domingo, 13 de enero de 2013

Que no se enoje la felicidad

"Bajo una pequeña estrella"
Wislawa Szymborska

Que me disculpe la coincidencia por llamarla necesidad.
Que me disculpe la necesidad, si a pesar de ello me equivoco.
Que no se enoje la felicidad por considerarla mía.
Que me olviden los muertos que apenas si brillan en la memoria.
Que me disculpe el tiempo por el mucho mundo pasado
por alto a cada segundo.
Que me disculpe mi viejo amor por considerar al nuevo
el primero.
Perdonadme, guerras lejanas, por traer flores a casa.
Perdonadme, heridas abiertas, por pincharme en el dedo.
Que me disculpen los que claman desde el abismo el disco
de un minué.
Que me disculpe la gente en las estaciones por el sueño
a las cinco de la mañana.
Perdóname, esperanza acosada, por reírme a veces.
Perdonadme, desiertos, por no correr con una cuchara de agua.
Y tú, gavilán, hace años el mismo, en esta misma jaula,
inmóvil mirando fijamente el mismo punto siempre,
absuélveme, aunque fueras un ave disecada.
Que me disculpe el árbol talado por las cuatro patas de la mesa.
Que me disculpen las grandes preguntas por las pequeñas
respuestas.
Verdad, no me prestes demasiada atención.
Solemnidad, sé magnánima conmigo.
Soporta, misterio de la existencia, que arranque hilos de tu cola.
No me acuses, alma, de poseerte pocas veces.
Que me perdone todo por no poder estar en todas partes.
Que me perdonen todos por no saber ser cada uno de ellos,
cada una de ellas.
Sé que mientras viva nada me justifica
porque yo misma me lo impido.
Habla, no me tomes a mal que tome prestadas palabras patéticas
y que me esfuerce después para que parezcan ligeras.

sábado, 12 de enero de 2013

Paul Bowles. Sobre el desierto

Tanto si es la primera vez que vas al Sahara como si es la décima, lo primero que percibes de inmediato es el silencio. 
Si estás fuera de una población, un silencio increíble, absoluto, y si no, incluso en lugares bulliciosos como un mercado, algo callado en el aire. 
Parece que el silencio fuese una fuerza consciente que, molesta por la intrusión del sonido, lo redujera al mínimo y lo dispersara en seguida. 
Luego está el cielo, comparado con el cual todos los demás cielos parecen intentos fallidos. Rotundo y luminoso, es siempre el punto focal del paisaje. 
En el ocaso, la sombra precisa y curva de la tierra penetra en él y se eleva rápida del horizonte cortándolo en la mitad luminosa y la oscura. 

viernes, 11 de enero de 2013

Lo que las piedras dicen


"Lo que las piedras dicen"
Fernando Belottini
  

Tanto a mi hijo como a mí
nos gustan mucho las piedras
también a mi padre
sospechamos que guardan algo
en su memoria
y que han visto lo posible
desde la inmovilidad
y podrían contar
atractivas aventuras
Nadie nos dijo que así fuera
es un augurio genético
y lo vamos transmitiendo
cópula mediante
de generación en generación
Cuando mi hermano
venga a visitarnos
sé que saldrá a juntar piedras
y dirá ¿viste ésta? ¿y ésta?
y traerá las que supone
fueron árboles o raíces
o querrá encontrar incrustado
el resto fósil de un pez
o de un escarabajo
y se las llevará a su casa
más allá del peso y del color
o de que antes hayan sido
pez, vegetal o escarabajo
y por las noches
esperará en silencio
como los demás
que ellas le hablen.




De Claire Keegan

Sobre la soledad presente en sus textos, respondió en una entrevista reciente Claire Keegan: 
“Una gran, enorme parte de la literatura se trata de si es posible o no comunicarse con un otro. Podría decir que una buena historia es un retrato de la manera en que lidiamos con eso y me río cuando la gente dice que mis cuentos son oscuros; no conozco a nadie que piense que la vida es fácil”.

jueves, 3 de enero de 2013

Crítica de "Cruces cierran los campos"


Mirador de Libros. CRUCES CIERRAN LOS CAMPOS, de Beatriz Actis (Ed. Multiversa, Valladolid, España)

