domingo, 19 de septiembre de 2010

Comienzo / novela

Beatriz Actis

Diario del viaje hacia la costa. El aire afuera, las partículas de polvo detenidas en la luz y vistas a través de la ventanilla del ómnibus: el paisaje de la costa es un destello. Se agradece la intemperie después de las horas de encierro en la ciudad, de respirar sin certezas; se agradece el agua del río (del río pardo) y esa vegetación de selva en pleno Litoral frente a la quietud de los días pasados, en que todo estaba detenido y no había un rumor de lluvia siquiera. La noche anterior a la partida de Frontera, salí a la calle desafiando el clima. En la costanera, ante el pozo profundo del río que se espía desde la barranca, bajo una luna desdibujada por el humo, pensé en lo temerario de meterse sola, de noche, en esas aguas. Le había escrito desde la ribera del Paraná a Gloria Amparo, mi amiga en la ribera del Pacífico, citando a algún poeta: Créeme, estoy en el centro de mi habitación esperando que llueva. Mi deseo es remontar el río, bordeando la costa o incluso a bordo de un barco pequeño, o ya se sabrá a bordo de qué, pero navegar por ese río. Pienso detenidamente en Gloria Amparo; supongo que, de tanto viajar, las huellas, los rastros nuestros se cruzarán un día. En su última carta, ella decía: “Querida amiga, las cosas por acá están color de hormiga brava, estamos ayudando en los albergues de los damnificados por el huracán”. Había vuelto a El Salvador desde Cali, en donde estaba viviendo hacía un año, para trabajar con las víctimas. Me adelantaba, sin confirmarlo, su viaje a la Argentina, que tantas veces había postergado. Nunca he visto a nadie viajar con tan poco equipaje como Gloria Amparo. Ella es sabia para viajar (y, tal vez, para muchas otras cosas), viaja con poco más que una muda y algunos elementos de higiene, compra en el sitio al que llega, si es necesario, una remera o una bermuda baratas y, cuando se va, las deja en un lugar público para que alguien las encuentre y se las lleve. No viaja nunca con algo más que la bolsa azul hecha por artesanos de Juayua, su pueblo natal.
Pienso con inocencia que remontar el río desde la ciudad de Frontera hasta el pueblo costero de Bleckman podrá darle algún sentido a mi vida, rescatarme de la desazón. Gloria Amparo, en cambio, en los últimos años baja por la costa del Pacífico (de San Salvador a Panamá, y de Panamá hasta Cali y el puerto colombiano de Buenaventura, y ahora por el huracán sube otra vez a El Salvador) y yo sospecho lo que la amiga busca: paraísos míticos, la solidaridad como alguna forma de lo extraordinario.
Nací en un puerto, debo aprender a partir. (...)

martes, 14 de septiembre de 2010

Sobre "Lisboa" en SUDESTADA

Hojas sueltas

Relatos con fondo de agua

Por: Nadia Fink



Con la excusa de repasar sus últimos libros de relatos, "Lisboa" y "Mujer que viene"; conversamos con Beatriz Actis y María Laura Fernández Berro; las escritoras desmenuzan sus obras, la relación con el lenguaje y las características de sus personajes marginales. Dos narradoras que registran el fluir del agua en cada uno de sus relatos.


Un libro cae en las manos, Lisboa, una recopilación de relatos de la escritora santafesina Beatriz Actis en los que el agua se filtra, zigzaguea por los recodos de cada cuento hasta formar un hilo que los atraviesa. Por causa de los azares, en esos días otra obra se acerca, Mujer que viene, de la escritora platense María Laura Fernández Berro, con la geografía del río presente en varios escritos y con la misma idea de relatos que fluyen y travesías donde lo que más importa es la incertumbre del viaje...

El agua

El agua no sigue caminos rectos. Es en las fisuras, en las depresiones, en los desvíos, donde el agua se introduce y corre, y va haciendo su camino particular. Las escritoras confluyen por lugares parecidos en esa cercanía del río. Para Beatriz Actis, los paisajes, de algún modo, se construyen. “Como nací en la llanura, aprendí de a poco a conocer el río; para mí, fue una especie de conquista. En mis primeros relatos, en otros libros, como ‘El día breve’ o ‘Todo lo que late’, sí aparece más el vacío de la llanura, esa desolación metafísica”.

En cambio, para María Laura el río es una presencia ineludible, “como un credo, rezo: nací cerquita del río y a este río lo amaré tanto en la literatura como en la vida... Hace unos años, conocí a Carlos M. Domínguez. Ahí, por primera vez, me planteé desde qué lugar escribimos los rioplatenses. Todavía no había salido mi primer libro de ficción. Pasaron cinco años y sigo pensando que escribimos dándole la espalda al río. Que estamos muy lejos de un Juanele, de un Quiroga, un Saer, un Conti... Pero, a pesar de eso, mirá qué loco lo que me pasa: yo si escribo sólo desde lo urbano, me agoto, me apago. Si no hay río que atraviese mis relatos, me ahogo...”...

(La nota completa en la edición gráfica de la Revista Sudestada Nº89 - Junio 2010)

lunes, 13 de septiembre de 2010

Maestros



En La Capital -Suplemento de Educación del último sábado, un recuerdo y fotos de infancia:

La Señorita Suchy, en los primeros años, dejaba su beso de aprobación en la mejilla y la marca del lápiz labial era un trofeo a ostentar en patios y galerías de la Escuela Nacional. Durante los años sucesivos de Manualidades, la señorita Teresita Zeballos (que había pedido traslado desde su Paraná natal a una escuela cercana a la estación Sunchales de Rosario y terminó, en cambio, en el Sunchales enclavado en la cuenca lechera) sonreía ante puntos cadena que crecían, desaforados, marcando la silueta deforme de frutas en las orillas del repasador. En séptimo grado, la Señorita María del Valle, atenta a mi incipiente vocación literaria (y al fracaso evidente del punto cadena), me prestó “La gloria de don Ramiro”, que leí sin chistar.

martes, 7 de septiembre de 2010

De veras peligroso

Beatriz Actis


En cualquier casa normal hay
por lo menos
tres gatas.
Ahora,
Cuando las miro,
Veo que están las tres
durmiendo,
quietas como estatuas,
una en cada uno de los sillones de la sala
(gata gris, gata negra, gata blanca)

Nada más curioso que un gato mirando el mundo



- dos -

Acabo de leer que los gatos siempre juegan,
no sólo los jóvenes
- eso es algo que he comprobado
a través de la experiencia -

y que cuando dejan de jugar, aun siendo adultos,
aun estando seniles,

esa ausencia progresiva
(o repentina)
de juego
es algo
en verdad peligroso.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

Coartada

Beatriz Actis


como confidencias
contadas a un extraño
como una llamada equivocada
en el medio de la noche
-siempre en el terreno de las pérdidas-
compré una guía de ciudades
a orillas del Danubio
sólo para reconocer
cuántos lugares
(haberlo pensado antes, diría mi madre)
cuántos lugares existen
que no he visto