domingo, 28 de febrero de 2010

La vida es un aire sutil

Rafael Barrett

La vida es un aire sutil, invisible y veloz, cuyos remolinos agitan un instante el polvo que duerme en los rincones. El inmortal torbellino pasa, torna a la pura atmósfera, a lo invisible, y el polvo se desploma inerte en su rincón. Los sabios no ven más que el polvo: palpan minuciosamente los cadáveres.

miércoles, 24 de febrero de 2010

Reina de Corazones



Lewis Carroll


Primero aparecieron diez soldados, enarbolando tréboles. Tenían la misma forma que los tres jardineros, oblonga y plana, con las manos y los pies en las esquinas. Después seguían diez cortesanos, adornados enteramente con diamantes, y formados, como los soldados, de dos en dos. A continuación venían los infantes reales; eran también diez, y avanzaban saltando, cogidos de la mano de dos en dos, adornados con corazones. Después seguían los invitados, casi todos reyes y reinas, y entre ellos Alicia reconoció al Conejo Blanco: hablaba atropelladamente, muy nervioso, sonriendo sin ton ni son, y no advirtió la presencia de la niña. A continuación venía el Valet de Corazones, que llevaba la corona del Rey sobre un cojín de terciopelo carmesí. Y al final de este espléndido cortejo avanzaban EL REY Y LA REINA DE CORAZONES.

Alicia estaba dudando si debería o no echarse de bruces como los tres jardineros, pero no recordaba haber oído nunca que tuviera uno que hacer algo así cuando pasaba un desfile. «Y además», pensó, «¿de qué serviría un desfile, si todo el mundo tuviera que echarse de bruces, de modo que no pudiera ver nada?» Así pues, se quedó quieta donde estaba, y esperó.

Cuando el cortejo llegó a la altura de Alicia, todos se detuvieron y la miraron, y la Reina preguntó severamente:

-¿Quién es ésta?

Por Jobim

martes, 23 de febrero de 2010

Trintignant

González Tuñón


Escrito sobre una mesa de Montparnasse
Raúl González Tuñón

Una tarde por el ancho rumor de Montparnasse
por ese aire de provincia tan confianzudo y claro
-cada ventana paga su pedazo de sol con una canción-,
anduve bebiendo el buen vino rojo y alegre como una canción,
rojo y alegre como una revolución.
Y entonces pensé: ¿que haré ahora de mi vida?
Tengo dos amigos, un saxofonista y un vendedor de globos.
Ellos me han dicho: viene el invierno y eso es terrible.
Los gatos se calientan al sol pero un hombre necesita de la buena lumbre, de la buena carne y de la mujer
siquiera dos veces a la semana.
Algunas mujeres me han detenido en Montmartre pero me piden cigarrillos y cien francos
y yo solo puedo darles ágiles besos casi inéditos
y hablarles de mi país sin que ellas me
comprendan
y decirles que Blanca Luz está en Méjico
sin que ellas me pregunten quién es Blanca Luz.

Una noche bajo la vieja luna de París degollada en los techos,
-la luna que alumbra a los enamorados y a los cobardes-
yo vi como en un alto balcón
se amaban un muchacho y una muchacha.

Vengo de Buenos Aires, digo a mis amigos desconocidos,
de Buenos Aires que es tres veces mas grande que París
y tres veces mas pequeña.
Y aunque mi sombrero y mi corbata y mi espíritu canalla sean productos perfectamente europeos
soy triste y cordial como un legítimo argentino.
Diría: soy un pobre muchacho abandonado aquí
como una valija rotulada en todas las aduanas del mundo
y quisiera irme a Turkestán porque Turkestán es una bonita palabra
y mi amigo Michel Berboff nació en Turkestán.
Pero si yo pudiera llevar a la práctica algo que hace días reflexiono:
¡Ponerme a gritar sobre la Torre Eiffel con afilados gritos
para que venga una mujer y me ame!

¿Conocen ustedes el Neuquén?
Allí hay cabañas de troncos de árboles
y pulperías en donde venden cojinillos y libros de Maurice Dekobra.
¿Y Tucumán? En Tucumán solo se puede buscarse la noche en los ojos de sus
mujeres y las guitarras de sonoras y floridas
parecen patios.
¿Y Mendoza? En Mendoza los niños saben cantar porque han nacido al borde de las acequias.
¿Y La Rioja? Yo anduve por ahí adolescente y barbudo como un gitano.
Y gané una elección con cincuenta pesos y una vaca, absorto como Buster Keaton.
¿Y Santa Fe? En Santa Fe viví treinta días en un convento
con ocho frailes franciscanos que iban doblándose hacia el suelo.
Los duendes venían hasta mi cuarto trayéndome briznas de sol
y por la noche se ocultaban en las hornacinas
para hacerles señas a los perros sin dueño y a los viajeros extraviados.
Nosotros tenemos además estaciones abandonadas,
pozos de petróleo
y escuelas rurales, como en los cuentos de Bret Harte.
Pero lo que no tenemos es la alegría verdaderamente constante,
la risa verdaderamente pura,
el corazón verdaderamente libre.
Y no se hable de mi corazón.

