domingo, 16 de septiembre de 2012

Diario de viaje: Libros en viejas ciudades
Beatriz Actis 
(Contratapa - Rosario 12 - 7/9/2011)



Librerías de viejo en Lisboa

“Oporto trabaja y Lisboa se divierte”, repite la muchacha portuguesa poniendo en evidencia una histórica disputa -profunda o superficial, verdadera o impostada, atinente a la realidad o al mito: resta averiguarlo- entre las dos ciudades. En verdad, la frase completa es: “Lisboa se divierte, Coimbra canta, Braga reza y Oporto trabaja”.
…Y la bella “Porto” contemplada desde el Café Majestic (lugar-estrella de la ciudad desde la Belle Époque, sede en etapas diversas de las reuniones sociales de la aristocracia local y de las tertulias políticas y el debate de ideas) bulle de gente en movimiento, movimiento que parece reñido con el ocio, tal vez dando razón a la sentencia.
Aunque ¿cómo aceptar alguna crítica, alguna ironía sobre Lisboa después de tanto Pessoa en nuestras vidas, de aquel Pessoa multiplicado en Álvaro de Campos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Bernardo Soares, Antonio Mora…?
Del vínculo entre el poeta y sus heterónimos, que creó esos otros de sí mismo, saltamos a otra dispersión: la de los distintos lugares urbanos de encuentro con los libros (bibliotecas, librerías, puestos en las ferias), la tensión de ese vínculo entre los espacios centrales dedicados a los libros, los consagrados, y los espacios eclécticos y entrañables de las periferias.
En Oporto, la gran librería de estilo neogótico está situada en el centro de la ciudad, cercana a la Torre de los Clérigos, y es Lello e Irmao. Deslumbra. Las estanterías llegan hasta el techo, la imponente escalera en el centro es también de madera pero labrada, la luz natural inunda a lectores y a libros desde un amplio techo de vidrio.
En Lisboa, la Feira da Ladra, en el Campo de Santa Clara, y también el colorido mercado de libros viejos en la Rua da Anchieta en el barrio del Chiado, entre las estatuas de Fernando Pessoa, Luis de Camões y Eça de Queiroz, también deslumbran, pero bajo la luz del día.

Libros en La Habana Vieja

En Casa de las Américas, viejos cassettes con lecturas de sus propias obras hechas por escritores de Latinoamérica (no sólo cubanos como Lezama Lima sino también de otras nacionalidades como el colombiano García Máquez, el hondureño - guatemalteco Augusto Monterroso, el salvadoreño Roque Dalton), entre ediciones realizadas en “la Isla Grande”, afiches de películas y fotos de la Revolución, perpetúan las voces por tantos admiradas.
Fundada en 1959 por Haydée Santamaría y presidida durante años por Roberto Fernández Retamar, Casa de las Américas divulga y propicia el trabajo de creadores e investigadores en distintos campos del arte, aunque con acento en la literatura.
En la Plaza de Armas de La Habana Vieja, bajo los árboles, volvemos a encontrarnos no ya con las voces sino con la letra escrita: en los puestos que bordean la plaza conviven la primera edición de “Paradiso”, de Lezama, y los “Cuentos Completos” de Virgilio Piñera
Los vendedores pregonan, como es usual en los mercados, pero aquí pregonan sobre ediciones especiales: “¡Las obras escogidas de Martí, en tres tomos, del Centro de Estudios Martianos!”. Si ven que uno lleva en la mano los cuentos de Piñera recién comprados en un puesto vecino, el pregón cambia a: “¡Aquí tenemos el teatro completo de Piñera!”.
Y siguen las promulgaciones literarias en voz alta, que rebotan, se multiplican o se pierden entre el gentío que recorre la plaza.

Cerca del Sena

En la capital de Francia es hoy una rutina turística visitar Shakespeare and Company, casi a un costado de Notre Dame, cerca de la plaza de Saint Michel, sobre la orilla izquierda del Sena.
(Sin embargo, es sobre el Boulevard Saint Michel, próximo a la mítica librería, en donde puede revolverse entre libros usados y con precios de saldo, dispuestos sobre mesas colocadas en las veredas, en busca de joyas literarias perdidas o, al menos, de alguna oferta en euros atractiva para el lector)
La Shakespeare and Company  original, mencionada por Hemingway en “París era una fiesta”, estaba ubicada en otro sitio, sobre la calle Odeón, y su famosa dueña, Sylvia Beach -editora y librera estadounidense expatriada- recibía allí durante las primeras décadas del siglo XX, entre la Primera y la Segunda Guerra Mundial, a los escritores de la Generación Perdida,  a otros autores de origen anglosajón y a intelectuales franceses de la época.
El lugar funcionaba en la práctica como un centro de literatura de lengua inglesa en pleno París. Beach fue la primera en publicar el “Ulyses” de Joyce, en 1922, antes que en Inglaterra y en Estados Unidos.  
Según lo testimonian diversas publicaciones, la librería se negó a vender, en los 40, un libro de Joyce a un oficial alemán en plena ocupación y como consecuencia, su dueña fue  arrestada durante seis meses y el negocio cerró.
Una década después, reabrió otra librería con ese nombre, esta vez bajo la dirección del también norteamericano George Whitman; es la que hoy aún se encuentra abierta al público en París, al lado del río que atraviesa la ciudad (su dueño murió en el 2011, casi centenario). Fue frecuentada en los años 50 e inicios de los 60 por la Generación Beat.
Esencialmente un anfitrión,  Whitman convirtió a la librería en una suerte de hospedaje gratuito no sólo para escritores sino para todo aquel nómada dispuesto a recibir alojamiento a cambio de algunas horas de trabajo en la librería, atendiendo al público.
Se dice que a cambio, también, los huéspedes se comprometían a leer.

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