miércoles, 28 de agosto de 2019

Poema


Nada de nada 
Beatriz Actis


En el oeste arde una furiosa estrella.
Wallace Stevens

 


Éramos, tal vez,
solo dos desamparados
que hablaban en la noche
hasta que vimos amanecer a través de las ramas,
detrás de la ventana.
Su padre, que había sido fotógrafo
y a quien conocí durante la niñez,
se estaba — dijo— quedando ciego.
A lo largo de esa noche interminable
tuve, muchas veces, unas ganas enormes de abrazarlo.
Y ahora recuerdo algunas de sus frases
que me siguen dando ganas de llorar
    tantas ganas de llorar.
Yo también hablé, un poco, sobre mi padre.
Desde su muerte siento que lo único necesario es nombrarlo.
Pensé: No puede ser, todavía lo extraño.
      (No solo a mi padre, claro,
      era a él a quien iba a estar extrañando a la mañana siguiente,
      y hacía unos días ni nos conocíamos siquiera)
Me dijo, riendo: Somos gente con una infancia en común
que no compartió nada de nada.
       Es que podíamos hablar durante horas sobre detalles
de las calles del pueblo
de hacía cuarenta años
y de gente conocida, pero nosotros
en verdad
cuando éramos niños
no sabíamos ni remotamente
quién era el otro.

*

Él ahora me habla
sobre las estrellas,
sobre cómo se ven de límpidas
o de cercanas
cuando todo alrededor es oscuridad.
Y ese lento extrañar
—a pesar de su voz en el medio de la noche —
la transforma
en un mar ennegrecido
en que sus manos vuelven
como olas.
  El brillo inadvertido de estrellas de llanura
  sin embargo
  nunca llegará hasta aquí,  a esta ciudad.
Es el instante en que los lentos amores reaparecen
y la clara luz oeste
no es más que una amenaza que no se cumplirá.



domingo, 25 de agosto de 2019

sábado, 17 de agosto de 2019

Enrique Lihn - Poema

Estación terminal 
(Enrique Lihn)
Esta será ya lo veo tu última imagen:
nuestra despedida en el poema en la estación terminal.
No sé por dónde empezarla para que no se me escape nada,
y las gentes las cosas apelotonadas aquí tienen algo de
agobiadoramente comparable a los restos que se enfrían
frases enteras o adjetivos de una pequeña obra maestra
sobre la cual pesara, hasta perderla, esta impaciencia,
nuestro cansancio mi inarticulación la ferocidad del egoísmo
por el cual cuando me empiezan a doler los pies
prefiero la cama a cualquier otra cosa incluyendo
a la poesía que voy a decirlo todo esta noche eres tú,
y, entretanto, no insistas en que un gordinflón de cuarenta años
duerma apoyado en tu hombro, para retenerlo otro poco.
A la estación le sobran escenas como estas,
la cara triste de la revolución
que me sonría por la tuya
con algo de una máscara de hojas de tabaco
pequeña obra maestra de la noche te improvisas
una moral una paciencia y hasta lo que llamas tu amor,
nada podría de todo eso
brotar en esta tierra caliente removida por los huracanes
sobre la que pasa y repasa este mundo con sus pies,
y se acumulan los restos a la espera de mis adjetivos,
obscenos bultos un mar de papeles, etc.,
algo, en fin, como para renunciar a este tipo de viajes.
Me parece llegar a la edad más ingrata,
me parece recordar el momento presente:
no eres tú la muchacha que conocí hace un año
ni te marchaste en circunstancias que prefiero olvidar.
Por el contrario, ¿no hicimos el amor?
Una y mil veces, se diría, y para el caso es lo mismo:
te reemplazaron hasta en eso como una sombra borrara a otra,
y tu virginidad: el colmo del absurdo
no te defiende ahora de parecer agotada.
En realidad recuerdo que nos despedimos aquí,
pero no puedo precisar, con este sueño, cómo ocurrió la despedida,
en qué sentido tus manos me revuelven el pelo
y yo arrastro tu equipaje una caja de latón
o me insinúas que te regale un pullover.
A los ojos de la gente que no distingo de mis ojos
sino para mirarles desde una especie de ultratumba
somos una pareja un poco desafiante
y acostumbrada a esto en su Estación Terminal
un blanco y una negra
contra la que, en cualquier momento, alguien arroja una
sonrisa estúpida
el comienzo de una pedrada
La cara triste de la revolución
y yo la tomo entre mis manos de egoísta consumado
Tanto como los párpados me pesan quienes se sientan en el suelo
a esperar una guagua hasta la hora del juicio
en que el viejo carcamal logra ponerse en movimiento
y los riegue lentamente por el interior de la República.
Tu última imagen quizá con tus yollitos en el pelo,
esta falta de sentimientos profundos en que me encuentro
parecida a la pobreza por la que en cambio tú
no sientes nada o bien una despreocupada afinidad,
la risa de juntar unos medios con tus alumnos,
el espejo que se guarda debajo de la almohada para soñar con quién se quiera
y tus visitas a la abandonada
que por penas de amor se llena de hijos.
Ya no estoy en edad de soportarme en este trance
ni los bolsillos vacíos ni la efusión sentimental son cosas de mi agrado,
hasta leyendo mis propios versos más o menos románticos bostezo
y se me dormiría la mano si tuviera que escribirlos.
Cuántos años aquí, pero, en fin, tú eres joven:
«de otro, serás de otro como antes de mis besos».
Yo prefiero al lirismo la observación exacta
el problema de lengua que me planteas y que no logro resolver te escribiré.
La Estación Terminal un libro abierto perezosamente en que las frases ondulan
como si mis ojos fueran un paraje de turistas desacostumbrados a estos inconvenientes,
nada que se parezca a una mancha gloriosa,
ya lo dije, de vez en cuando, una observación estúpida:
piedrecillas que se desprenden de este yacimiento humano,
incongruentes, con el saludo de Ho Chi Min
transmitido por los altoparlantes institutrices
de esas que no dejan en paz a los niños a ninguna hora de la noche,
y sin embargo, tú duermes con tranquilidad
capaz de todas las consignas, pero con una reserva al buen humor
quizá la clave de todo esto
un primer verso que pone al poema en movimiento como por obra de magia.

