Edimburgo
Beatriz Actis
Había leído aquel poema de Montale sobre la calle de la media luna
antes de conocer Edimburgo.
Era el fin del otoño,
la primera nevada caía.
A poco de llegar vi que la media luna no era
una calle sino una batería del Castillo que amenaza o embellece la ciudad.
En el poema dice Montale
“el hombre que predicaba bajo la
Media Luna
me preguntó: ¿Sabes dónde está Dios? Lo sabía
y se lo dije. Movió la cabeza”
me preguntó: ¿Sabes dónde está Dios? Lo sabía
y se lo dije. Movió la cabeza”
(es a la vez espléndido y triste)
Entramos en un bar de la ciudad medieval, una tarde oscura, huyendo de la
tormenta.
Adentro, mujeres de nacionalidades inciertas (¿danesas…?) bailaban, y
escoceses tocaban guitarra y violín,
todos bebían bajo la mirada estática
—eterna— de un retrato de Robert Burns.
No teníamos frío, no teníamos miedo, éramos jóvenes y amábamos,
no nos delataba la mortalidad.
Afuera,
escoceses pasaban
silbando bajo la ventisca.
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