domingo, 25 de marzo de 2012

Crítica al libro VIAJEROS EXTRAVIADOS

Sobre el libro de cuentos "Viajeros extraviados", de Beatriz Actis (Editorial Bajo la luna)
Por: Miguel Grattier


(...) No sorprende entonces el vuelo metafísico de sus cuentos, esa aprehensión de un segundo cualquiera a través del que se puede entrever lo cotidiano profundo, y que sumerge a los personajes en la distancia de un sutil desplazamiento entre el momento del acontecimiento y el instante en el que es asumido. Como correr junto a quien va tras la lluvia. Esa distancia, tal vez, es el material de la obra, el hilo que ata a un relato a otro y que sujeta a cada uno de los personajes a su destino interior.
En mayor o menor medida, el recorrido pauta finalmente el retorno a sí mismo, el recuerdo con el yo escindido, jornada fundamental de la existencia. En el trayecto de este itinerario se suceden y reiteran algunas obsesiones, que de no ser por su aparición inesperada, casi caprichosa, no podemos más que admirar como realidades irreversibles del mundo de las mujeres: es el caso de las complejas, indescifrables relaciones entre madres e hijas.
Otra constante es la relación entre el adulto y el niño, capturada en la mirada tendida entre el pueblo y la ciudad, y una omnipresente dependencia de los vivos respecto de los muertos. La sola enumeración de estos temas habla ya del carácter intimista de la obra.
Los materiales, por su parte, piden su tratamiento. El tono introspectivo es logrado a partir de la recuperación subjetiva de lo cotidiano en el espacio real. Los cuentos se sitúan, nos hablan y describen lugares y paisajes que conocemos tanto en su geografía, como en sus historia y atmósferas posibles. Sin embargo, en el relato adquieren otra dimensión.
Esta dimensión, la zona en la que se marca la diferencia respecto de lo meramente descriptivo (que abunda en la literatura de nuestra zona, y que no ha ofrecido más que fracasos en la transcripción del sopor de nuestro clima), es aquella en la que las sensaciones son rescatadas no en la descripción de la experiencia tal como la pueden percibir cada uno de los sentidos, si no cuando lo percibido se está desprendiendo del acontecimiento y comienza a construirse en el recuerdo, cuando los aromas que impregnan la noche llevan destino de piel. Ir tras la vida es tan absurdo como explicar qué es nadar.
El logro de este grupo de cuentos reside, más allá del talento instintivo de la autora por las letras, en el ajuste y la depuración a que sometió su escritura dirigida al rescate de la experiencia del estar situado en la distancia fugaz pero decisiva que media entre el decir y lo dicho.
En un cuento se dice: "En esta ciudad todo pasa siempre más tarde". El decir es en sí mismo un evento, y una vez que el decir ha sido dicho ya carga con su impronta textual. En el tono con que se asume esa breve distancia, en ese instante fugaz se constituye esta literatura. El sistemático desplazamiento entre lo subjetivo y lo objetivo es lo que determina que espacio y tiempo devengan extraños. Entonces el reconocimiento de los lugares habituales y de los personajes que los han frecuentado en la realidad, de lo que incluso han otorgado sentido y carácter a la historia, ya no importan en cuanto tales. Los reconocemos como acaecidos en un espacio contiguo, en un lugar ulterior. El paisaje y sus habitantes han sido mirados, vistos y dichos desde esa distancia geométrica (geometría quiere decir la medida de la tierra) en la que se ubica el espíritu clásico para expresar su tiempo. El relato ha creado su temporalidad, ha establecido la medida de su espacio, y con ellas su universo. El escritor aparece cuando su universo ha sido cerrado.
Hay sobre el fondo de esta obra una clara pertenencia a la tradición literaria intimista, introspectiva, en la que podemos reconocer a Ishiguro, Carver, seguramente, y una obsesión purista por la corrección que delata una vocación irrefrenable por narrar, aun cuando aparentemente no haya nada por contar.
Y en arte suele suceder que se sale a buscar rinocerontes, y se vuelve con dinosaurios o dragones, sin caer en la cuenta de la cacería hasta pasado un tiempo.

(Fragmento del artículo "La distancia que media entre el decir y lo dicho")

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