miércoles, 4 de noviembre de 2009

Verne

Versión de “LA VUELTA AL MUNDO EN OCHENTA DIAS”, de JULIO VERNE
(Buenos Aires, Estación Mandioca Ediciones)
Por Beatriz Actis

Capítulo 1: Un típico señor inglés

¿Cómo se imagina alguien a un señor inglés? En líneas generales, de la siguiente manera: serio, puntual, meticuloso, formal, socio de un club de caballeros.
Pues… ¡Phileas Fogg respondía exactamente a esa descripción!
Vivía, además, en una típica casa de un típico barrio de Londres: el número siete de la calle Saville Row en Burlington Gardens.
Nada se sabía sobre Phileas Fogg más allá de los datos que hemos señalado, ya que no se conocían de él ni profesión (aunque nadie dudaba de que era un hombre rico) ni pasado ni familia.
Corría el año 1872.
Todos los días, Phileas Fogg se levantaba a la misma hora, almorzaba y cenaba en el Reform Club, en la misma mesa y en el mismo comedor sin invitar jamás a un extraño, y regresaba a su casa para acostarse exactamente a la medianoche.
Y así, cada día de su rutinaria vida londinense.
Había tenido a su servicio a un criado llamado Foster, pero acababa de despedirlo porque le había llevado el agua para afeitarse a una temperatura de 54 grados Farenheidt en lugar de los 55 a los que él estaba acostumbrado.
Así de quisquilloso era este señor inglés.
Contrató entonces a otro empleado para reemplazar a Foster.
En la mañana del 2 de octubre, Phileas Fogg estaba en su casa, esperando, cuando llamaron a la puerta y apareció Jean Passepartout. El joven francés, de cara enrojecida y pelo revuelto, sería desde ese momento su nuevo criado.
Passepartout había tenido muchos oficios y empleos: cantante callejero, acróbata y trapecista en un circo, profesor de gimnasia e incluso bombero en plena ciudad de París.
Su nombre (que en francés quiere decir ganzúa) aludía a una de sus virtudes: el nuevo criado poseía una natural habilidad para desempeñarse en cualquier situación imprevista, por más insólita que ésta fuera. Era alguien que “servía para todo”, igual que una llave maestra.
Eso sí, antes de darle el trabajo al joven francés, Phileas Fogg controló que los relojes de ambos estuvieran sincronizados. Passepartout había llegado a la cita cuatro minutos después de lo convenido y tuvo que ajustar la hora de su reloj.
Passepartout pensó: “He conocido en el famoso Museo de Estatuas de Cera de Madame Tussaud estatuas tan llenas de vida como mi nuevo amo”.
Y agregó para sí mismo que Phileas Fogg era el hombre más exacto y sedentario de toda Inglaterra.


Capítulo 2: El mundo en una apuesta


Esa misma tarde, a las 6 menos veinte (ni un minuto más, ni un minuto menos), Phileas Fogg se hallaba en el club jugando a las cartas junto a sus habituales compañeros.
Ellos eran: Thomas Flannagan, fabricante de cerveza; Andrew Stuart, ingeniero; Jhon Sullivan, banquero; Samuel Fallentin, también banquero, y Gauthier Ralph, administrador del Banco de Inglaterra.
Estaban comentando y discutiendo sobre un acontecimiento reciente: alguien había robado muchísimo dinero (¡cincuenta y cinco mil libras esterlinas!) del Banco de Inglaterra.
_ No tenía aspecto de ladrón, según afirman los testigos – dijo Ralph - sino de caballero.
Durante el juego, los jugadores no hablaban pero cuando se hacía un alto entre partida y partida, la charla interrumpida cobraba mayor interés.
_ El ladrón tiene todas las posibilidades de escapar y de no ser encontrado jamás – dijo Stuart.
- No es así, ya que no podrá refugiarse en ningún otro país –corrigió Ralph, que poseía mayor información sobre el robo ya que trabajaba en el Banco-. Los más hábiles inspectores de la Policía fueron enviados a los principales puertos de Europa y de América para evitar que ese sujeto escape.
_ Insisto en que, a pesar de que la Policía lo esté persiguiendo, el ladrón puede refugiarse en cualquier país. La Tierra es un lugar muy grande.
En ese momento, Phileas Fogg intervino en la conversación:
_ Antes sí lo era…
_ ¡Cómo que antes! ¿Acaso la Tierra se ha reducido? – preguntó Stuart.
_ ¡Claro que sí! – respondió Ralph-. La Tierra se ha empequeñecido en el sentido de que hoy se la puede recorrer en un tiempo diez veces más breve que hace cien años. Y esto hará que la investigación sea más rápida.
_ Y también, que el ladrón se escape con mayor facilidad –dijo Phileas Fogg.
_Han encontrado, caballeros, una manera muy simpática de decir que actualmente se puede dar la vuelta al mundo en sólo tres meses –señaló Stuart.
_ En ochenta días, nada más –aseguró Phileas Fogg.
_ Efectivamente, señores – adhirió Sullivan-, he leído un cálculo reciente en el periódico; lo tengo aquí conmigo.
Y a continuación leyó en voz alta los siguientes datos:

• De Londres a Suez (en ferrocarril y barco): 7 días
• De Suez a Bombay (por barco): 13 días
• De Bombay a Calcula (en ferrocarril): 3 días
• De Calcuta a Hong Kong (por barco): 13 días
• De Hong Kong a Yokohama (por barco): 6 días
• De Yokohama a San Francisco (por barco): 22 días
• De San Francisco a Nueva York (en ferrocarril): 7 días
• De Nueva York a Londres (por barco y en ferrocarril): 9 días

Después de leer la información, Sullivan concluyó:
_ Total: ochenta días.
_ Sí, pero eso es sólo en teoría, ya que no se tienen en cuenta los contratiempos que seguramente tendrá un viaje tan largo – objetó Stuart.
_ La vuelta al mundo en ochenta días, en la práctica, con todos los contratiempos incluidos – afirmó Phileas Fogg con su habitual tono impasible.
_ Apuesto cuatro mil libras esterlinas a que eso es imposible –dijo Stuart.
_ Acepto –dijo Fogg-. Y apuesto veinte mil libras esterlinas a que sí es posible.
_ Aceptamos – respondieron los otros caballeros que jugaban a las cartas con Phileas Fogg.
_ Esta misma noche partiré de Londres – dijo el hombre que acababa de apostar que en ochenta días daría la vuelta al mundo-. Y regresaré a este mismo lugar el 21 de diciembre a las 8 y 45 de la tarde.
Los caballeros redactaron y firmaron un acta para certificar la apuesta. Después, continuaron jugando a las cartas, y Phileas Fogg con ellos, como si nada extraordinario hubiese sucedido en el Reform Club aquella tarde.

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