domingo, 27 de septiembre de 2020

CUENTO

 

El Fabuloso Kraken (o Aventura en el Mar de la China)

Beatriz Actis 

 

  Viajé y viajé, durante muchas noches y a través de muchas rutas en el agua, desde el Río Paraná hasta el Río de la Plata, y desde allí por el Mar Argentino hasta el Océano Atlántico y hasta el Océano Índico, en una balsa hecha con ramas atadas con broches de alambre y después navegué más lejos todavía. 

  Cuando los alambres se estaban oxidando, llegué al Mar de China, que tenía el aspecto de una enorme y salada sopa de arroz. La sopa —el agua— estaba en calma; el cielo, claro.

  Ahora bien, se estarán preguntando qué hago yo, una náufraga solitaria, en el medio del Mar de la China, con mi balsa hecha con ramas de frutales, broches de alambre y una sábana deshilachada a modo de vela, y con una mandarina entre las manos.

  Les voy a contar mi historia:

  Estaba colgando la ropa en el patio de mi casa. Lo hacía de una manera bastante desganada porque en realidad de las tareas del hogar lo único que verdaderamente me  ha gustado siempre es cocinar, por ejemplo, los pescados de río: boga a la naranja, mandubí al limón o patí a la toronja.

  Debo aclarar que mi casa está ubicada en las afueras del pueblo de Santa Cítrica (declarado “Capital nacional de la mandarina”), a orillas del Río Paraná, República Argentina. O, lo que es lo mismo decir desde esta lejanía: en algún entrañable lugar de Sudamérica. 

  Y estaba tendiendo la ropa lo más tranquila y distraída, sumida en mis ensoñaciones, cuando de repente lo que hasta ese momento había sido una leve brisa se convirtió en un viento fuerte. Las sábanas que estaba colgando empezaron a volar como aves, como nubes, hacia el lado del río.

  Comencé a perseguirlas hasta que una de ellas voló sobre el agua, fue a caer en un camalote que arrastraba la corriente y quedo extendida sobre él. El camalote cubierto por la sábana parecía una mesa con un mantel tendido, lista para que le sirvieran la comida.

  Quedé hipnotizada: fue imaginarme la mesa, el mantel y la comida para comportarme como ante un espejismo. No lo dudé: ¡Seguí a mi sábana!

  Salté hacia el camalote y conseguí flotar apoyada en las ramas de unos árboles (lo digo con orgullo: los mejores frutales de la patria). De allí, las mandarinas que pude rescatar para mi viaje...

  Fue cuando pensé: “Tengo que conseguir mucha madera, tengo que conseguir de donde pueda”. Entonces me apoyé en el camalote y até como pude las ramas con los broches de alambre que hasta hacía un momento me habían servido para colgar la ropa y que todavía estaban en mis manos.

  Todo, para construir mi balsa. 

  Y acá estoy... después de tanto viaje... sola en medio del Mar de la China, comiéndome la última mandarina y sintiéndome sobreviviente de un naufragio que nunca ocurrió.

  En eso, veo a lo lejos algo parecido a una gran roca en el medio del mar. Me acerco, la vela de mi balsa guiada por el viento.

  ¡Es una isla! Ya voy a poder pisar otra vez el suelo firme. Me siento una aventurera en tierras salvajes.

   Logro alcanzar la orilla. La isla es muy pequeña y parece dividida en dos. La recorro en poco tiempo. De un lado crecen plantas tropicales, muy verdes, que me protegen con su sombra. Del otro, la superficie es rugosa, como un desierto pantanoso.

  Me siento a descansar. Estoy mirando el horizonte cuando emerge del fondo, cerca de donde está amarrada la balsa, un cuerpo imponente de marino:

—Soy un Sireno —dice, y enciende una pipa.  

   Pienso: “El tabaco estará mojado”. Pero, de modo inexplicable, la pipa se prende. Mientras echa humo, dice el Sireno: 

—Ojo al piojo —y cada tanto chapotea con su cola plateada de pescado.

—“Por el Río Paraná venía nadando un piojo” —le digo yo, por decir algo. Parece que no me oye porque sigue monologando:

—Tenga cuidado. Es que anda cerca el Fabuloso Kraken —y se acerca más a la orilla  para que yo escuche la advertencia.

