miércoles, 27 de julio de 2011

Capote: "Nunca hay dos de nada"

“A Christmas Memory” Un recuerdo navideño (fragmento)

-Ya casi llegamos. ¿Los hueles, Buddy? -dice, como si nos acercáramos al océano.
Y, en efecto, es una especie de océano. Grandes extensiones perfumadas de árboles navideños, acebos de punzantes hojas. Bayas rojas como brillantes campanillas chinas: los negros cuervos se precipitan chillando sobre ellas. Ya llenos nuestros sacos de suficiente verde y escarlata para rodear de guirnaldas una docena de ventanas, vamos a elegir un árbol, por fin.
-Debe ser -murmura mi amiga- dos veces más alto que un muchacho. De esta manera ningún muchacho podrá robar la estrella.
El que elegimos es dos veces más alto que yo. Hermoso y valiente bruto que sobrevive a treinta hachazos antes de ceder con un crujiente grito de rendición. Tomándolo como un animal muerto, empezamos el largo arrastre. A los pocos metros abandonamos la lucha, nos sentamos y jadeamos. Pero tenemos la fuerza de los cazadores victoriosos; esto y el perfume frío y viril del árbol nos reanima, nos aguijonea. Muchos elogios acompañan nuestro regreso, a puesta de sol, por la carretera de arcilla roja que lleva al pueblo; pero mi amiga es esquiva y vaga cuando la gente alaba el tesoro cargado en nuestro carrito: "Qué árbol tan precioso, ¿de dónde lo sacaron?".
-De allá lejos -murmura ella con imprecisión.
Una vez se detiene un coche, y la perezosa mujer del rico dueño de la fábrica se asoma y gimotea:
-Les doy veinticinco centavos por ese árbol.
En general, a mi amiga le da miedo decir que no; pero en esta ocasión rechaza prontamente el ofrecimiento con la cabeza:
-Ni por un dólar.
La mujer del empresario insiste.
-¿Un dólar? Y un cuerno. Cincuenta centavos. Es mi última oferta. Pero mujer, puedes ir por otro.
En respuesta, mi amiga reflexiona amablemente:
-Lo dudo. Nunca hay dos de nada.

sábado, 23 de julio de 2011

Pasolini

"Al Príncipe", de Pier Paolo Pasolini

Si regresa el sol, si cae la tarde,
si la noche tiene un sabor de noches futuras,
si una siesta de lluvia parece regresar
de tiempos demasiado amados y jamás poseídos del todo,
ya no encuentro felicidad ni en gozar ni en sufrir por ello:
ya no siento delante de mí toda la vida…
Para ser poetas, hay que tener mucho tiempo:
horas y horas de soledad son el único modo
para que se forme algo, que es fuerza, abandono,
vicio, libertad, para dar estilo al caos.
Yo, ahora, tengo poco tiempo: por culpa de la muerte
que se viene encima, en el ocaso de la juventud.
Pero por culpa también de este nuestro mundo humano
que quita el pan a los pobres, y a los poetas la paz.

