lunes, 29 de octubre de 2012

Pasolini



Si regresa el sol, si cae la tarde,
si la noche tiene un sabor de noches futuras,
si una siesta de lluvia parece regresar
de tiempos demasiado amados y jamás poseídos del todo,
ya no encuentro felicidad ni en gozar ni en sufrir por ello:
ya no siento delante de mí toda la vida.


A través de mares



Diario de viaje: A través de mares
(Contratapa de "Rosario 12", octubre 2012)

Sobre sirenas

  Un célebre testimonio literario acerca de la aparición de sirenas se encuentra en La Odisea, atribuida a Homero, que relata, sabemos, las aventuras de Odiseo/Ulises durante su largo viaje de regreso a Ítaca, después de la guerra de Troya.
  Esos seres fabulosos de cantos dulces atraían a los marinos más confiados, haciendo que sus naves se despedazaran contra las rocas. El hombre que oía sus voces se arrojaba al mar, tras ellos, y se olvidaba para siempre de su patria.
  El héroe se protegió de aquel canto enloquecedor haciendo caso a los consejos y advertencias de Circe: “Haz pasar de largo a la nave y, derritiendo cera agradable como la miel, unta los oídos de tus compañeros para que ninguno de ellos las escuche. En cambio, tú, si quieres oírlas, haz que te amarren de pies y manos, firme junto al mástil -que sujeten a éste las amarras-, para que escuches complacido la voz de las dos Sirenas, y si suplicas a tus compañeros o les ordenas que te desaten, que ellos te sujeten todavía con más cuerdas”.
    

Piratas de Salgari : “¿Quién,  a  pesar de la tempestad, velaba…?”


  Se lee en Sandokán: “En la noche del 20 de diciembre de 1849 un violentísimo huracán azotaba a Mompracem, isla salvaje de siniestra fama, guarida de temibles piratas situada en el Mar de la Malasia, a pocos centenares de kilómetros de las costas occidentales de Borneo. Empujadas por un viento irresistible, corrían por el cielo negras masas de nubes que de cuando en cuando dejaban caer furiosos aguaceros, y el bramido de las olas se confundía con el ensordecedor ruido de los truenos. Ni en las cabañas alineadas al fondo de la bahía, ni en las fortificaciones que la defendían, ni en los barcos anclados al otro lado de la escollera, ni en los bosques se distinguía luz alguna. Sólo en la cima de una roca elevadísima, cortada a pique sobre el mar, brillaban dos ventanas intensamente iluminadas. ¿Quién, a pesar de la tempestad, velaba en la isla de los sanguinarios piratas…?”.


Selkirk o el desaliento del marino

   Alejandro Selkirk es el nombre del marino escocés cuyas aventuras en la Isla de Juan Fernández, frente a las costas de Chile, inspiraron a Defoe para escribir Robinson Crusoe, publicado a comienzos del siglo XVIII.
   Esto fue lo que sucedió: Selkirk formaba parte de la expedición corsaria del capitán Dampier, constituida por dos naves que en ese momento navegaban por los mares del sur de América. Como fracasaron en el intento de apoderarse de un navío español que estaba en camino hacia Buenos Aires, las naves de Dampier se dirigieron a Juan Fernández y dejaron allí a unos tripulantes; luego navegaron hacia el puerto peruano de El Callao, en donde tampoco pudieron capturar ningún barco. Entonces decidieron volver a Juan Fernández para recoger a los marineros.
   La falta de “presas” o naves capturadas generó descontento en la tripulación. Entre los marinos más desalentados se encontraba Selkirk, quien prefirió quedarse en la isla Juan Fernández antes que proseguir el viaje. Apenas tenía un fusil, una Biblia, un hacha, sus ropas, algo de pólvora y algunos utensilios. A partir de entonces, y por cinco largos años, fue un hombre solo en una isla desierta.


