sábado, 25 de mayo de 2019

Poema de José Watanabe

NUESTRA LEONA
Sé que el sol va y viene, inquieto, husmeándome
                                entre los cañaverales.
Sé que se demora en el cenit mirando ansiosamente el valle.
         El sol era nuestra leona.
Una imagen, aun de humilde imaginación verbal como ésta,
va a la mente
         y le pide que condescienda
con el poeta. Es el trato.
Esta vez no, esta vez sólo pido vuestra mirada inmediata y literal:
¿Quién, tan esbelto, salta de la venta a mi tarima
y me levanta de la nuca con sus suaves fauces
         y me lleva al río
                     sino es el sol?
         El sol era nuestra leona.
Un viento cálido me envuelve siendo aquí, en Baja Sajonia, invierno:
es la imagen creando su espacio en mi cuerpo enfermo,
         es el sol que me husmea como a hijo falto,
allá en el norte del país,
         donde me enseñó a caminar empujándome con el hocico. 


domingo, 12 de mayo de 2019

Otro poema de Alfredo Veiravé


Mi casa es una parte del universo
Los que la vieron dicen que la tierra
es una esfera en el espacio, un planeta
más bien pequeño
del tamaño del dedo pulgar de los astronautas.
Yo no lo dudo porque he visto las fotografías
y porque ahora estoy a casi medio planeta de mi casa.
Lo mejor de todo esto es que en ese pulgar
también mi casa es una parte del universo.
Cómo no serlo si en el patio del fondo
hay un filodendro de gigantes hojas y también gusanos bajo
         la tierra
aptos para la pesca, y ahora que me acuerdo
el olor de los helechos contra la pared
la cara de Delfina o Federico entre los árboles
y aquel canario que se nos voló de noche.


viernes, 10 de mayo de 2019

VEIRAVÉ

Carta inconclusa a Juan L. Ortiz bajo la noche de Gualeguay
(Alfredo Veiravé)



Ahora estás bajo la noche de nuestro pueblo –estrella de la
    luz de la noche, y está bien que así sea, Juan, porque
    ese fue tu mayor deseo durante tu larga vida.
Ahora estás bajo la tierra de Gualeguay que es liviana para tus
    anhelos de danzarín del alba, el parque y el río,
escala alada que no tiene nombre sino simplemente
                                                                   algunas repeticiones
                                                               como la flor del aromito
                                                            como el grito del chingolo
                                                     como el darse la mano de dos
                                                                         hombres sociales
                                                   como el hilo de las enredaderas
                                                 como el campo de la Carmencita,
como aquellas palmeras donde anidaban para ti los
                                                  pájaros ruidosos al caer la tarde.
Toda una red de sensaciones de percepciones de motivos
      aéreos, que dejaste para la perfección de otros
       genes animales donde soñarán en el sueño
       hasta reconocerse
       la delicada sombra de una perfección
       humana, el sabio conocimiento de la
       vida.
A veces sientes, me dices, las tropillas del viento por
                                                                             las cuchillas
       de Victoria, las verdes quintas de Gualeguay,
       el murmullo del agua que rompe toda su red melódica
       en un sauce; el grito de las ranas en el costado de
                                                                           los ranchitos.
Pero he aquí que advierto que ahora lo estoy tuteando
       como usted me pedía siempre y en verdad jamás
                                                                         pude saltar ese
        puente de los pronombres, ¿sabe por qué? porque                                           
                                                             desde mi adolescencia
        sentí a su lado que estaba en presencia de la poesía
                                                                                       misma,
        sagrada, mistérica, tan profunda que se nos hacía
        casi insoportable en los vértigos de las profundidades,
que usted, usted abría con su mano huesuda
                                                                moviéndose en el aire
         de Paraná, frente al Parque Urquiza,
         que a veces recorríamos y donde usted me hacía sentir
         o escuchar o percibir aquella “brisa del otoño” que
         en pleno verano se había refugiado entre la fresca
         sombra de los árboles, según el movimiento de las hojas.

¿Cree Juan que yo percibí su muerte cuando usted murió?
                                                   aunque estaba en esos minutos
                                                             últimos, muy lejos, casi en
                                                                             otro continente.
¿Y creerá que esa misma noche de septiembre algunos amigos
        me vieron salir de su casa de Paraná?
        ¿Y que, finalmente, Gerarda fue a ocupar la misma
                                                                                      casa donde
         yo nací, frente al viejo correo de Gualeguay, y donde ella
         había colocado su cabeza flotante de yeso?
Por supuesto que no solamente creerá estos milagros del azar
         o de la mente, sino que los explicaría orientalmente,
         como lo hace un maestro zen
         con el silencio.
Pero volvamos a esta noche bajo la cual usted
         duerme el sueño de los justos, de los bienaventurados.
Una noche sobre la cual mañana caerá la luz rosada
                                                                                         del amanecer
         “cuando el cielo palidece y se franja”
         y sus gatos y su perro Prestes y sus jacarandaes despierten
         cuando los toque con sus dedos finos y comiencen otra vez
         a hablarnos desde las corrientes de las profundidades
         en esta conversación interminable,
         en el “aura” de nuestro paisaje.
“Aura” como usted la llamaba y que era un resplandor,
         un tipo de conocimiento sobrenatural
         en dos espacios al mismo tiempo, uno que provenía
                                                                aparentemente, de lo real,
         y otro del alma que se desplaza en sueños
         o en vigilias trascendentes como la suya.
Ahora comprendo Juan que aquella aparente manía de
                                                                           su letra liliputiense
         no era sino la leve pisada de un insecto mágico
         que deslizaba ideogramas, interrogaciones,
         aptos para un idioma del susurro o ese cantito que usted
         murmuraba entre nosotros,
         antes de abrirse
         hacia el mundo.

