martes, 18 de octubre de 2011

Taller 2011 - Tomás Doblas

El sueño
Tomás Doblas

Entró sin hacer ruido, como todas las noches. En la pieza su madre, que ya estaba acostada, le señaló la mesa con un gesto. Se acercó y vio algo de pan y fiambre.
Se quitó la campera raída, de uno de los bolsillos sacó un auto de plástico rojo, sin ruedas, lo colocó en la cama, junto a la cabeza del hermano dormido.
Se calentó el mate cocido y sentado a la mesa empezó a hojear la revista, sacada también de la basura. Lo iluminaba el farol de la calle. Lo atrapó una ilustración: en una cocina relumbrante una mujer joven y sonriente servía platos de sopa humeante a dos chicos sentados a la mesa. Se quedó mirando, sin poder apartar la vista; mientras, el sueño lo iba venciendo.

viernes, 14 de octubre de 2011

Taller 2011 - María Teresa Perotti

Magnolias
María Teresa Perotti

Sólo la escalera del abuelo
llegaba a esas campanas níveas
que buscaban
la luz del cielo.

Desde la ventana
durante los días de lluvia
yo miraba las magnolias,
suaves como la ternura de la abuela,
batiéndose contra el viento y el agua.

Aplastaba contra el paladar,
una a una, uvas agridulces
y me recostaba sobre el tronco rugoso
en las siestas del verano.

A ese árbol regreso esta noche
en que invaden
los recuerdos.

miércoles, 5 de octubre de 2011

Taller 2011 - Francisco Sanguineti

Marta García
Francisco Sanguineti

Marta García está en la facultad de Ciencias Económicas en La Plata, es el año 1977 y un grupo comando irrumpe en la clase. Un par de semanas antes, Teresa, la hermana de Marta, pasó por una situación similar en la facultad de Psicología, en esa ocasión los militares pidieron a toda la clase que se pusiera contra la pared, acto seguido fusilaron a dos estudiantes. Marta ve la llegada de los uniformados y recuerda el relato de su hermana, el pedido es el mismo: todos contra la pared. Marta entra en shock, sabe lo que va a pasar, se niega a obedecer el pedido, teme ser una de las destinatarias de las balas. Pero llega un militar y de un culatazo en el estómago desparrama sus menos de 50 kilos de rebeldía contra el piso. Ella se retuerce, apenas puede respirar y alguien a quien solo puede verle las botas le pide los documentos. “Sos de Lincoln, ¿sos algo de Mauricio Parra?”. “La prima”, responde. “Mirá, es la prima de Parra”, grita el militar a otro del grupo, acto seguido le dice que su primo hizo la colimba con él. Mientras tanto, unos metros al costado, se llevan a la rastra a dos compañeros que Marta no va a volver ver.

lunes, 3 de octubre de 2011

Taller 2011 - Stella Zampa

Esquinas
Stella Zampa

Lo llaman Chiquita Bacana pero es un hombre. Tiene la cabeza grande, el cuerpo corto y los pies desmedidos. Nunca supe a qué se debe el sobrenombre. Es epiléptico y por eso alguien le consiguió hace años una pensión graciable. Desde entonces se para en la esquina de los negocios desde que abren hasta que cierran. Estuvo años en la esquina del almacén de mi padre, lloraba cuando cerraban por vacaciones y, desesperado, buscaba otra esquina y otro negocio. Cuando se abrió el único supermercado del pueblo, allí fue a instalarse todo el día. Ya está anciano pero uno puede verlo aún en ese lugar, paradito, saludando. El día que murió mi madre se me acercó llorando a decirme que también era su madre (aunque casi tenía su edad). Muy de vez en cuando viajo al pueblo y lo veo allí paradito, no resisto y le grito: “¡Chau, Chiquita!”. Él levanta la mano y amplía su sonrisa permanente.

domingo, 2 de octubre de 2011

Taller 2011 - Fabiana Paloma

Algo de mí
Fabiana Paloma

Tengo algo en las tripas. Lo sé, lo siento moverse adentro mío. Es como un bicho que se desplaza lento y sinuoso por mis intestinos. Enroscando, anudando, estrangulando. Un Kundalini infecto. Lo siento respirar: Inspira y me succiona, espira y me infla. A veces siento que “eso” sube, atraviesa el diafragma, presiona sobre el corazón, en los ganglios. Ahí parece que muerde y punza. Es en esos momentos cuando me asusto un poco, ¿sabe?, y me pregunto qué es lo que tengo.
Es entonces cuando lo llamo.
Pero no voy a ir a verlo. Sé muy bien lo que esconde bajo ese guardapolvo que exagera de blanco. Nada hay en este mundo nuestro que sea tan inmaculado. Desconfío, doctor, desconfío. He visto caer rojo de sangre indefensa sobre blanco de guardapolvo almidonado, y he visto cómo un semidios se transforma en un carnicero.
No, no insista, doctor. No pienso ir. Lo visito cuando estoy sana. Voy para que me toque la frente, me haga abrir la boca y decir Aaaa, me mire los oídos y palpe los ganglios, y tire el diagnóstico de turno: gripe, anginas, alguna cosa viral. Nuestra cita termina ahí, un antibiótico, un analgésico y todos contentos doctor: Usted cumplió con su misión en la tierra y yo, saludablemente enferma, me permitiré un par de días de reposo justificado.
Pero esta vez es distinto, doctor. Y adivino sus planes. Porque usted me cree de carne y hueso. Me piensa así sin verme. Apenas si conoce un aspecto mío. Por eso, doctor, sé que usted me derivará, me dejará en manos de otra gente de blanco para que ellos me radiografíen, ecografíen, corten, pinchen, envenenen, entuben…
Van a despellejarme, doctor, van deshacerse de mi piel para mirarme adentro. Y yo no estoy ahí ¿Sabe? Entiéndalo: No soy yo esa amalgama de tejidos y huesos. No me van a encontrar enredada en un entrevero de venas y tendones. Yo soy un aire que me rodeo. Soy ingrávida. Este dolor en realidad no es mío: es de este cuerpo absurdo que me traiciona. Mi cuerpo con dolor es mi vacío: un concentrado de piedra gélida que ningún fuego alcanza a calentar. Es materia densa y oscura que se contrae en sí misma, vórtice que absorbe toda energía.
Por eso le hablo, doctor, por si desaparezco, nada más le pido un favor: Sea mi testigo. Cuéntele a alguien, alguna vez, algo de mí.