sábado, 12 de mayo de 2012

Diario de viaje

El cine y la ciudad. Llegué a Roma casi veinte años después de que Federico Fellini muriera y sin embargo era imposible caminar, observar la ciudad sin recordarlo, ya que De Sica o Rossellini o incluso Antonioni no habían sido para mi cinéfila juventud tan potentes como él. Fotografié esquinitas con bebederos como cabezas de leones, paraguas volcados en el piso y afiches que anunciaban festivales de cine, todo formando un conjunto desordenado pero a la vez armónico; fontanas y calles emblemáticas; caras raras o familiares de la gente; rincones, gestos. Nada podía ser mirado sin el tamiz de aquella otra mirada osada y piadosa (inolvidable) que conocimos o amamos en sus películas. Allí comprendí realmente –no sé por qué había tenido antes alguna duda- que Fellini sería para siempre, y que al decir como en las crónicas: “Roma, ciudad eterna” bien podría reemplazarse el nombre de la ciudad por su propio nombre.

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