sábado, 9 de enero de 2016

Rosario, 9 de enero 2016

Apuntes para un diario: Habríamos hecho la revolución 
Entre envíos de encomiendas y cartas certificadas a lo largo de los años, la charla con la encargada de la estafeta en el centro (supongo que estafeta es una palabra caída en desuso) deviene en cuestiones más profundas que las habituales, acotadas y triviales, que suelen acompañar el trato comercial. Me cuenta que estuvo en la Fede y que viajó a Moscú. Yo escribí, sin haberlo visto nunca, sobre el cadáver embalsamado de Lenín, y siempre me quedó la duda de un detalle insignificante que sin embargo adquiría relevancia literaria para mí, tal vez por la necesidad de que la descripción fuera lo más precisa  posible: ¿Estuviste en el mausoleo, en la Plaza Roja: el traje de Lenín es de color azul? Volvimos a tener, también, aquellos diálogos de otras épocas, y me encontré preguntando como no lo hacía a alguien desde años atrás: ¿Y no fuiste a la Brigada del Café? Así siguieron nuestros encuentros -y siguen y seguirán- en un marco de razonabilidad en cuanto a las opiniones críticas sobre el presente, alejadas ya del relato más melancólico que épico sobre la militancia juvenil. Hasta que una frase la volvió a su esencia, digamos: comentó como al pasar que cuando hubo cuatro presidentes en un día, en plena debacle del 2001 (aunque en verdad yo recuerdo 5 presidentes en una semana o un poco más; igual, el lapso real y los detalles resultan irrelevantes para lo que cuento), era el momento propicio para hacer la revolución: la Casa Rosada sola, con unos pocos granaderos, permitía -lo dijo con el tono de "invitaba"- entrar a un grupo y tomar el gobierno acéfalo por las armas. Como Fidel, imaginé, ingresando con sus tropas, triunfal, en La Habana.