miércoles, 28 de agosto de 2019

Poema


Nada de nada 
Beatriz Actis


En el oeste arde una furiosa estrella.
Wallace Stevens

 


Éramos, tal vez,
solo dos desamparados
que hablaban en la noche
hasta que vimos amanecer a través de las ramas,
detrás de la ventana.
Su padre, que había sido fotógrafo
y a quien conocí durante la niñez,
se estaba — dijo— quedando ciego.
A lo largo de esa noche interminable
tuve, muchas veces, unas ganas enormes de abrazarlo.
Y ahora recuerdo algunas de sus frases
que me siguen dando ganas de llorar
    tantas ganas de llorar.
Yo también hablé, un poco, sobre mi padre.
Desde su muerte siento que lo único necesario es nombrarlo.
Pensé: No puede ser, todavía lo extraño.
      (No solo a mi padre, claro,
      era a él a quien iba a estar extrañando a la mañana siguiente,
      y hacía unos días ni nos conocíamos siquiera)
Me dijo, riendo: Somos gente con una infancia en común
que no compartió nada de nada.
       Es que podíamos hablar durante horas sobre detalles
de las calles del pueblo
de hacía cuarenta años
y de gente conocida, pero nosotros
en verdad
cuando éramos niños
no sabíamos ni remotamente
quién era el otro.

*

Él ahora me habla
sobre las estrellas,
sobre cómo se ven de límpidas
o de cercanas
cuando todo alrededor es oscuridad.
Y ese lento extrañar
—a pesar de su voz en el medio de la noche —
la transforma
en un mar ennegrecido
en que sus manos vuelven
como olas.
  El brillo inadvertido de estrellas de llanura
  sin embargo
  nunca llegará hasta aquí,  a esta ciudad.
Es el instante en que los lentos amores reaparecen
y la clara luz oeste
no es más que una amenaza que no se cumplirá.



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