domingo, 25 de octubre de 2009

Textos escritos en el TALLER

Azul
Gustavo Fracchia

El crucero a bordo del que me encontraba estaba próximo a partir. La nave inmensa, colmada de despreocupados turistas, estaba amarrada en un muelle de lo que parecía ser una Buenos Aires de blancos y negros.
Yo miraba entusiasmado los preparativos desde lo alto, en la cubierta principal sobre la proa misma, apoyando mis codos sobre la madera lustrada de la baranda del barco. Trataba de ver todos los detalles sin perder uno. Observé cómo se levantaban las pasarelas mientras los últimos pasajeros se apresuraban a correr por ellas, cómo los tripulantes ejercían movimientos agitados y cruzaban instrucciones en jerga marina, anunciando la inmediata partida.
Después, el sonido grueso de la bocina a vapor y el barco que comenzó a alejarse del muelle, centímetro a centímetro, mientras chirriaba su pesada estructura. Las amarras de soga caían pesadas al agua, liberando pequeñas gotas al aire que brillaban con el sol formando diminutos arcos iris.
Aunque embelesado por la ceremonia, poco a poco fui advirtiendo que nos balanceábamos de una forma que no era la habitual. No se trataba del clásico bamboleo de babor a estribor que produce los típicos mareos a quienes no acostumbran a navegar seguido, sino de uno distinto, transversal, que hacía oscilar al buque como si se enfrentara a una sucesión de olas que lo tomaban por la proa y lo dejaban por la popa, olas que no se deslizaban hacia la costa sino que la recorrían en forma perpendicular.
El sube y baja se fue haciendo cada vez más notorio. Pronto me encontré mirando en forma alternada el agua y el cielo. Esa repetición (agua - cielo, cielo - agua) se fue acelerando con cada ciclo y duplicando su velocidad cada vez, agua abajo, cielo arriba.
Desde mi posición de proa todo se hacía más ostensible, no tuve otra alternativa y me aferré cada vez más fuerte a la baranda para no caer de cabeza al agua, al bajar, o de espaldas sobre la cubierta, al subir. En pocos segundos tomé clara conciencia de que la situación era desesperante. Nos íbamos a hundir en alguna de esas vueltas. Cielo arriba, agua abajo. O bien por la proa a bajar o bien por la popa al subir, el agua lograría filtrase como una serpiente líquida y éste sería el principio de un rápido final. Tuve la noción de que iba a morir allí. Mucha agua y tal vez cielo. Como cada vez que he sentido cerca a la muerte, me alcanzó una inmensa paz que colmó mi cuerpo, mi espíritu. Me entregué a la fatalidad o a la suerte. No pude distinguir, sin embargo, a cuál de ellas atribuirle la responsabilidad de aquel estado, pero no importó: ambas habían decidido por mí.
Entre el sopor que me producía aquel invertido mecer de cuna, abajo agua, arriba cielo, podía oír los gritos de la gente a lo lejos, agua cielo, abajo arriba, mezclados con los ruidos de un caos que llegaban como un rumor que presagiaba el naufragio. Arriba abajo, cielo agua. No había remedio o al menos pensé que no lo había. Cielo agua, abajo arriba. Cada vez el movimiento era más violento y veloz. Ya casi podía tocar el agua con mis manos al bajar y el cielo con mi frente, al subir. Trataba de guardar suficiente aire en los pulmones para soportar la primera zambullida. Fue en el momento más álgido de aquel alocado vaivén, cuando ya todo estaba jugado, que sentí detrás la fuente irradiante de un calor que se apiadó de mí. Fui empequeñeciendo hasta convertirme en un niño asustado que busca a algún mayor que lo acoja. Mientras seguía aferrado a la baranda de la cubierta, agua agua, cielo cielo, por encima de mis hombros crecieron dos fuertes y largos brazos que se extendieron, me rodearon y se cruzaron por delante de mi pecho con sus manos abiertas, brindándome la protección que necesitaba. Las mangas de lana tejida rozaron mi cara. Me abrazaron muy fuerte. Fueron cobijo. El abrazo era inmenso. Aquel olor a tabaco y aserrín invadió mis sentidos devolviéndome una memoria que creía perdida. Una barba dura de pocos días se posó sobre mi cabeza y la rascó en círculos con una ternura tosca. Acurrucado en su seno como un pichón mojado, al amparo de su calor, en la deseada seguridad de sus brazos fornidos, desapareció el vaivén, se acallaron los gritos, el caos devino en orden. Todo fue cielo o quizás agua. Solté mis manos entumecidas de la baranda. Abrí los ojos y era azul. La luz era azul. El cielo que bajó hasta el agua era azul y ambos fueron azules y se confundieron. Una voz ronca sonó fuerte y clara por encima de mi cabeza desde la barba dura que enredaba mi pelo, pronunciando con la calma de los seguros una sola y definitiva frase: “Nunca te va a pasar nada malo estando conmigo”.
Los brazos y manos fuertes de mi ángel azul permanecieron abrazándome por un largo rato. Ya no tuve miedo. Me vi creciendo y retomando la talla original del hombre adulto que había ascendido al crucero esa mañana. A medida que crecía, podía sentir cómo él se iba disolviendo. No traté de retenerlo. No sé de qué modo lo supe, pero sentí que debía dejarlo partir. Se disipaba el calor en mi espalda como si su fuente se alejara. Se fue como vino, poco a poco, pedazo a pedazo. Todo regresó a la normalidad. El agua volvió a ser agua y el cielo, cielo. El buque seguía anclado en el muelle. Los últimos pasajeros corrían para no perderse el viaje. Los marineros iban de un lado a otro tratando de cumplir las sucesivas órdenes del capitán (los pasajeros a bordo, retirar las pasarelas, levar las anclas, timón a estribor, zarpamos)
Desperté llorando. Lamento que hayan tenido que pasar cincuenta años para comprenderte en un sueño. Como eras hombre de pocas palabras, nunca me atreví a preguntarte el porqué de tus ausencias. El egoísmo del hijo único no me permitió advertir que mi necesidad era la alarma que convocaba tu presencia.

6 comentarios:

  1. Hay una especie de penumbra que envuelve, embriaga y desata los nudos de la memoria. ¡Me encantó!

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  2. Ya hablamos sobre lo acertado de las iteraciones agua-cielo y viceversa.
    Ahora que lo puedo leer, esto: "mi necesidad era la alarma que convocaba tu presencia" es un broche de platino.

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  3. Me gusto, me parecio muy tierno. Pegale para adelante, que se nota sentimientos. Besos ,nos vemos el sabado, Silvi

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  4. Me encanto,es de esos cuentos que te hacen leer y leer sin parar para saber el final. Me emocionó y el final es genial,se me hizo un nudo en la garganta. La verdad mucho semtimiento. Besos.

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  5. Qué lindo Gustavo......vos ya sabrás ...me gusta mucho ese estilo y esos temas......además de llegarme al alma, está muy bien escrito!!!

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  6. Muy lindo Gustavo, te felicito! Veo que no solo escribis buenos documentos tecnicos.
    Un abrazo.

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