(Beatriz Actis, publicado en LA OVEJA IMAGINARIA, Editorial Abran Cancha)
Todo
comenzó en el patio.
Primero se asomó una hoja verde y chiquita
con forma de corazón.
Venía del lado de los vecinos y llegó hasta
lo alto de la pared que separa las dos casas.
Después empezó a crecer de nuestro lado.
—
¡Ah! –dijo papá.- Es una
“enamorada del muro”.
Mamá
aclaró:
—
“Ficus Pumila” es buena trepadora
y originaria de Oriente.
Mamá conoce los nombres difíciles de las
plantas. Papá, en cambio, las llama de un modo más simple. Pero los dos se
ponen contentos cuando ven, por ejemplo, que la vegetación de las plazas se
vuelve frondosa.
Sin embargo, eso en nuestro patio se convirtió
en un problema…
¡La enredadera no paraba de crecer!
El primer día trepó por la soga de tender la
ropa.
El segundo, entró a la casa por la ventana.
El tercer día, se enroscó en las lámparas y,
como una viborita, paseó por las habitaciones.
Papá les preguntó a los vecinos si con ellos
la planta se comportaba igual, tan confianzuda. Pero no. Parece que le gustaba
nuestra casa y aquí se quería quedar a vivir.
Intentamos recortarle las ramas, atarlas con
piolines, que el gato comiera algunos brotes…
Nada dio resultado.
Al cabo de una semana, la enredadera miraba
la tele con nosotros, pegada al sillón.
También compartía el desayuno porque le
encantaba que la regasen con café con leche.
Y dormía en nuestras camas (menos mal que no
era un cactus).
Así fue que nos reunimos papá, mamá, el gato
y yo, y decidimos qué hacer.
Ahora, la enredadera ya no es ni “enamorada
del muro” ni “Ficus Pumila”. ¡Es un miembro más de la familia!
Se llama Lucrecia y lleva mi apellido. Nos da
sombra aunque estemos bajo techo y vuelve verdes nuestros dormitorios.
Realmente es sorprendente lo que nos lleva a escribir una "enredadera" que poco a poco invade nuestras vidas y ciertamente busca hospedarse siendo un miembro más de la familia.
ResponderEliminarGracias por tu comentario! Saludos, Beatriz
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