  Pongo cara de no entender de qué me habla. Al parecer, le importa poco.

—¡Y tiene hambre! —sentencia con voz muy alta, se acomoda la pipa entre los labios y vuelve a sumergirse tan rápido que ni siquiera lo puedo saludar.

    “El Fabuloso Kraken...”, repito intrigada. Trato de hacer memoria. El nombre me resulta familiar, quizás de las historias de barcos y travesías que leía desde chica: yo siempre había querido conocer el mar.   

   Y de golpe recuerdo, con precisión y con alarma: “El Kraken es el calamar gigante... La antigua leyenda de los mares... El monstruo devorador de embarcaciones...”.  Y eso no es todo.

   Estoy parada en el lado desierto de la isla y el suelo empieza a moverse como sacudido por un terremoto… o un maremoto. Pienso: “¡Eso me falta justo ahora!”.

   Corro desesperada hacia el lado de la isla poblado de vegetación y desde allí veo cómo  la parte desierta de la isla empieza  separarse del lado tropical, como con vida propia… ¡Y de pronto se asoman una gran aleta, un cuerpo alargado, unas piernas espantosas como tentáculos! 

  Comprendo enseguida el motivo del extraño fenómeno: “¡El desierto pantanoso no era una parte de la isla, era el Calamar Gigante en reposo!”.

   Pego un grito en el mismo momento en que el Fabuloso Kraken tapa el cielo. Y se ve —como me había advertido el Sireno— que el monstruo tiene hambre, porque se para con toda su majestuosidad enfrente de la islita tropical, me mira fijo y empieza a abrir la bocaza.

  Paralizada, observo en sus ojos mitológicos: unas pestañas arqueadas, unas ojeras retocadas, un aro en un costado, una hebillita con forma de delfín. Abre del todo la boca y dice:

— ¡Uy, me quedé dormida!

  Y bosteza, desperezándose con los tentáculos. Tomo confianza y le pregunto, señalando el lugar adonde estoy parada:

  — ¿Esta isla es de verdad o también es alguien dormido?

   Se ríe y me dice que es isla de verdad. Después me cuenta:

    Ahora me voy a hacer un poco de ejercicio: 250 kilómetros crawl, 300 espalda y 450 mariposa. Todos los días me voy nadando hasta la India y vuelvo.

   Y agrega:

— Pero antes podríamos tomarnos un té de algas.

  Mientras con sus tentáculos sirve unas tacitas de porcelana que dicen “Titanic” (no me atrevo a preguntar), me cuenta que almorzó medio cardumen y una fuente de plancton.

  Al final no se va a nadar y nos quedamos conversando hasta la madrugada sobre muchos temas que la soledad del entorno natural hace brotar de nuestros labios. Ola va, ola viene, nos hacemos amigas.

   Duermo en la isla, bajo una palmera, y a la mañana la Kraken me despierta  Me trae para el desayuno anémonas del fondo, camarones, langostinos, pejerreyes y otros alimentos marítimos.

   De a poco voy agarrándole la mano a la cocina de mar: pasa un barco de bandera italiana, le ofrezco mejillones a la napolitana; pasaba un barco con bandera española, le hago una cazuela de mariscos, y así con toda la Organización de las Naciones Unidas.    

    Ahora me especializo en comida oriental, correspondiente a mi zona catastral, porque ya tengo el domicilio registrado en el Mar de China.

     Estoy contenta y, aunque extraño mi casa junto al Río Paraná, República Argentina, aquí puedo disfrutar de este proyecto: inauguramos el Primer Restaurante Chino-Americano “Isla Flotante”, en homenaje a aquel camalote que una vez imaginé como una mesa servida.

  En el cartel de la entrada, la Fabulosa Kraken escribió con su propia tinta: “Especialidad de la casa: cocina gourmet”. Y en el menú puede leerse: “Pruebe nuestros exclusivos platos para cada día del año: trescientas sesenta y cinco recetas sin calamares”.

  Ya lo saben. Si quieren hacernos un pedido, escriban simplemente a: “marinarios@punto.com”.

  Y si viven en Sudamérica, por favor, mándenme un poco de fruta de estación, preferentemente del pueblo de Santa Cítrica. El aire de mar despierta el apetito, pero no borra la nostalgia.




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