El Fabuloso Kraken (o Aventura
en el Mar de la China)
Beatriz Actis
Viajé y viajé, durante muchas noches y a través de muchas rutas en el
agua, desde el Río Paraná hasta el Río de la Plata, y desde allí por el Mar
Argentino hasta el Océano Atlántico y hasta el Océano Índico, en una balsa
hecha con ramas atadas con broches de alambre y después navegué más lejos
todavía.
Cuando los alambres se estaban oxidando, llegué al Mar de China, que
tenía el aspecto de una enorme y salada sopa de arroz. La sopa —el agua— estaba
en calma; el cielo, claro.
Ahora bien, se estarán preguntando qué hago yo, una náufraga solitaria,
en el medio del Mar de la China, con mi balsa hecha con ramas de frutales,
broches de alambre y una sábana deshilachada a modo de vela, y con una
mandarina entre las manos.
Les voy a contar mi historia:
Estaba colgando la ropa en el patio de mi casa. Lo hacía de una manera
bastante desganada porque en realidad de las tareas del hogar lo único que
verdaderamente me ha gustado siempre es cocinar, por ejemplo, los
pescados de río: boga a la naranja, mandubí al limón o patí a la toronja.
Debo aclarar que mi casa está ubicada en las afueras del pueblo de Santa
Cítrica (declarado “Capital nacional de la mandarina”), a orillas del Río
Paraná, República Argentina. O, lo que es lo mismo decir desde esta lejanía: en
algún entrañable lugar de Sudamérica.
Y estaba tendiendo la ropa lo más tranquila y distraída, sumida en mis
ensoñaciones, cuando de repente lo que hasta ese momento había sido una leve
brisa se convirtió en un viento fuerte. Las sábanas que estaba colgando
empezaron a volar como aves, como nubes, hacia el lado del río.
Comencé a perseguirlas hasta que una de ellas voló sobre el agua, fue a
caer en un camalote que arrastraba la corriente y quedo extendida sobre él. El
camalote cubierto por la sábana parecía una mesa con un mantel tendido, lista
para que le sirvieran la comida.
Quedé hipnotizada: fue imaginarme la mesa, el mantel y la comida para
comportarme como ante un espejismo. No lo dudé: ¡Seguí a mi sábana!
Salté hacia el camalote y conseguí flotar apoyada en las ramas de unos
árboles (lo digo con orgullo: los mejores frutales de la patria). De allí, las
mandarinas que pude rescatar para mi viaje...
Fue cuando pensé: “Tengo que conseguir mucha madera, tengo que conseguir
de donde pueda”. Entonces me apoyé en el camalote y até como pude las ramas con
los broches de alambre que hasta hacía un momento me habían servido para colgar
la ropa y que todavía estaban en mis manos.
Todo, para construir mi balsa.
Y acá estoy... después de tanto viaje... sola
en medio del Mar de la China, comiéndome la última mandarina y sintiéndome
sobreviviente de un naufragio que nunca ocurrió.
En eso, veo a lo lejos algo parecido a una
gran roca en el medio del mar. Me acerco, la vela de mi balsa guiada por el
viento.
¡Es una isla! Ya voy a poder pisar otra vez
el suelo firme. Me siento una aventurera en tierras salvajes.
Logro alcanzar la orilla. La isla es muy
pequeña y parece dividida en dos. La recorro en poco tiempo. De un lado crecen
plantas tropicales, muy verdes, que me protegen con su sombra. Del otro, la
superficie es rugosa, como un desierto pantanoso.
Me siento a descansar. Estoy mirando el
horizonte cuando emerge del fondo, cerca de donde está amarrada la balsa, un
cuerpo imponente de marino:
—Soy un Sireno —dice, y
enciende una pipa.
Pienso: “El tabaco estará mojado”. Pero, de modo inexplicable, la pipa
se prende. Mientras echa humo, dice el Sireno:
—Ojo al piojo —y cada tanto
chapotea con su cola plateada de pescado.
—“Por el Río Paraná venía nadando
un piojo” —le digo yo, por decir algo. Parece que no me oye porque sigue
monologando:
—Tenga cuidado. Es que anda cerca
el Fabuloso Kraken —y se acerca más a la orilla
para que yo escuche la advertencia.
