lunes, 30 de abril de 2012

Diario (II)

Dice mi amigo: Al tipo le gusta conversar, una vez me dijo que es croata y que anda de paso, que viene de viajar por el mundo, y no sólo escribe, a veces dibuja. ¿Volvió? Le cuento que no ha regresado a la misma esquina del verano, pero que está viviendo en otra, también céntrica, cercana. Después recuerda que lo escuchó cuando simulaba hablar por un teléfono público; disiento: yo lo oí hablar realmente y pedir helado, al rato, un cadete de la heladería le llevaba el pedido a su pequeño campamento (a su guarida). Seguimos conversando sobre sus peculiaridades y especulamos sobre el origen, sobre la historia trágica que lo habría llevado a vivir en la calle. Es argentino, claro, y solo una fantasía su espíritu croata, o tal vez… Mi amigo vuelve a preguntar en qué esquina lo había visto en los días recientes, le respondo con la precisión que seguramente espera. Él hace un gesto de alivio: Temí que el barrio lo perdiera.

domingo, 29 de abril de 2012

Diario

Empezó el frío y salimos a buscar al Loco. Se había mudado de improviso de la esquina habitual pero, suponíamos, no se había alejado del barrio. Mi amiga teje mantas para los bebés de los hospitales y para los indigentes de la calle; fue ella quien lo ubicó enseguida. Está atrincherado a unas cuadras del paraje anterior, como en un fuerte improvisado hecho con el carro de supermercado y las señales viales (cadenas, conos, carteles) que siempre lleva con él. Nos pareció que estaba demasiado expuesto esta vez, en una esquina sin reparos; pensamos que no tardará en mudarse de nuevo (la cara cada vez más tiznada, las manos arrugadas por el frío). Tras su Fortaleza Bastiani, apenas asoma: tiene un mapa extendido sobre las piernas y lo examina con una linterna. Afuera, la ciudad es su deserto dei Tartari.

