ALICIA: otra mirada sobre la realidad
Beatriz Actis
Voy a proponer aquí la
lectura o relectura de “Alicia en el país de las maravillas” (se cumplen
150 años de su publicación), es decir, el abordaje de un clásico, pero en
distintos parques de Rosario: los primeros capítulos en un lugar, los restantes
en otro. O bien, en un solo parque, el Urquiza, para “jugar” con el vínculo
entre lectura y espacio público.
El inicio de
“Alicia…” ha sido interpretado como una metáfora de la libertad interior: atreverse
a perseguir al Conejo Blanco y saltar, dejarse caer en la madriguera. ¿Por qué
no, como Alicia y su hermana, sobre el pasto, junto al río, leer los capítulos
iniciales bajo la sombra de algunos de los árboles que rodean el Planetario, en
esa zona del parque que marca límites en la ciudad? Se ha leído a “Alicia…”
como un libro contra el miedo a lo desconocido, que subvierte la aceptación sin
críticas a lo impuesto, a las convenciones, a cierta lógica que no cuestionamos
y ordena nuestras percepciones. ¿Por qué no, como Alicia, cruzar al otro lado?
La historia inicial,
en la que Alicia bebe de la botellita misteriosa para agrandarse y come el
pastel para achicarse, nos enfrenta a la idea de cambio, de ser quien uno
quiera ser. Y deriva en aventuras inolvidables como, por ejemplo, la “merienda
de locos”, con el Sombrerero y la Liebre de Marzo, sobre el cuestionamiento del
tiempo y sus imposiciones y, a partir de allí, sobre la libertad necesaria para
vivir en el mundo.
A medida que la
lectura del libro de Lewis Carroll avanza hacia el acceso final al jardín
secreto (estamos ahora cerca de la calesita del parque Urquiza, rodeados por
seres fantásticos, o tal vez un poco más allá, sobre los vestigios del
ferrocarril), vivimos aventuras en un mar de lágrimas, en el bosque frente a la
oruga azul, en la enloquecida casa de la duquesa, hasta llegar a la partida de
croquet y al encuentro del gato de Cheshire, eternamente sonriente, con los
reyes; allí es cuando Alicia afirma: “Un gato bien puede mirar a un rey”.
Se ha leído también a
“Alicia…” como una crítica a la rigidez e hipocresía victorianas, como sátira
política (es que se ha interpretado al libro no solo desde la filosofía o desde
el psicoanálisis, sino también desde la historia, dado su potencial de esgrimir
una mirada nueva sobre la realidad). En los capítulos finales, se lleva a cabo
el juicio al naipe acusado de robar las tartas, en donde el que juzga es el
rey, que a la vez es juez: lleva puesta la corona encima de la peluca de juez. Alicia
presta testimonio y cuestiona los procedimientos que rigen el juicio: “No puede
haber sentencia sin veredicto”.
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