lunes, 5 de agosto de 2019

Poema de Jorge Galán


La herencia

Han pasado quinientos años, y un poco más
y sigues erguido en la neblina. No logras entender
el sonido del río que crece como un niño a los doce años
y se vuelve un hombre tendido sobre la superficie
de las piedras, y se pone de pie
y salta al abismo y cae de pie y sigue y sigue
hasta encontrar el mar, que es una casa siempre.
Sé que no comprendes el peso de los inmensos árboles
ni ves el brillo de la obsidiana
romper la oscuridad del aire, ni escuchas
el grito de la breve esmeralda
ni sientes la vibración del bisonte por la interminable pradera,
el bisonte cuya pezuña jamás puede destruir el color rojo
de las pequeñas insignificantes flores.
No comprendes la belleza de lo inexplicable. El ruido
de lo genuino, donde no existe el hombre.
Tu lengua no es mi lengua, las palabras
son semejantes pero no los significados.
Te he visto mirarme quinientas veces, pero mírame
una vez más, obsérvame erguido frente a la claridad del mediodía,
frente a la tormenta de nieve, no soy un visitante del mundo
soy el mundo,
y soy el viento del norte
envilecido al rozar las inclinadas cabezas
de los habitados por la oscuridad y la muerte.
No soy tu descendencia. Tu padre
no es mi padre ni tu madre es la hija de mi madre,
pero nada es distinto en la brisa de la tarde para nosotros,
el fuego de la lámpara no es más bello que el fuego de la fogata,
la bellota no es más hermosa que la concha marina
ni la laguna que una mano llena de fango.
Cuando se cuenta el cuento de la creación,
el instante de inicio es el mismo
en cualquiera de las lenguas que conocemos.
En la profundidad de las aguas, no hay un centro posible
ni un final en el viento, donde todo retorne.
He visto palomas de neblina vagar entre tus largos edificios,
he visto miles de hombres cayendo en una sola tumba
y flores que nacían sobre ella, y venados
comiendo de esas flores, y lluvia, y barcos en la lejanía,
y luego un páramo desolado y sombrío, y alguien más
andando de espaldas para siempre, he visto
y he callado, por eso ahora besa mi labio sin amor
y comprende a qué sabe la inmensidad
donde el acantilado y el  cielo no poseen ninguna diferencia.

                                                                     Jorge Galán (El Salvador, 1973)
  

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