I
Y de vez en cuando
la vida me demuestra
que para mí también
es que salen las estrellas
en las noches de verano.
De vez en cuando concluyo
que la vida
todas las vidas
deberían tener
fuegos artificiales,
ramilletes que asomen
en el oscuro cielo
y estallen y se abran
de la manera
más impiadosa.
Así de pronto
un día cualquiera
podrían sorprendernos
con la insolencia
de lo inesperado.
Quizás
las letras que
organizamos
reagrupamos
desleemos
sean
el mejor logrado tributo,
un delicado y lábil
encuentro
que podamos regalarnos
cualquier día.
Más allá de la vida
sus vórtices
sus pulsiones
y todos los etcéteras
que imponga
tu ajenidad.
Septiembre.
Acaba el mes, primavera y
todo eso.
Los relojes, la prisa,
algunos recorridos.
Ratos de cine, la paz
recuperada.
Textos en papeles, textos
en e-mails, textos de textos
de alumnos que siguen
escribiendo. Y escriben
mientras alzo la cabeza,
mientras me aproximo, mientras veo
que dan clase, que
tiemblan, que se dejan
traspasar por el
lenguaje.
Alumnos cotidianos,
cercanos, ajenos, encendidos.
Alumnos que no dudan que
no buscan. Alumnos plurales.
Escribo.
Conjuro mínimamente
lo que
puedo. Y si no, ritualizo
el camino
que me deja buscar.
Pero la línea aparece
plagada de espinas,
sublimaciones perversas,
certeras.
Aun así
prefiero la complejidad.
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