Diario de naufragio: “Nadé a la ventura…”

  En Los viajes de Gulliver (Viajes a varios lugares remotos del planeta), de Jonathan Swift: “En la travesía a las Indias Orientales fuimos arrojados por una violenta tempestad al noroeste de la tierra de Van Diemen. Según observaciones, nos encontrábamos a treinta grados, dos minutos de latitud Sur. El 15 de noviembre, que es el principio del verano en aquellas regiones, el viento era tan fuerte que no pudimos evitar que nos arrastrase y estrellase. Seis tripulantes, yo entre ellos, que habíamos lanzado el bote a la mar, maniobramos para apartarnos del barco y de las rocas. Remamos, según mi cálculo, unas tres leguas, hasta que nos fue imposible seguir, exhaustos como estábamos ya por el esfuerzo sostenido mientras estuvimos en el barco. Así que nos entregamos a merced de las olas, y al cabo de una media hora una violenta ráfaga del Norte volcó la barca. Nadé a la ventura, empujado por viento y marea…”.


Entre la historia y el mito

  Cuando Cristóbal Colón llegó a América, vio en el Mar de las Antillas unas criaturas que describió con rostros casi humanos y no tan hermosas “como se pintan”. En la actualidad, historiadores y científicos piensan que el almirante confundió a los manatíes, animales acuáticos que habitan en aguas caribeñas, con sirenas.
  Andando por los mares del mundo, no es difícil descubrir que en ocasiones las sirenas son manatíes pero, en otras, los manatíes resultan ser sirenas. Es que los espejismos pueden revelar algunos secretos (a veces –aunque sólo a veces-, llenos de maravilla).

domingo, 28 de octubre de 2012

Lezama



Ah, que tú escapes en el instante
en el que ya habías alcanzado tu definición mejor.
(…)
Ah, mi amiga, si en el puro mármol de los adioses
hubieras dejado la estatua que nos podía acompañar,
pues el viento, el viento gracioso,
se extiende como un gato para dejarse definir.

miércoles, 17 de octubre de 2012

El país común, el de la infancia



Diario de viaje: El país de la infancia
Beatriz Actis 
(Contratapa de "Rosario 12", 17 de octubre de 2012)

Mariposa

“En el jardín que parece un abismo / la mariposa llama la atención: / interesa su vuelo recortado / sus colores brillantes / y los círculos negros que decoran las puntas de las alas. / Interesa la forma del abdomen. / Cuando gira en el aire / iluminada por un rayo verde / como cuando descansa del efecto / que le producen el rocío y el polen / adherida al anverso de la flor / no la pierdo de vista / y si desaparece / más allá de la reja del jardín / porque el jardín es chico / o por exceso de velocidad / la sigo mentalmente /
por algunos segundos / hasta que recupero la razón”.
Nicanor Parra

Amigas que pasaron su infancia, como yo, en pueblos con calles de tierra, recuperan recuerdos compartidos; en mi caso, sin embargo, a eso no lo viví  o -lo más probable- sí lo viví pero hoy, por motivos secretos, no lo puedo rememorar.
Me resisto a que eso suceda. ¡Si son necesarios los recuerdos bucólicos!
Así que, como en otro de los poemas de Nicanor Parra, “me retracto de lo dicho”.
La memoria de los otros, ya me la apropié: las mariposas revolotean detrás del camión regador, sobre la tierra mojada; son amarillas, pequeñas, a veces sus alas parecen de color naranja. Y sí, lo recuerdo. De forma nítida. También, el olor de la tierra humedecida.


El niño habla

  Las vacaciones en las sierras resultaron este año más largas, más lentas. No fuimos ni a Cosquín ni a La Falda sino a San Esteban, un pueblito medio perdido en donde ni siquiera en un enero soleado se arremolina la gente.
  En veranos anteriores, los balnearios se llenaban de turistas y a veces, incluso, llegábamos a conocer a algunos de los chicos lugareños. En Cosquín una vez trepamos al cerro con la cruz en la punta y subimos a un tren que nos llevó hasta el Lago San Roque; el tren estaba un poco destartalado pero pasaba por la sierra, serpenteaba, te podías marear, era emocionante.
  Y en el Dique del Lago estaba el embudo gigante, la gente murmuraba, se decía en voz baja que ahí se había suicidado una vez un hombre. La noche que siguió a la mañana en que lo escuché apenas pude dormir imaginando ese pozo monstruoso que se tragaba el cuerpo de un hombre, y hasta el alma de un hombre tal vez se hubiera tragado.
  La vez que fuimos a La Falda, igual de lindo, había un reloj cucú (yo ya había visto uno, otra vez, en Carlos Paz, se ve que a los cordobeses les gusta) y me tomaron una foto a su lado; la foto era grande y estaba pintada de colores suaves, líquidos, como los de una acuarela. También vimos un hotel más o menos abandonado que parecía embrujado, quizás lleno de fantasmas.
  Pero en San Esteban, en cambio, no había nunca nada, casi nada.

