“134, ida”
Fabiana Paloma
El final del recorrido (o
el comienzo) está a metros de la esquina de casa. Eso es una suerte porque
suelo ser el primer pasajero de esta línea en este horario. En la parada espero
—con paciente ansiedad— que el coloso dormido se ponga nuevamente en marcha y
pase a recogerme. Espío el movimiento del chofer tras el parabrisas: se sienta,
se levanta, limpia algo, vuelve a sentarse, anota alguna cosa en un papel.
El sol apenas si asiste a
la cita esta mañana destemplada. Un viento otoñal revuelve las hojas a mis
pies, parecen viejas mariposas asustadas. Pienso que ya no se ven mariposas, ni
siquiera en primavera.
Buen día, saludo al subir.
El chofer gruñe. Hoy toca el gordo canoso, el malhumorado. Qué se le va a
hacer, las mañanas suelen ser imperfectas. Pierden en el contraste con los
sueños. Voy a ocupar un asiento cercano a la puerta trasera, lejos.
Viajamos
solos. Vacíos. (En la calle, algún que otro perro vagabundo, un
encapuchado con los hombros a la altura de las orejas, una mujer que lucha a
escobazos con las hojas amarillas)
Nos para el semáforo de
Oroño, un auto muy viejo a nuestra izquierda exhala por el caño de escape un
humo silencioso. Las lenguas grises se retuercen dibujando arabescos y figuras.
El humo es cada vez más denso y cada vez más blanco, ahora cubre el ómnibus y
esto es un sueño que ya soñé. Un sueño blanco y quieto. La realidad se
diluye en un recuerdo inasible. Tengo verdadero miedo de no poder
despertar.
Un sacudón despeja la
niebla. Nos movemos. Respiro con alivio.
En Moreno y Brown nos
detenemos y sube una cohorte de personas. La ciudad se despertó y escupe sus
personajes en esta esquina. Cuento diez, doce nuevos pasajeros, después pierdo
la cuenta, y siguen subiendo. De pronto el colectivo está repleto. De pronto
estoy rodeada de extraños. Alguien atrás de mí tose con fuerza, imagino los
gérmenes saliéndose violentamente del interior del cuerpo del desconocido,
pegándose a mi pelo con gotitas de saliva (Más tarde, olvidada, me tocaré el
pelo y las inmundas cosas infinitesimales se treparán a mis dedos. De ahí en
más, será sólo cuestión de tiempo. Parecemos sólidos, y sin embargo somos
tan penetrables… cúmulos de orificios y poros. Infinitesimalmente vacíos)
Alguien susurra. Es el
señor de pulóver gris y aspecto de oficinista que se sentó en el asiento
contiguo al mío. De reojo, veo claramente cómo mueve la boca pero apenas emite
sonidos. Será un rezo, o será una de sus personalidades que conversa con la
otra. Cuántos locos engendra la ciudad; hay que tener coraje para
andar así entre la gente, con la locura a flor de piel.
En un muro de España y
Salta alcanzo a leer: Arderá la memoria hasta que todo sea como lo soñamos.
me encanta este texto, tan resumido, tan veraz, tan inquietante.
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