sábado, 27 de diciembre de 2014

Oblicua (poemas)



Oblicua (Poemas de BEATRIZ ACTIS)

Querida mía: te propongo
una visión oblicua con relación al universo.

Joaquín O. Giannuzzi



Bailamos con películas


Sally Bowles tiene las uñas pintadas de verde.

Mia Wallace y Vincent Vega
bailan el twist
y ganan el trofeo del concurso de baile.

Meryl Streep es Carrie Fisher
y usa una campera ceñida de jean
mientras canta una canción de Ray Charles
que repite la frase:
“Tú no me conoces”,
y a continuación
(es la fiesta de cumpleaños de Carrie)
Shirley Mac Laine que es Debbie Reynolds, la madre,
le pide que se quite la campera para cantar,
a lo que Meryl accede con incomodidad y con desgano.
Shirley muestra entonces sus largas piernas eternas
a través de un traje rojo que brilla.

Las piernas de Shirley son jóvenes y esbeltas
y por lo tanto no corresponden a las de una mujer adulta
pero es que no se trata de una mujer común y corriente
sino de Shirley, la bailarina,
se trata nada más ni nada menos
que de Irma la Dulce,
quien ahora canta una canción
que aquí en el fin del mundo
puso de moda Nacha Guevara,
y allí culmina la escena.

He leído previamente “Postales del abismo”,
la novela de Carrie en la que se basa la película.
También he leído “Adiós a Berlín”,
sobre la que Fosse filmara “Cabaret” en los setenta.

Únicamente veo las escenas musicales
de esas tres películas (la tercera es Pulp Fiction).

Y bailo
mientras contesto tus preguntas.


(Esto es lo que ves:
no tengo curiosidades que retarden la muerte)


*    



Lloramos por cuadros

Antes de bailar con las películas,
dedicamos momentos importantes
de la vida a llorar por cuadros.
Por ejemplo,
pintamos
obsesivamente
la “Mujer llorando”, de Cándido Portinari,
y sólo podemos dejar de hacerlo
cuando aceptamos
al leer los diarios de Buenos Aires
que el original se ha perdido para siempre
en un incendio en el Museo de Arte Moderno de Río de Janeiro,
en 1985.
Lo demás es caminar llorando por estas calles de arena.


*  

Algo parecido
sucede con un cuadro de Fader
que desapareció
de modo misterioso
de modo silencioso y avieso
de su casa de las sierras de Córdoba,
más precisamente
de un pueblo llamado
Loza Corral.
El cuadro se llama “Las colchas”,
es un óleo,
tiene un fondo rojo sangrante.
Guardé durante largos años,
como un secreto, mis copias,
los apócrifos,
las variaciones inútiles
de aquellos cuadros
que nadie volverá ya a mirar ni a tocar.

Hay un viejo refrán que dice: El que sueña que se muere, se muere. 

(A lo de la desaparición del cuadro de Fader,
me disculparás,
lo acabo de inventar)


*    


Extrañamos poetas

Bebíamos cerveza
en la noche
bajo la luz de la terraza,
y sobre los faroles cubiertos por insectos
permanecían las estrellas.
“En Santa Fe la cerveza es un refresco”, dijo mi amiga.
“Granadina”, pensé,
mientras el calor subía desde la lajas,
el calor que nos había perseguido
desde las primeras horas de la mañana.
Con la lucidez que parece tenerse
para juzgar la vida de los otros,
hablábamos sobre el poeta
muerto de cirrosis.
“Es una pena”, dijimos.
“Un vértigo, una blasfemia”.
“Nos privó de su obra”.
“Es injustificable”.

*    

Buscamos ojos

Un afiche de Festibelfilm
de Michel Folon
en el que se escapan
los ojos
de un hombre
hacia un cielo difuso

sus ojos ascienden
pero esa imagen
no resulta cruenta
sino inocente




*     

Limpiamos bibliotecas


Compré una fotografía
de Jacques Prévert
de 1946
en forma de postal
publicada
por Editions du Désastre
en la que él está sentado
en un café de París
acariciando a un gato negro y blanco
que duerme sobre la mesa.
(La compré por el gato)
Y la acomodé en la biblioteca
entre los libros caídos, con polvo,
superpuestos.
Iba leyendo mientras tanto
la novela inconclusa de Capote
que lleva la cita de las plegarias atendidas,
la iba leyendo e iban rodando una a una las hojas,
caían al suelo, desarmadas e innobles,
en abandono del libro
descosido.
Aproveché además y acomodé los estantes
y entre ellos, un regalo reciente, simple:
mi primo trajo desde Lima la colección
de las viejas poesías de Vallejo.

A través de la ventana que ilumina
y descubre rincones,
los colores antiguos, extraños, repetidos
de la tarde.
La frase de Leonardo
está escrita al costado de los libros
con una tenue tinta gris:
Las ansiedades de la vida son nada.


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