Ciudad desvanecida - Beatriz Actis
Hay, madre, un sitio en el
mundo, que se llama París.
Un sitio muy grande y lejano y otra vez grande
C. V.
París. El
suave frío gotear del aguanieve, bajo al andén y camino
Hasta el
centro de la gare, un mapa. Voy al hotel,
Miro la ciudad,
las ventanillas sucias.
Primera vez
París - quizás es demasiado -.
Después,
dejo los bultos, acomodo un poco.
Bajo a la
calle y camino por el Boulevard Haussmann,
las grandes
tiendas que poco me interesan,
Al fondo La
Opera.
Pregunto a
unos belgas la idiota pregunta iniciática:
¿Adónde
queda el Sena?
Mi olvidado
francés estalla, se pone en marcha, pregunto,
pregunto si
me pierdo, todo se puede preguntar, todo se puede contestar,
paso al
lado de un cesto en el Jardín de Tullerías y tiro el mapa,
que se me
dobla y se aja con el viento.
El frío
obliga a tomar chocolate caliente.
El frío
parisino de posguerra, la ciudad recuperada.
Notre Dame,
suena un órgano cuando entro: la misa de las seis.
Afuera, una
plazoleta cercada, ya oscurece, es el invierno,
Hay una
vieja sola sentada en el banco verde,
me siento
sobre una bolsa vacía de comida,
los
asientos están húmedos,
y cae la
tarde.
- dos -
A las tres de la tarde
llegué a la Gare du Nord y caía aguanieve.
Yo nunca
había visto nevar:
“Pues esto no es la nieve”,
dijo una
mejicana al pasar junto a mí y atropellarme
con su
bolso y su valija.
Claro,
pensé,
no lo es
comparada
con el
paisaje del Polo
en esas
películas de la televisión
de los
sábados por la tarde
sobre
Amundsen y las exploraciones en el Ártico,
esas
películas
en las que,
fieles a la historia,
Amundsen es
algún actor de cara nórdica,
trágica,
como la de
Max von Sydow,
por
ejemplo,
y entonces,
al lado
de la
visión en pantalla gigante
de gente
perdida o andando con perros
y precarios
trineos
- pero al
fin, trineos -
por un
continente de hielo,
con los
dedos de los pies a punto de ser
amputados,
lo que
estaba cayendo a la tres
de esa
tarde de febrero
sobre los
andenes de la Gare du Nord en París,
no,
no era la
concreción de ninguna idea
cinematográfica
sobre la
nieve,
ni
seguramente
tampoco
era la idea
al respecto de la mejicana
que ya se
alejaba atropellando
otra vez
extranjeros
con sus
bolsos por el frío, inhóspito andén
de la gare.
- tres -
Como en esa
película
con Bill
Murray
que siempre
vemos por la televisión,
en la que
se queda atrapado
en un
pueblito con nieve
y siempre
es dos de febrero,
inexorablemente,
por lo
tanto la rutina
se repite
sin cambios
y él sólo
logra amanecer
el día tres
el tres de
febrero
cuando
consigue
el amor de
Andy McDowell,
así yo en
París pensé:
Aguanieve,
ventisca,
sola en
esta ciudad deseada.
Tengo tanto
miedo de
quedar atrapada
(en las
despedidas todo se vuelve definitivo)
o de
quedarme sola
para
siempre
- cuatro -
Mientras
camino hacia el hall
central con
mi valija y mi paraguas
preparado
para las lluvias
abundantes
subtropicales
sudamericanas
y no para
el aguanieve de París,
pienso,
en algún
momento de la marcha
(lo pienso
como en una revelación
que nada
tiene que ver
con el
instante de mi llegada,
bajo esta
lluvia particular
que
reconozco)
en los
sueños,
de repente
pienso
que en los
sueños
no hay
donde esconderse.
Y también:
Que las
pesadillas
vuelven con
el día
y emergen
como el
cadáver de un ahogado
-cinco-
… recordé
los viajes,
algún largo
mediodía
parisino,
aunque
¿cómo
nombrar París
sin decir
París?