lunes, 6 de mayo de 2019

Cristina Peri Rossi

Siete poemas 


XII

No fue nuestra culpa si nacimos en tiempos de penuria.
Tiempos de echarse al mar y navegar.
Zarpar en barcos y remolinos
huir de guerras y tiranos
al péndulo
a la oscilación del mar.
El que llevaba la carta se refugió primero.
Carta mojada, amanecía.
Por algún lado veíamos venir el mar.


MANUAL DEL MARINERO

Llevados varios días de navegación
y por no tener nada que hacer
estando la mar en calma
los recuerdos vigilantes
por no poder dormir,
por llevarte en la memoria
por no poder olvidar la forma de tus pies
el suave movimiento de ancas a estribor
tus sueños iodados
peces voladores
por no perderte en la casa del mar
me puse a hacer
un manual del marinero,
para que todos supieran cómo amarte, en caso de naufragio,
para que todos supieran cómo navegar
en caso de maniobras
y por si acaso
hacer señales
llamar con la o que es roja y amarilla
llamarte con la i
que tiene un círculo negro como un pozo
llamarte desde el rectángulo azul de la ese
suplicarte con el rombo de la efe
o los triángulos de la zeta,
tan ardientes como el follaje de tu pubis.
Llamarte con la i
hacer señales
alzar la mano izquierda con la bandera de la ele,
subir ambos brazos para dibujar
-en el relente nocturno-
las dulzuras lúgubres de la u.


ESCORIACIÓN

Herida que queda, luego del amor, al costado del cuerpo.
Tajo profundo, lleno de peces y bocas rojas,
donde la sal duele, y arde el yodo,
que corre todo a lo largo del buque,
que deja pasar la espuma,
que tiene un ojo triste en el centro.
En la actividad de navegar,
como en el ejercicio del amor,
ningún marino, ningún capitán,
ningún armador, ningún amante,
han podido evitar esa suerte de heridas,
escoriaciones profundas, que tienen el largo del cuerpo
y la profundidad del mar,
cuya cicatriz no desaparece nunca,
y llevamos como estigmas de pasadas navegaciones,
de otras travesías. Por el número de escoriaciones
del buque, conocemos la cantidad de sus viajes;
por las escoriaciones de nuestra piel,
cuántas veces hemos amado.

INVITACIÓN

Una mujer me baila en los oídos
palabras de la infancia
yo la escucho
mansamente la miro
la estoy mirando ceremoniosamente
y si ella dice humo
si dice pez que cogimos con la mano,
si ella dice mi padre y mi madre y mis hermanos
siento resbalar desde lo antiguo
una cosa indefinible
melaza de palabras
puesto que ella, hablando,
me ha conquistado
y me tiene así,
prendida de sus letras
de sus sílabas y consonantes
como si la hubiera penetrado.
Me tiene así prendida
murmurándome cosas antiguas
cosas que he olvidado
cosas que no existieron nunca
pero ahora, al pronunciarlas,
son un hecho,
y hablándome me lleva hasta la cama
adonde yo no quisiera ir
por la dulzura de la palabra ven.

de Descripción de un naufragio, 1974


NO QUISIERA QUE LLOVIERA...

No quisiera que lloviera
te lo juro
que lloviera en esta ciudad
sin ti
y escuchar los ruidos del agua
al bajar
y pensar que allí donde estás viviendo
sin mí
llueve sobre la misma ciudad
Quizá tengas el cabello mojado
el teléfono a mano
que no usas
para llamarme
para decirme
esta noche te amo
me inundan los recuerdos de ti
discúlpame,
la literatura me mató
pero te le parecías tanto.


REMINISCENCIA

No podía dejar de amarla porque el olvido no existe
y la memoria es modificación, de manera que sin querer
amaba las distintas formas bajo las cuales ella aparecía
en sucesivas transformaciones y tenía nostalgia de todos los lugares
en los cuales jamás habíamos estado, y la deseaba en los parques
donde nunca la deseé y moría de reminiscencias por las cosas
que ya no conoceríamos y eran tan violentas e inolvidables
como las pocas cosas que habíamos conocido.


de "Diáspora", 1976


LA PASIÓN

Salimos del amor
como de una catástrofe aérea
Habíamos perdido la ropa
los papeles
a mí me faltaba un diente
y a ti la noción del tiempo
¿Era un año largo como un siglo
o un siglo corto como un día?
Por los muebles
por la casa
despojos rotos:
vasos fotos libros deshojados
Éramos los sobrevivientes
de un derrumbe
de un volcán
de las aguas arrebatadas
y nos despedimos con la vaga sensación
de haber sobrevivido
aunque no sabíamos para qué.

de Babel bárbara, 1991