La herencia
Han pasado quinientos
años, y un poco más
y sigues erguido en
la neblina. No logras entender
el sonido del río que
crece como un niño a los doce años
y se vuelve un hombre
tendido sobre la superficie
de las piedras, y se
pone de pie
y salta al abismo y
cae de pie y sigue y sigue
hasta encontrar el
mar, que es una casa siempre.
Sé que no comprendes
el peso de los inmensos árboles
ni ves el brillo de
la obsidiana
romper la oscuridad
del aire, ni escuchas
el grito de la breve
esmeralda
ni sientes la
vibración del bisonte por la interminable pradera,
el bisonte cuya
pezuña jamás puede destruir el color rojo
de las pequeñas
insignificantes flores.
No comprendes la
belleza de lo inexplicable. El ruido
de lo genuino, donde
no existe el hombre.
Tu lengua no es mi
lengua, las palabras
son semejantes pero
no los significados.
Te he visto mirarme
quinientas veces, pero mírame
una vez más,
obsérvame erguido frente a la claridad del mediodía,
frente a la tormenta
de nieve, no soy un visitante del mundo
soy el mundo,
y soy el viento del
norte
envilecido al rozar
las inclinadas cabezas
de los habitados por
la oscuridad y la muerte.
No soy tu
descendencia. Tu padre
no es mi padre ni tu
madre es la hija de mi madre,
pero nada es distinto
en la brisa de la tarde para nosotros,
el fuego de la
lámpara no es más bello que el fuego de la fogata,
la bellota no es más
hermosa que la concha marina
ni la laguna que una
mano llena de fango.
Cuando se cuenta el
cuento de la creación,
el instante de inicio
es el mismo
en cualquiera de las
lenguas que conocemos.
En la profundidad de
las aguas, no hay un centro posible
ni un final en el
viento, donde todo retorne.
He visto palomas de
neblina vagar entre tus largos edificios,
he visto miles de
hombres cayendo en una sola tumba
y flores que nacían
sobre ella, y venados
comiendo de esas
flores, y lluvia, y barcos en la lejanía,
y luego un páramo
desolado y sombrío, y alguien más
andando de espaldas
para siempre, he visto
y he callado, por eso
ahora besa mi labio sin amor
y comprende a qué
sabe la inmensidad
donde el acantilado y
el cielo no poseen ninguna diferencia.
Jorge Galán (El Salvador, 1973)
Jorge Galán es un poeta de enorme sensibilidad. Un hallazgo.
ResponderEliminarSí!!!
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