lunes, 26 de marzo de 2018


Taller LA LITERATURA EN EL NIVEL INICIAL

 Sábado 31 de marzo, Librería Homo Sapiens, 9 a 12.30, ROSARIO

 Inscripciones: inscripcion@homosapiens.com





 Fábula - Beatriz Actis 

   Un señor tenía un pato que ladraba. Lo metió en un canasto con tapa y se fue a recorrer las plazas de los pueblos.
   Le decía a la gente que tenía un pato que ladraba, pero nadie le creía. “Si me dan una moneda”, les decía, “se los muestro. Si no ladra, les devuelvo la moneda y les doy otra más”.
   Entonces sacaba el pato, que como estaba un poco confundido no ladraba, le hablaba en la oreja para convencerlo y el pato ladraba.
  Con el dinero que ganó gracias al pato, el señor se compró una motoneta (para él) y un carrito (para el pato). El carrito tenía una sola rueda e iba enganchado a la motoneta como un sidecar. También le compró un casco al pato.
  Un buen día, el señor encontró un gato que hacía mu y también lo metió adentro del carrito. Se llevaba muy bien con el pato.
  Después encontró un perro que hacía miau y tuvo que agrandar el carrito. En realidad, lo cambió por otro más grande (un carro y no un carrito). Compró dos cascos más.
  Fue entonces cuando encontró la vaca que hacía cua y tuvo que comprar un carromato de circo para que entraran todos. (Los cascos ya no eran necesarios).
  En el viaje, los animales conversaban porque si no se aburrían. Se hicieron muy amigos.
  En medio de la larga travesía por la llanura, el pato le enseñó a ladrar al perro, el perro le enseñó a maullar al gato, el gato le enseñó a mugir a la vaca y la vaca le enseñó a parpar al pato.
   Entonces se dieron la mano, abrieron la puerta del carromato y cada uno se fue por la vida con rumbo distinto.
  Ahora que eran bilingües podían trabajar como traductores (sobre todo el pato, el gato y el perro) o como secretaria ejecutiva (sobre todo la vaca).
  También podían publicar un diccionario vaca – gato, gato – vaca; pato – perro, perro – pato; etcétera.
  El señor les vendió el carromato a los gitanos y se fue con su motoneta a buscar algún gladiolo con olor a jazmín, o bien, alguna mandarina con gusto a banana.
  No sabemos qué tal le fue.



 

domingo, 18 de marzo de 2018

Lo que costó que me llamaran Micaela

Lo que costó que me llamaran Micaela
Beatriz Actis


  Me acuerdo bien de la mañana en que el campito empezó a desaparecer.  Cómo no acordarme. Nos levantamos y vimos a unos hombres sacando malezas y a otro con una máquina que de a ratos parecía que removía la tierra y de a ratos la aplastaba, y siempre hacía un ruido infernal. Es una motoniveladora, dijo Javier. Javier es mi hermano. El campito era nuestra cancha de fútbol. Yo a veces le decía “el campito” y mi hermano y sus amigos siempre le decían “la canchita”.
  A mí me gustaba el fútbol, pero no solo mirar. Los chicos a veces me dejaban jugar con ellos, a veces no me dejaban. Cuando finalmente jugaba, ¡se pegaban un susto! Yo era buena en la gambeta. Pero una vez le hice un caño al Chelo y él se enojó porque los otros chicos lo cargaban y ahí no me invitaron a jugar durante no sé cuántos partidos. Después se les pasó.
   Cuando me daban un buen pase, metía goles (lo que pasaba es que a veces no me daban los pases). “Javiera” me decían, para hacerme rabiar, como si solamente fuera la hermana de Javier y ni nombre propio tuviera. “Micaela”, les decía yo. “Me llamo Mi-ca-e-la”, y se los separaba bien y lo decía en voz alta pero despacio para que entiendan. Una sola vez el Chelo y Fabián y hasta mi hermano gritaron gol y me abrazaron y no se pusieron celosos; fue cuando la metí en el ángulo en un partido contra los del otro lado de la vía. Ganamos gracias a ese gol.
    Después tuvimos que buscarnos otro campito,  más lejos,  demasiado  cerca  del  río; las
zonas bajas no eran buenas porque el río crecía o había mucha lluvia que no desagotaba y se inundaban. Igual, ahí hicimos la nueva canchita porque otro lugar despejado y sin dueño que reclamara o vecinos que se quejaran, no había. Pero el otro, ese sí parecía una cancha de verdad. 

domingo, 11 de marzo de 2018

Los clásicos en el aula

Taller LOS CLÁSICOS EN EL AULA: Tradición escrita y tradición oral.

 Sábado 17 de marzo, Librería Homo Sapiens, 9 a 12.30, ROSARIO.

 Inscripciones: inscripcion@homosapiens.com.ar


El zapato abandonado se lamenta
─es solo un instante─
y piensa
allí, tendido en la escalera,
que podría haber escapado
junto a su compañero,
por los jardines del palacio,
no hacia la carroza
sino hacia la libertad del bosque
antes de que lo atrape la mano del príncipe.

Otro hubiera sido el cuento.