Con las mismas manos
Con las mismas manos de acariciarte estoy construyendo una escuela.
Llegué casi al amanecer, con las que pensé que serían ropas de trabajo, pero los hombres y los muchachos que en sus harapos esperaban todavía me dijeron señor. Están en un caserón a medio derruir, con unos cuantos catres y palos: allí pasan las noches ahora, en vez de dormir bajo los puentes o en los portales. Uno sabe leer, y lo mandaron a buscar cuando supieron que yo tenía biblioteca. (Es alto, luminoso, y usa una barbita en el insolente rostro mulato) Pasé por el que será el comedor escolar, hoy solo señalado por una zapata sobre la cual mi amigo traza con su dedo en el aire ventanales y puertas. Atrás estaban las piedras, y un grupo de muchachos las trasladaban en veloces carretillas. Yo pedí una y me eché a aprender el trabajo elemental de los hombres elementales. Luego tuve mi primera pala y tomé el agua silvestre de los trabajadores, y, fatigado, pensé en ti, en aquella vez que estuviste recogiendo una cosecha hasta que la vista se te nublaba como ahora a mí. ¡Qué lejos estábamos de las cosas verdaderas, amor, qué lejos —como uno de otro—! La conversación y el almuerzo fueron merecidos, y la amistad del pastor. Hasta hubo una pareja de enamorados que se ruborizaban cuando los señalábamos riendo, fumando, después del café. No hay momento en que no piense en ti. Hoy quizás más, y mientras ayude a construir esta escuela con las mismas manos de acariciarte. |
Es importante encontrar poesía en el trabajo manual. A mi me cuesta lograrlo. Hay quienes lo consiguen como este autor. Un hallazgo.
ResponderEliminarQuizás porque aquí el trabajo manual tiene carga política. Y es, además, un poema de amor
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