Flores y blancas

miércoles, 18 de abril de 2012

Presentación

Palabras de Gloria Lenardón en la presentación: Como tres tristes tigres, un trabalenguas latinoamericano, en la novela “Los años fugitivos”, finalista del premio Emecé y de Letra Sur, tres especialistas en suelo, más uno más (loco por añadidura, dadas sus arengas bíblicas) –también podrían ser los cuatro jinetes del Apocalipsis- se aplican a la búsqueda de petróleo en la Patagonia argentina. Los cuatro ingenieros: César Pelayo, Mercedes Petryla, Genaro Bresler, más Alfredo Molina Navas el loco, buscan el oro negro, la riqueza que deben desenterrar, “el aceite de roca”, para mover lo que está irremediablemente quieto, la maquinaria que no produce porque no tiene combustible, la energía que debe animarla. Siguiendo las condiciones actuales de la novela que rechaza estímulos fijos y busca otros mecanismos que activen su funcionamiento, la novela de Beatriz Actis no sólo borra la cronología sino que borra también las relaciones lógicas entre las unidades narrativas; en “Los años fugitivos”, cada unidad adquiere independencia, resalta el “en sí”, y los cuatro personajes que hablan desde la primera persona dan cohesión a una voz única, la voz de la novela a la que se subordinan; se trata de una voz que se hace oír por encima y que suprime las distancias entre las voces que la conforman, aunque las cuatro sigan manteniéndose como entidades autónomas. La novela que se fragmenta en el cambio de voces explicita en sus enunciaciones otras voces que la sustentan, citas, canciones populares, el folletín, películas, pinturas y autores que hicieron historia, la historia real que circula por fuera de la historia de la novela rozándola, como el peronismo, sus fragmentos. El plural del discurso es ejecutado por un colectivo, la disparidad junta sus filos, y en la yuxtaposición, en la suma, se crea una ilusión de continuo. Capote, Fitzgerald, Graham Greene, Herzog, Neruda, Bolaño, Andrés Bello y otros, en connivencia con el personaje César Pelayo, el cubano itinerante que terminó finalmente viviendo en Chile y que tiene como Neruda su Josie Bliss, en la persona de la mujer que quiere cortar con el cuchillo con que cenan la conexión de Pelayo a la máquina que lo hace soñar y sin la cual no puede vivir. En “El derecho a soñar” Bachelard dice: “Por su vida colorante, la tinta puede hacer un universo con solo encontrar un soñador, siempre si escucha bien todas las confidencias de la mancha”. Los entornos sucios, los paisajes, todos los escenarios áridos de la novela parecen confluir en la misma pendiente, en la misma dureza gris del suelo de Santa Fe que al orillar el río no escapa a los derrumbes. El relato interroga a las formas que lo rodean, su densidad, su resistencia, su posibilidad de sobrevivir, la belleza triste, rústica, que se disuelve por nada. Dice Mercedes: “Los animales muertos flotando a través del Paraná a orillas del puente y debajo de él, como una marcha fúnebre y lenta hacia la desembocadura”; Mercedes ha recibido tempranamente más de una advertencia, en los pozos de la pampa donde vivía cuando era chica el agua dulce tenía sal, vestigios del mar que se filtraban debido al suelo permeable, en los juegos infantiles la imaginación estaba alimentada por una montaña de cartón por la que se deslizaba como por un tobogán pero que el fuego reduciría rápidamente a cenizas, el piano que se empecinaba en tocar sin pensar en la dificultad, sin prestar atención a la advertencia de que querer conseguir música con un objeto complejo hace sufrir. Aunque puestos en marginalidad discursiva, las cenizas del volcán: la materia pastosa que fabrica en su interior y que va cubriendo los espacios; las salinas, las ratas en los ríos del litoral, los pozos de aguas turbias, los suicidios, las murgas que se repiten, son sin embargo fragmentos relevantes, quizá determinantes, en el sentido de la novela, se refuerzan mutuamente y van descifrando el enigma del campo temático. "Los años fugitivos" es una novela de migración, de desplazamientos, de cruce de símbolos, de traslados que se rubrican con el propio traslado de los personajes de un punto a otro y que siguen conservando dentro de sí todo lo visto; es una novela que lejos de lo codificado, abstraída sobre sí misma, expande el arte del disimulo, tal cual lo hacen los sueños cambiando las cosas de lugar, como la máquina que hace soñar a Pelayo oxigenándole la cabeza.

Escoceses pasan silbando bajo la ventisca

Había leído aquel poema de Montale sobre la calle de la media luna antes de conocer Edimburgo. Era el fin del otoño y la primera nevada caía. A poco de llegar vi que la media luna no era una calle sino una batería del Castillo que amenaza o embellece la ciudad. En el poema dice Montale: “El hombre que predicaba bajo la Media Luna me preguntó: ¿Sabes dónde está Dios? Lo sabía y se lo dije. Movió la cabeza”(es a la vez espléndido y triste). Entramos en un bar de la ciudad medieval, una tarde oscura, huyendo de la tormenta. Adentro, mujeres de nacionalidades inciertas (¿danesas…?) bailaban, y escoceses tocaban guitarra y violín, todos bebían bajo la mirada estática –eterna- de un retrato de Robert Burns. No teníamos frío, no teníamos miedo, éramos jóvenes y amábamos, no nos delataba la mortalidad. Afuera, escoceses pasaban silbando bajo la ventisca.