Pongo cara de no entender de qué me habla. Al parecer, le importa poco.
—¡Y tiene hambre! —sentencia con
voz muy alta, se acomoda la pipa entre los labios y vuelve a sumergirse tan
rápido que ni siquiera lo puedo saludar.
“El Fabuloso Kraken...”, repito intrigada.
Trato de hacer memoria. El nombre me resulta familiar, quizás de las historias
de barcos y travesías que leía desde chica: yo siempre había querido conocer el
mar.
Y de golpe recuerdo, con precisión y con alarma: “El Kraken es el calamar
gigante... La antigua leyenda de los mares... El monstruo devorador de
embarcaciones...”. Y eso no es todo.
Estoy parada en el lado desierto de la isla y el suelo empieza a moverse
como sacudido por un terremoto… o un maremoto. Pienso: “¡Eso me falta justo
ahora!”.
Corro desesperada hacia el lado de la isla poblado de vegetación y desde
allí veo cómo la parte desierta de la
isla empieza separarse del lado
tropical, como con vida propia… ¡Y de pronto se asoman una gran aleta, un
cuerpo alargado, unas piernas espantosas como tentáculos!
Comprendo enseguida el motivo del extraño fenómeno: “¡El desierto
pantanoso no era una parte de la isla, era el Calamar Gigante en reposo!”.
Pego un grito en el mismo momento en que el Fabuloso Kraken tapa el
cielo. Y se ve —como me había advertido el Sireno— que el monstruo tiene
hambre, porque se para con toda su majestuosidad enfrente de la islita
tropical, me mira fijo y empieza a abrir la bocaza.
Paralizada, observo en sus ojos mitológicos: unas pestañas arqueadas,
unas ojeras retocadas, un aro en un costado, una hebillita con forma de delfín.
Abre del todo la boca y dice:
— ¡Uy, me quedé dormida!
Y bosteza, desperezándose con los tentáculos. Tomo confianza y le
pregunto, señalando el lugar adonde estoy parada:
— ¿Esta isla es de verdad o también es alguien dormido?
Se ríe y me dice que es isla de verdad. Después me cuenta:
—
Ahora me voy a hacer un poco de
ejercicio: 250 kilómetros crawl, 300 espalda y 450 mariposa. Todos los días me
voy nadando hasta la India y vuelvo.
Y agrega:
— Pero antes podríamos tomarnos
un té de algas.
Mientras con sus tentáculos sirve unas tacitas de porcelana que dicen
“Titanic” (no me atrevo a preguntar), me cuenta que almorzó medio cardumen y
una fuente de plancton.
Al final no se va a nadar y nos quedamos conversando hasta la madrugada
sobre muchos temas que la soledad del entorno natural hace brotar de nuestros
labios. Ola va, ola viene, nos hacemos amigas.
Duermo en la isla, bajo una palmera, y a la mañana la Kraken me
despierta Me trae para el desayuno
anémonas del fondo, camarones, langostinos, pejerreyes y otros alimentos marítimos.
De a poco voy agarrándole la mano a la cocina de mar: pasa un barco de
bandera italiana, le ofrezco mejillones a la napolitana; pasaba un barco con
bandera española, le hago una cazuela de mariscos, y así con toda la
Organización de las Naciones Unidas.
Ahora me especializo en comida oriental,
correspondiente a mi zona catastral, porque ya tengo el domicilio registrado en
el Mar de China.
Estoy contenta y, aunque extraño mi casa
junto al Río Paraná, República Argentina, aquí puedo disfrutar de este
proyecto: inauguramos el Primer Restaurante Chino-Americano “Isla Flotante”, en
homenaje a aquel camalote que una vez imaginé como una mesa servida.
En el cartel de la entrada, la Fabulosa Kraken escribió con su propia
tinta: “Especialidad de la casa: cocina gourmet”. Y en el menú puede leerse:
“Pruebe nuestros exclusivos platos para cada día del año: trescientas sesenta y
cinco recetas sin calamares”.
Ya lo saben. Si quieren hacernos un pedido, escriban simplemente a:
“marinarios@punto.com”.
Y si viven en Sudamérica, por favor, mándenme un poco de fruta de
estación, preferentemente del pueblo de Santa Cítrica. El aire de mar despierta
el apetito, pero no borra la nostalgia.
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