésta?

Por Jobim

martes, 23 de febrero de 2010

Trintignant

González Tuñón


Escrito sobre una mesa de Montparnasse
Raúl González Tuñón

Una tarde por el ancho rumor de Montparnasse
por ese aire de provincia tan confianzudo y claro
-cada ventana paga su pedazo de sol con una canción-,
anduve bebiendo el buen vino rojo y alegre como una canción,
rojo y alegre como una revolución.
Y entonces pensé: ¿que haré ahora de mi vida?
Tengo dos amigos, un saxofonista y un vendedor de globos.
Ellos me han dicho: viene el invierno y eso es terrible.
Los gatos se calientan al sol pero un hombre necesita de la buena lumbre, de la buena carne y de la mujer
siquiera dos veces a la semana.
Algunas mujeres me han detenido en Montmartre pero me piden cigarrillos y cien francos
y yo solo puedo darles ágiles besos casi inéditos
y hablarles de mi país sin que ellas me
comprendan
y decirles que Blanca Luz está en Méjico
sin que ellas me pregunten quién es Blanca Luz.

Una noche bajo la vieja luna de París degollada en los techos,
-la luna que alumbra a los enamorados y a los cobardes-
yo vi como en un alto balcón
se amaban un muchacho y una muchacha.

Vengo de Buenos Aires, digo a mis amigos desconocidos,
de Buenos Aires que es tres veces mas grande que París
y tres veces mas pequeña.
Y aunque mi sombrero y mi corbata y mi espíritu canalla sean productos perfectamente europeos
soy triste y cordial como un legítimo argentino.
Diría: soy un pobre muchacho abandonado aquí
como una valija rotulada en todas las aduanas del mundo
y quisiera irme a Turkestán porque Turkestán es una bonita palabra
y mi amigo Michel Berboff nació en Turkestán.
Pero si yo pudiera llevar a la práctica algo que hace días reflexiono:
¡Ponerme a gritar sobre la Torre Eiffel con afilados gritos
para que venga una mujer y me ame!

¿Conocen ustedes el Neuquén?
Allí hay cabañas de troncos de árboles
y pulperías en donde venden cojinillos y libros de Maurice Dekobra.
¿Y Tucumán? En Tucumán solo se puede buscarse la noche en los ojos de sus
mujeres y las guitarras de sonoras y floridas
parecen patios.
¿Y Mendoza? En Mendoza los niños saben cantar porque han nacido al borde de las acequias.
¿Y La Rioja? Yo anduve por ahí adolescente y barbudo como un gitano.
Y gané una elección con cincuenta pesos y una vaca, absorto como Buster Keaton.
¿Y Santa Fe? En Santa Fe viví treinta días en un convento
con ocho frailes franciscanos que iban doblándose hacia el suelo.
Los duendes venían hasta mi cuarto trayéndome briznas de sol
y por la noche se ocultaban en las hornacinas
para hacerles señas a los perros sin dueño y a los viajeros extraviados.
Nosotros tenemos además estaciones abandonadas,
pozos de petróleo
y escuelas rurales, como en los cuentos de Bret Harte.
Pero lo que no tenemos es la alegría verdaderamente constante,
la risa verdaderamente pura,
el corazón verdaderamente libre.
Y no se hable de mi corazón.

Yo quisiera
anunciar la función en los circos
dando puñetazos a las estrellas rojas.
Yo quisiera escupir los vidrios de un expreso de lujo.
para que rabien los millonarios.
Yo quisiera interrumpir todas las comunicaciones telefónicas
para ver si encuentro una palabra, una sola palabra para mí
y abrir toda la correspondencia del mundo por ver si alguien,
una sola persona tiene un recuerdo, un solo recuerdo para mí.
Yo quisiera explotar una bomba, derrocar un gobierno,
hacer una revolución con mis manos, amigas del cristal, de la luz,
de la caricia
-destruir todas las tiendas de los burgueses
y todas las academias del mundo-
y hacerme un cinturón bravío de rutas
inverosímiles como Alain Gerbault
para que venga Blanca Luz y me ame.

lunes, 22 de febrero de 2010

TALLER 2010 - Rosario

Retomaremos los encuentros del Taller de Lectura y Escritura a partir del MARTES 16 de MARZO en el mismo lugar y horario.
(Más información: beatrizactis@hotmail.com)

domingo, 21 de febrero de 2010

Sobre la escritura

Sobre la escritura
Claire Keegan

La narrativa es un arte temporal, tiene que fluir hacia adelante. La mayoría de las veces lo que no funciona es que la narración no está basada en el tiempo. Por otra parte, las grandes historias son contadas con grados variables de renuencia. Es esta cualidad de no querer decir algo que uno necesita decir porque necesita una respuesta a la vida en esta tierra la que nos hace vulnerables y nos hace contar buenas historias. La corriente detrás de un cuento es el deseo profundo de decir algo. Una novela es más conversadora, más voluntaria, se ofrece, está lista, es más reconfortante, muchas veces es como una compañía optimista. Me da la impresión de que los cuentos no quieren ser contados, es como estar con alguien que está alterado y nos preocupa, alguien a quien queremos escuchar aunque sabemos que no va a ser fácil. Los cuentos no están diseñados para ser reconfortantes, pero si están bien escritos son muy expresivos. Tienen permanencia en la vida. (…)
Emily Dickinson tiene una frase que dice que hay que contar toda la verdad, pero que hay contarla sesgada. La literatura de estos autores es muy sesgada, no es avasallante. Y no explica nada. Las explicaciones detienen nuestra existencia en el había una vez. Esta corriente irracional debajo de las historias es encantadora (…).

domingo, 14 de febrero de 2010

Kusta

Dragón

El dragón triste
Gonzalo Suárez

Un dragón estaba triste porque nadie creía en él. Cuando echaba bocanadas de fuego, los humanos aprovechaban para encender sus cigarrillos. Y cuando raptaba doncellas, nadie se molestaba en salvarlas. Tenía su guarida llena de doncellas y no sabía qué hacer con ellas.
Un buen día, el dragón triste se encontró con una cabra montesa que se acababa de divorciar de su macho cabrío, y le preguntó qué clase de animal era él. El dragón no se atrevió a decirle la verdad y le contó que era hijo de una lagartija y un pez volador.
-No te creo -le dijo la cabra montesa-. Los peces no vuelan.
En ese momento, pasó una gaviota llevando en su pico un pez recién atrapado que coleaba.
-¡Gran prodigio! -exclamó la cabra-. Pero, ¿cómo puede alguien que vive en el cielo tener un hijo con una miserable lagartija que vive en la tierra?
En ese momento, el pez coleante se desprendió del pico de la gaviota y fue a caer sobre una lagartija que tomaba el sol despistada. De las escamas plateadas del pez coleante se desprendieron destellos que cegaron por un instante a la doblemente deslumbrada cabra montesa. Cuando consiguió restablecer la visión, la gaviota había recuperado su presa, desapareciendo con ella más allá del horizonte, y la magullada lagartija, que había perdido la cola en el lance, había conseguido escabullirse, yéndose a ocultar en la ranura de una roca. Al ver retorcerse la fracción de la cola de lagartija, la cabra dedujo lógicamente que se trataba de una cría de dragón.
-¡Gran prodigio! -volvió a exclamar.
Y se enamoró perdidamente del solitario desconocido que el destino había puesto en su camino de cabra descarriada. Así, en suntuosa guarida, la cabra y el dragón vivieron felices, servidos por las más de mil doncellas secuestradas.