Uno
de mis libros de cuentos para niños se llama “Para alegrar al cartero” y el
cuento que le da título es la historia de un chico que escribe numerosas y largas
cartas en papel con ese fin: darle una alegría al cartero en tiempos de
comunicación virtual.
Justamente,
porque son épocas en que resulta habitual recibir, a través del correo postal, más
boletas de impuestos que correspondencia personal, me llena de un entusiasmo
propio de la infancia el momento en que el cartero llega y me deja cartas
escritas por mis lectores.
Así,
abro los grandes sobres y aparecen textos y dibujos de estudiantes de escuelas
primarias y también secundarias de distintos lugares, a veces con recreaciones
de mis cuentos o novelas, otras con preguntas y opiniones, etc., y en esa
catarata de creatividad y afecto se percibe, además, el trabajo de los docentes.
Otras
veces, la comunicación es personal. Cuando visito escuelas recibo en mano las
obras de los estudiantes y escucho sus preguntas y sus interpretaciones sobre
lo leído. Muchas veces, el diálogo continúa
a través de facebook. Es que, fiel
a los tiempos que corren, el intercambio también fluye por canales virtuales y
esos mismos testimonios con escritos e ilustraciones llegan escaneados y a
través del correo electrónico o de whatsapp.
Hace
pocos días, estaba preparando un audio para responder a chicos de una escuela
primaria que se habían comunicado después de leer los cuentos del libro “Historias
de fantasmas, bichos y aventureros”.
El grado que me había enviado el mensaje de voz había hecho especial referencia
a uno de los cuentos, protagonizado por dos Lloronas que se envían varias
cartas una a la otra.
Me pasé buena parte de la mañana
persiguiendo a mi gato para grabar el rarísimo maullido demandante con el que
suele matizar el silencio de la casa. Cuando el gato maullaba, yo me
acercaba con el celular y él cerraba la boca con una mudez inclaudicable. Finalmente,
tras lograr una actitud más participativa de la mascota, conseguí grabar un
fragmento del extravagante maullido y agregué al mensaje: "Como despedida,
va este ruido extraño que quizás sea el quejido de una Llorona de Rosario, o
quizás sea mi gato. Queda la duda".