Taller de literatura para niños en Rosario



Visita de la ilustradora María Jesús Álvarez
Rosario, Taller de literatura para niños, jueves de 18.30 a 20.30 - Consultas: beatrizactis@hotmail.com

domingo, 11 de agosto de 2019

Micro sobre Beatriz Vallejos - Literatura en construcción


Tuve la valiosa oportunidad de leer poesía de Beatriz Vallejos y hablar sobre su obra en el programa del canal 5Rtv "Literatura en construcción", conducido por Ana Vicini y grabado en la Biblioteca Argentina de Rosario 

lunes, 5 de agosto de 2019

Poema de Jorge Galán


La herencia

Han pasado quinientos años, y un poco más
y sigues erguido en la neblina. No logras entender
el sonido del río que crece como un niño a los doce años
y se vuelve un hombre tendido sobre la superficie
de las piedras, y se pone de pie
y salta al abismo y cae de pie y sigue y sigue
hasta encontrar el mar, que es una casa siempre.
Sé que no comprendes el peso de los inmensos árboles
ni ves el brillo de la obsidiana
romper la oscuridad del aire, ni escuchas
el grito de la breve esmeralda
ni sientes la vibración del bisonte por la interminable pradera,
el bisonte cuya pezuña jamás puede destruir el color rojo
de las pequeñas insignificantes flores.
No comprendes la belleza de lo inexplicable. El ruido
de lo genuino, donde no existe el hombre.
Tu lengua no es mi lengua, las palabras
son semejantes pero no los significados.
Te he visto mirarme quinientas veces, pero mírame
una vez más, obsérvame erguido frente a la claridad del mediodía,
frente a la tormenta de nieve, no soy un visitante del mundo
soy el mundo,
y soy el viento del norte
envilecido al rozar las inclinadas cabezas
de los habitados por la oscuridad y la muerte.
No soy tu descendencia. Tu padre
no es mi padre ni tu madre es la hija de mi madre,
pero nada es distinto en la brisa de la tarde para nosotros,
el fuego de la lámpara no es más bello que el fuego de la fogata,
la bellota no es más hermosa que la concha marina
ni la laguna que una mano llena de fango.
Cuando se cuenta el cuento de la creación,
el instante de inicio es el mismo
en cualquiera de las lenguas que conocemos.
En la profundidad de las aguas, no hay un centro posible
ni un final en el viento, donde todo retorne.
He visto palomas de neblina vagar entre tus largos edificios,
he visto miles de hombres cayendo en una sola tumba
y flores que nacían sobre ella, y venados
comiendo de esas flores, y lluvia, y barcos en la lejanía,
y luego un páramo desolado y sombrío, y alguien más
andando de espaldas para siempre, he visto
y he callado, por eso ahora besa mi labio sin amor
y comprende a qué sabe la inmensidad
donde el acantilado y el  cielo no poseen ninguna diferencia.

                                                                     Jorge Galán (El Salvador, 1973)