lunes, 16 de abril de 2012

Contratapa de mi última novela

En “Los años fugitivos” (novela finalista de los premios Emecé y Letra Sur), el pasado fundante impresiona en los tiempos venideros y es esa impronta la que es recuperada a través de la escritura: vuelve en los recuerdos, en la ropa de los muertos (y así se configura la ausencia como tema). Pero, en los personajes, la recuperación es imposible; el pasado sólo deviene, fenoménico, a través de los mecanismos de asociación de la memoria que repica, por ejemplo, carnavales pueblerinos –de la llanura cercana al litoral- ante los carnavales de Praga, a la manera de los objetos evocadores de Proust.
Esta escritura no es nunca concesiva; exige un lector atento a los cambios de narrador, los saltos espacio-temporales a los que llevan los actos de memoria de los personajes, las referencias culturales y políticas, el lenguaje minucioso a través de diálogos evocados, diarios, soliloquios (que convienen a la soledad de los personajes) en los que la prosa fluye, impecable. Nunca, la pasividad del lector, porque el relato se dispara hacia lugares, épocas, situaciones y personajes diversos que se van entrelazando desde un presente en que la protagonista evoca.
Ella es quien se pregunta: ¿Cuál es mi casa? Y es que hay un destino de fuga inexorable que hace mutar todo, porque así son las cosas y lo que uno hace con ellas. De este modo, el lector es llevado a aceptar, como parte de la propuesta de la novela, que todo lo intenso se desvanece de modo irremediable; el lector es llevado a experimentar una sensación parecida a la de los personajes: el desvanecimiento de las sensaciones fuertes, la falta de sentido, la dispersión, aunque no haya olvido.
Finalmente, este lenguaje exquisito, esta trama exigente que Beatriz Actis construye con maestría muestran que todo está en silencio, el silencio de los seres solos y en fuga (como el río, como los años, como las intensidades perdidas), sólo sus voces internas resuenan, ya que en general no hay interlocutores presentes.
Novela del después: después del amor, de los vínculos familiares, afectivos, de las experiencias intensas, de la lucha tras un ideal. ¿Qué queda después de todo?

Ricardo Barberis
(De la contratapa del libro "Los años fugitivos", Alción Editora, 2012)

domingo, 15 de abril de 2012

Caribe

“Una revolución no puede cumplir cincuenta años”, dijo, y bebíamos
un té en su casa del Vedado. No importa, pensé,
a mí aún me arrebata esta emoción; me transfigura.

miércoles, 11 de abril de 2012

Diario (cuatro)

Si creyera que la vida se dibuja como un mandala, diría que la noticia del ex combatiente de Malvinas dado por muerto que apareció treinta años después, loco y mendicante, en las calles de Tacuarembó y fue repatriado casi moribundo a su pueblo natal de Itá Ibaté, tiene que ver con la historia del suicidio de una amiga de juventud, que pasaba los veranos en aquel lugar de Corrientes en donde, tal vez, gestó secretamente su locura (o al menos eso pensábamos a los veinte años, atónitos ante su muerte) e, incluso, con la del muchacho indigente que vive en la vereda, duerme en una esquina de Rosario y rodea su precario lugar a la intemperie de señales viales y objetos que tienen con ver con la guerra: fotos, cuchillos, una especie de cantimplora, varias insignias desgastadas.

Diario

En este mismo momento dos pandas duermen en el zoológico de Edimburgo.

domingo, 8 de abril de 2012

Diario (Viajes)

Malargüe
Era otoño y las hojas de los álamos caían sobre el jardín del Observatorio, sobre las banquinas, al costado de la ruta de acceso al pueblo, todo más y más amarillo. Hasta hacía un rato nos había perseguido el frío pero enseguida empezó a soplar un Zonda caliente, las hojas volaron de modo veloz y quedé envuelta en un torbellino que oscilaba y crujía. Después del Zonda, sabíamos, llegaba la nieve. En Malargüe tomamos espumante hecho en San Rafael con uva blanca chardonnay y uva tinta pinot noir, el champagne, me han dicho, tiene litio, las sales de litio ayudan a estabilizar el ánimo. El clima mendocino, el desierto alrededor, la calma cuando se marchan los turistas, más el espumante con las sales de litio diluyen el verano, impiden el azote indescriptible del recuerdo, aunque cierto dolor, ciertas tristezas vayan a estar aquí durante largo tiempo. El verano es, cerca de la montaña, apenas una primavera.

sábado, 7 de abril de 2012

Miles

Diario (tres)