Por María Angélica Scotti

   Con esta novela, que ganó en España el Premio Rejadorada de Valladolid 2005, Beatriz Actis se perfila como una notable novelista, de sólido oficio literario. Narra (a través de cinco personajes, de cinco puntos de vista diferentes) la historia de una familia santafesina de un círculo semibohemio de la segunda mitad del siglo XX, acosada y destruida por un cúmulo de calamidades: la hija mayor, Elvirita, desfigurada por un episodio cruento (escamoteado casi hasta el final de la novela) ocurrido en su niñez; la huida intempestiva de Elvira, la madre, que abandona al marido y a sus tres hijos; 
la desaparición de un tío muy cercano en un naufragio en el río; la muerte de la madre, poco tiempo después, en un accidente automovilístico; el suicidio de Elvirita (“el cuerpo desnudo de mi hermana temblando en el fondo del pozo en el centro mismo del patio de la casa”, tal como lo presenta el hermano menor al comenzar la novela). Son ingredientes netamente melodramáticos –aunque no ajenos a la vida humana cotidiana- y que, como tales, entrañan un gran riesgo o desafío al ser abordados literariamente. La autora lo sabe (la palabra “melodrama” se desliza sin estridencia al menos tres veces en el relato) y sortea con destreza esta deliberada dificultad narrativa desplegando “la tragedia familiar” dosificada, sesgadamente, con acertada sobriedad. Otro desafío o audacia que ofrece la novela (desafío para el lector y desafío para el quehacer narrativo) es su estructura, su ordenamiento temporal: la historia no está contada cronológicamente, mediante el procedimiento habitual o clásico, sino al revés, a la inversa, como en una cuenta regresiva. Comienza (y es una de las tantas sorpresas que acechan al lector) con el capítulo “Seis” y luego “avanza” (es decir, retrocede) al “Cinco”, “Cuatro”, etc., hasta llegar a “Uno”, al que se añade un “Epílogo” ubicado en el presente. El lector tiene así la sensación de asistir a un gradual despojamiento de sucesivas capas para alcanzar el meollo, o de ir adentrándose en un túnel que no se sabe con certeza hacia dónde conduce. Este artificio narrativo elegido por la autora es también un riesgo, ya que se puede caer fácilmente en algo confuso o caótico y extenuante, pero ella lo encara con pericia. Todas estas sorpresas no son meros juegos literarios sino genuinos recursos que enriquecen la trama y contribuyen a crear una atmósfera densa y melancólica enmarcada por el asiduo paisaje ribereño. El texto abunda en intrigas o tensiones que mantienen vivo el interés, así como en mudanzas de estilo (acordes con las diferentes voces narradoras) y en múltiples hallazgos, entre los cuales cabe señalar el excelente manejo de los diálogos, las ramificaciones de la trama central con nuevos personajes o historias circunstanciales, el efecto fragmentario o de rompecabezas que busca ser armado, el fluir sinuoso del tiempo, el tono sugerente en los cierres de los distintos episodios, etc. “Cruces cierran los campos” es, en síntesis, una novela espléndida, original, compleja aunque de lectura accesible, que no decae en ningún momento sino que seduce, envuelve y, a la vez, perturba con los avatares y claroscuros de los personajes, sus nostalgias y su hastío, sus secretos y confesiones y, sobre todo, con esa presencia o asedio de la muerte (las “cruces” de los caminos) que sobrevuela la narración desde el principio.

Fragmento de CRUCES CIERRAN LOS CAMPOS:
“Una de las actividades que más entusiasmaba a Marcos de nuestra nueva vida tan cerca del río era ir a pescar; se había hecho amigo del dueño de una de las quintas vecinas, que también era pescador. La relación de Marcos con la naturaleza era intensa y a veces implicaba desafíos: le gustaba viajar a las sierras, por ejemplo, para poder escalar. No lo complacía la llanura, que era, en cambio, el lugar del que yo no podía partir. En aquella temporada la crecida del Coronda era un hecho; Marcos igual quiso salir a pescar. Los dos se fueron a la mañana temprano; me levanté a cebarle unos mates, lo vi partir a través de la ventana; ya las cotorras alborotaban el aire. Después me volví a dormir, pero no pude porque rondaba en mi cabeza una duda que ya no vale la pena intentar dilucidar: muchas veces en ese tiempo pensé que en la vida de Marcos había otra mujer. Hacía largos meses que notaba extraño su comportamiento, alejado cada vez más de mí; meses en los que mi obsesión recolectaba indicios que sellaba en mi memoria, sumados a sus excusas cada vez más frecuentes para quedarse más tiempo en Santa Fe, contrariando el deseo que nos había llevado en un pasado reciente a decidir mudarnos a Sauce para hacer, juntos, una vida más ligada a la naturaleza, una vida con calma. Pero no dije nada, absolutamente nada, no me atreví a preguntar (quizás, por miedo a que él asintiera, por el temor de tener la razón y confirmar aquella presunción transformada en verdad).”