En su visita a la última Feria del Libro, John
Banville hizo una distinción entre verso, prosa y poesía, y remarcó que la
poesía se puede dar tanto en el verso como en la prosa. Haciendo esta
afirmación extensiva a un afuera, al ámbito de lo extraliterario, por qué no
pensar que la poesía fluye también en la prosa de la calle: escrita en las
paredes, canturreada por alguien que pasa, escuchada por algún otro en
conversaciones fragmentarias. Y reniega -felizmente, tal vez-, en ese
fragmentarismo y en la reinvención o en la recreación cotidianas, tantas veces
inadvertidas, de la letra fija.
Me detengo entonces en esa poesía
incorporada a la cotidianeidad, en especial en versos o autores que forman parte de lo popular.
Recientemente, un taxista que me llevaba a la Terminal de Ómnibus, ante cierto
panorama urbano que debe haberle resultado desolador, se puso a recitar unos
versos de “Setenta balcones y ninguna flor”, los decía para él mismo, o tal vez
los compartía con la pasajera ocasional. Tiempo atrás, en una esquina de mi
barrio (mi barrio es el centro), luchaba contra el viento del río que doblegaba
mi paraguas; un señor mayor que pasaba a mi lado recitó: “Piú avanti. No te des
por vencido ni aún vencido”. Esta vez
era yo claramente la destinataria: me dio claro aliento con palabras, y siguió
sus pasos.
Beatriz Actis (en nota de Suplemento MAS, Diario LA CAPITAL, Rosario, julio 2015)
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