Los anaranjados

    Una casa de pescadores sobre la barranca del río Paraná, pegada a la ciudad, como colgada –uno se asoma desde la baranda del parque y mira hacia abajo, y ahí está ella, la casa isleña a sólo cuadras del ruido del centro-, tiene un patio que mira al río, con árboles, canoas, redes de pesca y trastos, y un poblado de gatos color anaranjado que forma otra red.
  A veces duermen bajo el sol, y se les ilumina el pelaje, que se vuelve un destello amarillo, de tan soleado. Otras -cuando hace frío- se los ve acurrucados en un manojo de cuatro o cinco, como en un juego de encastres o en un rompecabezas completo. No hay ni un pequeño espacio entre unos y otros; son madejas de gatos atigrados dándose calor y queriendo dormir en el rigor de las siestas del invierno.
  La mayoría de las veces, se puede jugar desde arriba a “encontrar el gato naranja bajo la barranca”: están dispersos en rincones, techos, pies de escaleras, botes, arbustos, caminitos de cemento. Y esa  disposición no parece arbitraria. Hay un diseño oculto – o debería haberlo-  que los ordena en el aparente desorden, en la simetría virtuosa.
  Se puede observar como un fresco de naturaleza con gato (¿post impresionista?) y es grato descubrir al anaranjado clarito alineado con el naranja oscuro de más allá  y los vericuetos del gato chiquito que avanza mientras en la retaguardia cinco o seis, mayores, se empeñan en ignorar sus pasos. Del mismo modo como, tras mucho rato de contemplar un cuadro en un museo, empezamos a ver los detalles que, en una primera mirada,  permanecieron ocultos  a nuestra curiosidad.

lunes, 8 de octubre de 2012

Antonio Cisneros

DOS FRAGMENTOS

(...) "oh tu lengua
cómo ondea por toda la ciudad 
torre de babel que se desploma" (...)

De: "Canto ceremonial contra un oso hormiguero"

Sin preocuparnos por el hedor/ de viejos muertos,/ ni construir nuestra casa/ con huesos de los héroes,/ para nuevas batallas y canciones/ sobre la tierra estamos.

jueves, 4 de octubre de 2012

Diario de viaje



Río de orquídeas moradas
("Rosario 12", 3 de octubre de 2012)

El Imposible

   Cartas de amigos de Latinoamérica. A orillas del lago de Suchitlán discurre con placidez el pueblo colonial de Suchitoto, en el departamento salvadoreño de Cuscatlán. Su nombre significa “Lugar de pájaros y de flores”.
   Recibo un mensaje de Martha Eugenia desde San Salvador: “Recordándote en la Ruta de las Flores”.
   La ruta del bello nombre atraviesa la zona cafetera de El Salvador y sus bosques, y permite visitar Salcoatitán, en donde se cultivó la primera planta de café; Nahuizalco, con su iglesia del siglo XVII; Juayúa, cuyo nombre significa “Río de orquídeas moradas”; Apaneca, que preserva el sitio arqueológico de Santa Leticia, con testimonios y expresiones artísticas de la cultura maya.
  (Algo de los viajes vuelve cuando se pronuncia: Suchitoto-Apaneca-Nahuizalco-Salcoatitán- Juayúa).
  Cercana a la Ruta de las Flores está Tacuba. Y en Tacuba, ciudad enclavada en la cordillera Apaneca Ilamatepec, hay un lugar llamado Bosque El Imposible, un parque nacional que es un bosque tropical de montaña, en medio de una topografía accidentada, con farallones.
  Ocho ríos tienen su origen en el Parque; algunos de ellos son el Guayapa, el Ahuachapio, el Ixcanal, el Maishtapula, el Mixtepe. Todos fluyen hacia el sur.
  (Algo de los viajes, algo del profundo pasado se hace presencia cuando se pronuncia: Guayapa-Ahuachapio-Ixcanal-Maishtapula-Mixtepe).