Fue una buena noche de verano y no una mala noche de verano como las anteriores. Esto quería decir que antes del amanecer o bien entrada ya la madrugada, una brisa fresca reconfortaba los cuartos y podíamos dormir con las ventanas abiertas de par en par sin que nos enloquecieran los mosquitos ni las conversaciones de los vecinos insomnes en los balcones linderos. Nos habíamos mudado hacía poco, y lo primero que vi del edificio cuando el empleado de la inmobiliaria me lo mostró fue una de sus paredes exteriores en la que se reproducía una pintura de Gambartes. Algunos edificios de departamentos, en esta ciudad, ostentan réplicas a escala de pinturas argentinas famosas, en lo que se publicita como “un museo a cielo abierto” en “una urbe profundamente plástica”. Ahora un insomnio calmo me encuentra sentada en la cama, la espalda contra la pared, mientras tal vez Gambartes, del otro lado, espera que amanezca.

viernes, 6 de abril de 2012

Diario (dos)

Esta mañana alguien escribió en mi blog que había comprado en una librería de usados un viejo “Lobo estepario” y que adentro había un recorte mío de un diario (algún reportaje, la crítica de un libro, no sé bien) y entonces me googleó y me escribió para contármelo; esta tarde salí por el barrio desierto y encontré abandonado en una ventana un libro con una dedicatoria del año noventa y siete, cuyo autor es un amigo de Buenos Aires que no veo desde hace largo tiempo.
Quiero saber qué va a pasar esta noche.

Diario (uno)

Barre. Cada vez hay más señales de tránsito entre sus pertenencias escasas, que parecen salidas de un curso de educación vial (¿adónde las consigue?): cascos, banderines, conos anaranjados. Una de estas noches lo vi sacando fotos, parado y muy quieto; apuntaba durante largo tiempo, fogonazo tras fogonazo, hacia el mismo lugar, la vereda de enfrente, desierta. Otras veces escribe, sentado en la improvisada cama-mesa de la esquina de Sarmiento y Urquiza, en un cuaderno espiralado. Es joven. En el barrio -a alguna gente le asombra que para mí el centro sea "el barrio"- lo vemos todos los días: vive a la intemperie. No sé cómo se llama.

jueves, 5 de abril de 2012

Mi casa es una parte del universo

Alfredo Veiravé

Los que la vieron dicen que la tierra
es una esfera en el espacio, un planeta
más bien pequeño
del tamaño del dedo pulgar de los astronautas.
Yo no lo dudo porque he visto las fotografías
y porque ahora estoy a casi medio planeta de mi casa.
Lo mejor de todo esto es que en ese pulgar
también mi casa es una parte del universo.
Cómo no serlo si en el patio del fondo
hay un filodendro de gigantes hojas y también gusanos bajo
la tierra
aptos para la pesca, y ahora que me acuerdo
el olor de los helechos contra la pared
la cara de Delfina o Federico entre los árboles
y aquel canario que se nos voló de noche.

Un poema de Gustavo Roldán

Junto al tercer botón de la camisa

Sí, ya sé,
todavía
no llegó el otoño.
Están verdes las hojas
los pájaros siguen
... cantándole al verano
y revientan las flores
los yuchanes.
Todo eso es cierto.
Pero me toca una tristeza
aquí
del lado de la furia
junto al tercer botón de la camisa
contando de arriba para abajo.
Qué hacer entonces
sino hablar del otoño
cuando me toca ese dolor
aquí
del lado de la furia.

(En el libro BALADA DEL AULLADOR)

miércoles, 4 de abril de 2012

De Carlos Piccioni

La pensión de Angelita

De lentejas
y tardanzas,
la pensión de Angelita

aun en la brevedad
de los horarios,
por decirlo así
festejábamos la cuadratura de la mesa,
y renegábamos de la dictadura de Onganía,
de la basura
ancestral de las dictaduras.

Nos reunía también
algún poema de Aldo,
que, seguramente, se dispararía
en el tiempo,
el nuestro, el tiempo de todos,
de rubén, juan carlos, alfredo, alberto.

Como enharinados textos vallejianos
nos correspondía esa mesa, esa pensión,
ese énfasis.