Yo quisiera
anunciar la función en los circos
dando puñetazos a las estrellas rojas.
Yo quisiera escupir los vidrios de un expreso de lujo.
para que rabien los millonarios.
Yo quisiera interrumpir todas las comunicaciones telefónicas
para ver si encuentro una palabra, una sola palabra para mí
y abrir toda la correspondencia del mundo por ver si alguien,
una sola persona tiene un recuerdo, un solo recuerdo para mí.
Yo quisiera explotar una bomba, derrocar un gobierno,
hacer una revolución con mis manos, amigas del cristal, de la luz,
de la caricia
-destruir todas las tiendas de los burgueses
y todas las academias del mundo-
y hacerme un cinturón bravío de rutas
inverosímiles como Alain Gerbault
para que venga Blanca Luz y me ame.

lunes, 22 de febrero de 2010

TALLER 2010 - Rosario

Retomaremos los encuentros del Taller de Lectura y Escritura a partir del MARTES 16 de MARZO en el mismo lugar y horario.
(Más información: beatrizactis@hotmail.com)

domingo, 21 de febrero de 2010

Sobre la escritura

Sobre la escritura
Claire Keegan

La narrativa es un arte temporal, tiene que fluir hacia adelante. La mayoría de las veces lo que no funciona es que la narración no está basada en el tiempo. Por otra parte, las grandes historias son contadas con grados variables de renuencia. Es esta cualidad de no querer decir algo que uno necesita decir porque necesita una respuesta a la vida en esta tierra la que nos hace vulnerables y nos hace contar buenas historias. La corriente detrás de un cuento es el deseo profundo de decir algo. Una novela es más conversadora, más voluntaria, se ofrece, está lista, es más reconfortante, muchas veces es como una compañía optimista. Me da la impresión de que los cuentos no quieren ser contados, es como estar con alguien que está alterado y nos preocupa, alguien a quien queremos escuchar aunque sabemos que no va a ser fácil. Los cuentos no están diseñados para ser reconfortantes, pero si están bien escritos son muy expresivos. Tienen permanencia en la vida. (…)
Emily Dickinson tiene una frase que dice que hay que contar toda la verdad, pero que hay contarla sesgada. La literatura de estos autores es muy sesgada, no es avasallante. Y no explica nada. Las explicaciones detienen nuestra existencia en el había una vez. Esta corriente irracional debajo de las historias es encantadora (…).

domingo, 14 de febrero de 2010

Kusta

Dragón

El dragón triste
Gonzalo Suárez

Un dragón estaba triste porque nadie creía en él. Cuando echaba bocanadas de fuego, los humanos aprovechaban para encender sus cigarrillos. Y cuando raptaba doncellas, nadie se molestaba en salvarlas. Tenía su guarida llena de doncellas y no sabía qué hacer con ellas.
Un buen día, el dragón triste se encontró con una cabra montesa que se acababa de divorciar de su macho cabrío, y le preguntó qué clase de animal era él. El dragón no se atrevió a decirle la verdad y le contó que era hijo de una lagartija y un pez volador.
-No te creo -le dijo la cabra montesa-. Los peces no vuelan.
En ese momento, pasó una gaviota llevando en su pico un pez recién atrapado que coleaba.
-¡Gran prodigio! -exclamó la cabra-. Pero, ¿cómo puede alguien que vive en el cielo tener un hijo con una miserable lagartija que vive en la tierra?
En ese momento, el pez coleante se desprendió del pico de la gaviota y fue a caer sobre una lagartija que tomaba el sol despistada. De las escamas plateadas del pez coleante se desprendieron destellos que cegaron por un instante a la doblemente deslumbrada cabra montesa. Cuando consiguió restablecer la visión, la gaviota había recuperado su presa, desapareciendo con ella más allá del horizonte, y la magullada lagartija, que había perdido la cola en el lance, había conseguido escabullirse, yéndose a ocultar en la ranura de una roca. Al ver retorcerse la fracción de la cola de lagartija, la cabra dedujo lógicamente que se trataba de una cría de dragón.
-¡Gran prodigio! -volvió a exclamar.
Y se enamoró perdidamente del solitario desconocido que el destino había puesto en su camino de cabra descarriada. Así, en suntuosa guarida, la cabra y el dragón vivieron felices, servidos por las más de mil doncellas secuestradas.

Del sauce solo

sábado, 13 de febrero de 2010

Kavafis

No hallarás otra tierra ni otro mar.
La ciudad irá en ti siempre. Volverás
a las mismas calles. Y en los mismos suburbios llegará tu vejez;
en la misma casa encanecerás.
Pues la ciudad es siempre la misma. Otra no busques -no la hay-
ni caminos ni barco para ti.
La vida que aquí perdiste
la has destruido en toda la tierra.

Incierto

En esas regiones de lo incierto
en las que toda realidad se disuelve.

Mallarmé