“Barrigones” de la sierra de Apaneca
  En el sitio arqueológico Santa Leticia hay tres esculturas a las que se conoce como “barrigones”.
  En 1878, el viajero alemán Simeon Habel publicó un ensayo sobre esculturas monolíticas -hechas de una sola pieza de piedra- que mencionaba a tres "barrigones" situados en la zona. En 1963, el dueño de la finca Santa Leticia, que hoy da nombre al sitio, los “redescubrió” accidentalmente y, a partir de allí, equipos arqueológicos de museos y universidades los incorporaron a sus estudios.
  Más de setenta “barrigones” de similar estilo fueron hallados en otros sitios arqueológicos de la costa del Pacífico y de las Tierras Altas, aunque algunas piezas fueron descubiertas también en las llamadas Tierras Bajas: en Petén, Guatemala, y en Copán, Honduras.
  En El Salvador, entre fines del siglo XIX y mediados del XX, es decir, durante casi cien años, los monolitos de la Sierra de Apaneca estuvieron cubiertos por la vegetación, agazapados y mudos. Pero eternos.

Rumba y carnaval
  Cartas de amigos de Latinoamérica (II). Escribe Juan Moreno desde Colombia: “Es viernes y eso, en Cali, es decir rumba”. La ciudad de Santiago de Cali, en la orilla occidental del río Cauca y resguardada al oeste por los Farallones de Cali -que forman parte de la Cordillera Occidental de los Andes- es la capital del Departamento del Valle del Cauca.
  Además de ser llamada “Capital de la salsa”, las sentencias son concluyentes: En Cali los pies no caminan, bailan”. En Juanchito, muy cercano a Cali, ubicado sobre la margen derecha del río Cauca, los actuales danzódromos, muy concurridos, fueron en su origen humildes tablados de la zona mulata. Los carnavales de Juanchito, en los que se celebraba “El reinado de la belleza negra”, fueron famosos por las fiestas musicales, las ferias gastronómicas y artesanales, los juegos pirotécnicos y el tradicional desfile de carrozas desde Cali. 

La fiesta de la caña de azúcar
   Cada año, entre el 25 y el 30 de diciembre, se lleva a cabo la gran Feria de Cali, que en su origen se llamó Feria de la Caña de Azúcar (y he aquí otra sentencia: “Cali huele a caña de azúcar”).
   La fiesta es conocida por sus cabalgatas, su temporada taurina -en la ciudad sigue vigente la controvertida tradición hispana, cuyo epicentro es la Plaza de Toros de Cañaveralejo- y la presencia multitudinaria de gente que baila, ante distintos escenarios, con orquestas de salsa.
    La Feria se inicia con una cabalgata por las principales calles caleñas, en la que desfilan caballos de paso fino, y sigue con multitud de verbenas y fiestas populares que convierten a la ciudad en sede de festejos callejeros simultáneos.
    Se baila, incluso, sobre camiones especialmente acondicionados que recorren la ciudad por las noches. Son las chivas rumberas. Escuché, ante esta costumbre, decir a un europeo: “Les envidio el concepto”.

martes, 2 de octubre de 2012

Poetas

—Poetas, ¿qué están haciendo ustedes?
—Esperando a que pase una luciérnaga.
—¿Para qué?
—Nuestro maestro no las conoce y quiere ver una…
—Amigos poetas, puedo ayudarlos, yo tengo un libro que tiene el dibujo de una luciérnaga.
—La luciérnaga del libro no sirve.
—¿Por qué?
—Porque nuestro maestro quiere escribir un haiku.
—¿Qué es un haiku?
—Es esperar que pase una luciérnaga.