martes, 23 de abril de 2019

Cinco poemas de Mary Oliver


SETAS

Lluvia, y después
los labios apretados
y fríos del viento
las impulsan
a emerger del suelo:
calaveras en rojo y amarillo
que se abren paso a la fuerza
a través de las hojas,
a través de los pastos,
a través de la arena; sorprendentes
en su urgencia,
su calma,
su humedad, surgen
por las mañanas del otoño, unas
se balancean en la tierra
en pezuñas
repletas de veneno,
otras se van inflando,
suculentas y deliciosas:
los conocedores
salen a recogerlas, saben
distinguir las inocuas entre montones
de resplandecientes, hechiceras,
russulas,
amanitas pantera,
ángeles de la muerte
en sus velos de pueblo
con la apariencia dulce del azúcar
pero llenas de parálisis:
comer
es derrumbarse
así de rápido como las setas mismas
cuando cansadas ya de ser perfectas
y de la noche a la mañana
vuelven a hundirse bajo los luminosos
campos de la lluvia.

***

EL PEZ

El primer pez
que atrapé en mi vida
no quería quedarse
quieto dentro del balde,
sino que se sacudió y succionó
la abrasadora
extrañeza del aire
hasta morir
con la lenta efusión
de un arcoíris. Luego
corté su cuerpo y separé
la carne de la espina
y lo comí. Ahora el mar
está dentro de mí: yo soy el pez, el pez
reluce en mi interior; juntos nos alzan,
nos enredan, sin duda caeremos
al mar de nuevo. Con dolor
y dolor, y con más dolor
nutrimos esta trama frenética, el misterio
nos alimenta.


***

EL SABOR DE LAS UVAS SILVESTRES

La bestia roja
que vive en la ladera de estas colinas
no va a salir por nada que le ofrezcas:
ni dinero ni música. Igualmente, hay momentos
llenos de luz y buena suerte. Si caminás
sin hacer ruido bajo esta vid enmarañada
y prestás atención, una mañana
algo va a explotar bajo tus pies
como rama de fuego; alguna tarde
algo se va a lanzar colina abajo
a plena vista, ¡una manga de músculo color
de octubre entero! Y olvidándolo
todo vas a saltar para nombrarlo
como por vez primera, y encendida tu sangre
se va agolpar buscando no una palabra sino un sonido
de hueso pequeño, rostro fino, a toda prisa,
¡vivaz como la espina oscura de las uvas silvestres
en la lengua desprevenida!
¡El zorro! ¡El zorro!  

***

TELARAÑA

Así que esto es el miedo.
La araña oscura se escabulle
sobre los tablones de abajo.
Miro la gotita de sangre en mi piel
y enseguida pienso:
el último dólar,
el último pedazo de pan,
los relámpagos que crepitan bajo la puerta.
Duela o no
me imagino que sí.
Me acuerdo de un murciélago hace años
en el ático, cómo luchó
entre las escobas al aire,
sin saber que íbamos a soltarlo.
Me levanto para caminar, para ver si puedo.
Así que esto es el miedo.
La trampilla
se abre sola en el crepúsculo
se mueven las cortinas
como si el viento tuviera huesos.



***

EL ÁRBOL DE LA MIEL 

Y entonces finalmente me trepé
al árbol de la miel, comí
manojos de pura luz, comí
el cuerpo de las abejas que no lograron
apartarse del medio, comí
el cabello oscuro de las hojas,
la corteza ondulada,
el duramen. ¡Con tanto
frenesí! Pero, según me dicen,
eso hace la alegría, al principio.
Quizás, después,
vendré tan solo a veces
y hambrienta
a medias. Pero ahora
trepo como una serpiente,
escalo como un oso hasta
el lugar para mi hocico, hasta la luz
que salvaron los muslos
de las abejas y se fue alojando
en el cuerpo del árbol.
¡Ay, es tan fácil ver
cuánto me quiero finalmente,
cuánto quiero al mundo! Trepar
de día o noche
entre el viento, en las hojas, de rodillas
frente al jirón secreto, las cuerdas
de mi cuerpo en tensión
y cantando en los
cielos del apetito.



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