De “La religión de mi tiempo”, 1961

martes, 19 de julio de 2011

Expedito, de Andrea Marchiol

El amor de Expedito
Taller de Escritura 2011 - Literatura para Niños

Nunca pensó que el amor podría cambiarlo todo. Y cuando digo todo es todo.
Hablo de mi amigo el león Expedito, que se enamoró de la tortuga Catalina. Una tortuga rellenita, pintoresca, de sombrero rojo y sombrilla azulada.
Expedito la vio pasar por primera vez… Ella lenteneaba por las calzadas del zoológico de Buenos Aires. Primero con un poco de envidia la ojeó de lejos (Digo envidia porque la vio libre, sin encierros, sin clausura, coqueteando caminos que sólo permitían el trajinar de las personas). Días más tarde, esa envidia se transformó en éxtasis y admiración, mientras miraba fascinado esa paz que Catalina cargaba a cuestas en su caparazón marrón.
El amor surgió enseguida, sin esfuerzos; la necesidad de observarla crecía en su alma real. La veía hermosa, tan firme en su libertad y con tanta serenidad que parecía que se tragaba el tiempo de a sorbitos. Tardaba horas en devorar unos tréboles en flor que degustaba como gourmet de alta cocina… Parecía enredada en sueños taciturnos, casi íntimos.
El estatus de enamorado del león lo hizo perderse día y noche en aquel amor secreto. Empezó a modificar sus gustos. Expedito -que ya se había visto todas las películas de guerra que Silvester Stallone había protagonizado y más- empezó a asistir a los ciclos de cine de autor europeo, pensando que a Catalina podría interesarle compartir charlas sobre los festivales de Cannes, Berlín y San Sebastián.
Se cultivaba con libros sobre el calentamiento global y las energías alternativas que Joaquín, nuestro cuidador en el zoo, le pasaba entre reja y reja. En su recóndito interior estaba seguro de que a Catalina le atraían los tipos alternativos.
Yo lo veía raro: ya no rugía, contemplaba el silencio, no caminaba hecho un manojo de nervios en la jaula, sino que su andar se había vuelto lento y liviano, se mantenía sosegado. A esto último lo consiguieron las clases de meditación y de yoga que la lechuza platanera, dos veces por semana, le dictaba, guiando su espíritu desde el plátano más alto del zoológico.
La realidad de Catalina era un poco diferente. Después de tantos años de cautiverio consiguió la confianza de los cuidadores. Por lo tanto, había canjeado su libertad definitiva por una libertad condicional, circunscrita a las fronteras del zoo. Visitaba cada tardecita de Buenos Aires a sus amigas que todavía debían cumplir las reglas estrictas del establecimiento. Tomaban mate de lechuga y pétalos de rosa china, flor-manjar preferida de toda tortuga de jardín urbano, que Catalina recogía cerca de la jaula de Expedito. La rosa china, al ser roja, conseguía embadurnar los labios de Catalina con un color carmesí que le daba un toque de distinción. Esto le causaba mucha gracia a Expedito.
El león hizo cursos a distancia de canto lírico, dirigidos por Africano, pájaro cantor de esas latitudes que había llegado al zoológico recientemente y al que todavía le resultaba bello cantar. Es de reconocer que a Expedito este menester no le resultaba nada fácil, pues su voz ronca y demasiado fuerte le impedía acompañar correctamente al Coro Polifónico del Zoo de Buenos Aires.
Pero lo más extraño fue el día en que el león más selecto de la institución comenzó a rechazar las patas entera de res que diariamente Joaquín, nuestro cuidador, ponía a su alcance. Habiendo pasado una semana entera de rechazos injustificados (Expedito no daba síntomas de padecer ninguna enfermedad leonina), Joaquín -que sabe mucho de leones pero más sabe de amores- decidió cambiar la dieta por un rico revuelto vegetariano: kilos de berenjenas caprese, rúcula con tomatitos cherry, cous cous con diente de león… y otros placeres de un verdadero vegetariano.
Expedito expresó su amor de diferentes formas. Intentó una comunicación más cercana con Catalina ronroneándole cariñosamente (casi como lo hacen los gatos pequeños) palabras de amor, cuando ella recogía, cerca de su jaula, pétalos de rosa china para el mate con sus amigas. Pero la dificultad idiomática entre león y tortuga no afectaría tanto la comunicación como la sordera progresiva e irreversible que Catalina sufría desde hacía varios años y que ningún tratamiento probado había mejorado.
El león, sin saber que la tortuga se hallaba sumergida en un universo silencioso, también pidió ayuda a la garza real que revoloteaba en las inmediaciones para enviarle cartitas de amor, pero Catalina no sabía leer: en su época de infancia, las tortugas no podían concurrir a la escuela. Y las cartas pasaban desapercibidas como cualquier papel de chocolatín tirado por manos humanas desatentas en las callejuelas del zoo.
León y tortuga nunca lograron intercambiar una mirada, pues el caparazón de ella hacía que su cabeza no pudiera proyectarse más allá del suelo. Catalina nunca supo del amor de Expedito, y Expedito no pudo franquear las barreras entre ambos reinos. Igualmente, creyó que estaba bien cambiar, que ser un león vegetariano y meditabundo había sido algo así como conquistar su libertad.

Piratas, de Inés Mené

Instrucciones para ser un pirata
TALLER DE ESCRITURA 2011 - LITERATURA PARA NIÑOS


Para ser un gran pirata
hace falta estar preparado
(y, a veces, enojado)
Si sos escocés, francés, holandés,
español o portugués,
o si venís de colonias americanas
como Barbados, Jamaica o Las Bahamas,
pertenecés a este grupo piratesco.

No es el aspecto lo importante,
tampoco estar espectacular
ni falta hace usar ningún jabón...
Total, para bañarse, ¡siempre está el mar!

Una chaqueta azul corta,
camisa a cuadros, pantalón largo de lona,
chaleco rojo y pañuelo
completan el guardarropas.

