Me
gustan los árboles con flores, las plantas con flores… ¡y las flores! Su perfume se desparrama por el balcón y es
como si a la ciudad llegaran de golpe los aromas frescos del campo. Hay una
flor en especial que me gusta. No sé cómo se llama; es amarilla y brilla a
veces con el agua y otras veces con el sol. Tengo que averiguar el nombre.
Después de la última lluvia, la planta
creció; parecía que quería escapar de la maceta. Mamá dijo: “La lluvia la hizo
explotar”. Es que cayó agua la noche entera. ¿Las flores explotan en tamaño y
color, como un fuego artificial en el cielo? Mi balcón es su cielo.
“Retoño de
jardines en el piso 10”, dijo la abuela Rosa, que vino de visita, y cuando está
en el departamento siempre quiere asomarse al balcón y regar una por una las
macetas. No sé bien qué es un retoño. A lo mejor es el nombre de alguna de las
plantas.
No me caen
simpáticos los nombres raros, me gusta más cuando a una planta la abuela le
dice “ojos de poeta” o “enamorada del sol” o “dama de la noche”. Y después
explica que la flor se abre solo con el sol o solo con la noche. O a veces el
nombre no tiene mucha explicación, como “ojos de poeta”.
Le mando a mi prima Manuela, que vive bastante
lejos de acá, una foto por whatsapp de mis flores amarillas, las que estallaron con la lluvia. Le escribo
debajo: “Foto del balcón de Candela”.
Manu contesta: “Lindas”. Y como si me hubiera
leído el pensamiento, agrega: “El nombre que
más me gusta es de una enredadera: ‘enamorada del muro’ ”. Al rato se ve
que lo piensa mejor porque manda otro whatsapp: “Y el de esas otras plantas que
tienen hojas redondas y flores anaranjadas: ‘tacos de reina’ ”.
Sin que le pregunte nada, mi prima me cuenta
qué pasa en su patio, en el pueblo chiquito en donde vive, rodeado de campo
(Manuela vive en el mismo lugar que Rosa, mi abuela, porque ahí nació mi mamá).
“Los días se vuelven húmedos y aparecen caracoles: de uno a mil, te diría”. Y
describe los frutales que ve desde la ventana de su cuarto: limoneros,
mandarinos y naranjos que se llenan de azahares durante la primavera. Ojalá no
se los vayan a comer los caracoles.
Después se acuerda: “¡No sabés! Tengo dos
compañeras nuevas en la escuela; son hermanas y se llaman Margarita y Violeta”.
Yo pienso en la abuela Rosa y en mamá, que se llama Iris, y en la mamá de
Manuela, la tía Lila. En mi familia las mujeres tienen nombres de flor, aunque
mi prima y yo, no, no tenemos. Así que de ahora en más, le propongo, podemos
usar un nombre de fantasía para mandarnos whatsapp. Ella se llamará Alelí —me
dice— y yo, Clavelina. Acepto.
Manu cambia la foto de whatsapp por un alelí
y ahí me doy cuenta de que la flor de mi balcón que estalló con la lluvia y de
la que no sabía el nombre es, justamente, ¡un alelí! Busco en google una foto
de clavelinas para que me identifique y elijo unas blancas con el centro rojo,
preciosas.
Cuando mi prima venga a la ciudad, voy a
mostrarle no solo el alelí y las otras plantas del balcón, sino también los
árboles con flores de la plaza que queda aquí cerca.
Y cuando vaya de visita al pueblo cerca del
campo adonde vive la familia de mamá, voy a pedirle a Manuela que me muestre
cómo crecen en su patio los azahares, las enamoradas del muro, los tacos de
reina y, por supuesto, las clavelinas de todos colores.