miércoles, 16 de mayo de 2012

El cine y la ciudad II

¿Lo sigo? ¿Le hablo? ¿O lo sigo pero no le hablo? Es irlandés, ¿mi inglés a la latinoamericana no resultará insignificante? Le miro la ropa: un saco de pana, y le admiro la actitud: las manos en el bolsillo, la barbilla en alto, pero no tanto como para resultar soberbio. Es famoso pero no es tan famoso, pienso, es prestigioso pero no es tan prestigioso, pienso, aunque no estoy segura de esto último (actúa, dirige, escribe), y sin embargo estoy tan ingenuamente emocionada. Él sabe que es Gabriel Byrne y camina por las veredas como lo haría un príncipe, entre displicente y altivo. Es que sale de un hotel en Covent Garden porque está filmando en Londres una película –a ese dato todavía no lo sé en el momento en que tropiezo con él, lo averiguaré después- y se pierde en las callecitas sinuosas del barrio de los teatros. Mientras lo veo alejarse y sé que no le voy a chistar: “Hey, Byrne” ni voy a poder dirigirle siquiera una palabra balbuceante, vuelvo a pensar que es cierto que se mueve como un príncipe, tal vez un príncipe aún bello y rico pero sin poder, en el exilio. Londres, después de todo, nunca será Dublín.

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