Si sos muy exigente en el vestir:
cuellos y sombreros de fieltro y seda
bien ganados los tendrás en tus botines
junto con cofres con monedas,
equipamiento de barcos y artículos varios.

En la vida a bordo y en combate
cuidate de no perder ojos, brazos o piernas.
Si tenés alguna desgracia no te preocupes:
está previsto un sistema de compensación
para los perjudicados en esos embates.


¡Subite a una goleta de cien toneladas
con ocho cañones y setenta y cinco hombres,
y andá a recorrer el Caribe de entonces
con espadas ligeramente curvadas!

Fantasmas, de Verónica Laurino

Una casa nueva. (TALLER DE ESCRITURA 2011 - LITERATURA PARA NIÑOS)
Fantasmas

Hasta ahora la única cosa mala que le encontraba a esta casa era que no tenía fantasmas, me hubiera encantado vivir en una casa con historias de misterio, de chicos que se aparecen por las noches y te sacan la lengua, con cuentos de muertes trágicas, apariciones fantasmagóricas, ruidos de puertas que se abren y se cierran misteriosamente. Le pregunté a mi mamá si conocía alguna historia interesante que me pudiera contar de esta casa pero a mi mamá, al principio, no se le ocurría nada, era una casa nueva, construida por Roberto el arquitecto en un terreno comprado con dinero ahorrado honradamente. Entonces, después de esa sucesión de erres, se le ocurrió decirme que era mejor, mucho mejor una casa sin historia, que me las inventara yo, que usara la imaginación y empezó diciendo:
-- ¿Vos sabías qué había antes en este terreno, hace miles de años?
-- No, no tengo ni idea - respondí
-- Había un enorme pantano y en el pantano había toda clase de alimañas y estas alimañas se desperezaban a la mañana temprano y empezaban sus actividades, las actividades propias de las alimañas: tomar mates y despabilarse porque a la noche debían asustar a los niños.
-- ¿Qué son las alimañas, mamá?
-- Las alimañas son animales pegajosos, seres viscosos, y desde que Roberto el arquitecto construyó esta casa justo encima del pantano no pueden tomar más mates tranquilas pero sí pueden asustar niños y por eso aparecen por las noches y merodean por los pisos.
-- Eso es una mentira total, mamá, no me asustás con eso.
-- Te juro, preguntále a Hilda, ella a la mañana encuentra todo el piso baboseado y por eso limpia los pisos de pinotea con tanto esmero, saca la viscosidad de las alimañas, ¿no las viste nunca?
-- Nunca vi ninguna alimaña.
-- Andan por toda la casa, entran a la pulpería de Bartolo y le ensucian las boleadoras y le toman la ginebra, se bañan en la fuente de los pececitos koi, son un desastre.
-- Ay, mamá.
-- La única habitación donde no entran es en la habitación de los rompecabezas porque papá colocó naftalina (no les gusta nada la naftalina) y además cierra bien con llave para que no le baboseen los cuadros y no le pierdan las fichas.

sábado, 16 de julio de 2011

Poema de Milo De Angelis

"È possibile portare soccorso agli assediati. È possibile capire l'estate"

L'inizio ci assale. Volevamo capirlo / alla velocità dei morti, perdonare / le mani, quando urlano che nessuno / udrà il fruscio di queste biciclette / tra quindici anni o un rovescio di pioggia. Questo / palcoscenico impazzito sottovoce, queste toghe / in burla, che nemmeno il nostro / più storico ieri potrà recidere: nel taxi / a ferro e fuoco ecco le tappe e le abitudini / del crollo, il medesimo spavento circolare / mescolato a un valzer di spilli. Quindici isole / dopo l'infanzia. Tra poco, a Bari, aprono / le edicole. È mattino, nient'altro.

"Es posible auxiliar a los sitiados. Es posible
entender el verano"


Nos sorprende el comienzo. Queríamos entenderlo
a la velocidad de los muertos, perdonar
las manos, cuando gritan que nadie
escuchará el rechinar de estas bicicletas
dentro de quince años o tras un fuerte chaparrón. Este
escenario enloquecido en voz baja, la burla
de estas togas, que ni siquiera nuestro
más histórico ayer podrá eliminar: en el taxi
a sangre y fuego, las etapas y los hábitos
del derrumbe, el mismo espanto circular
mezclado a un vals de alfileres. Quince islas
después de la infancia. Dentro de poco, en Bari, abren
los quioscos. Ya es de día, eso es todo.

Milo De Angelis (Milán, 1951), en "Biografía sumaria"