martes, 28 de agosto de 2012

Textos en Taller (2012)


134, ida
Fabiana Paloma

El final del recorrido (o el comienzo) está a metros de la esquina de casa. Eso es una suerte porque suelo ser el primer pasajero de esta línea en este horario. En la parada espero —con paciente ansiedad— que el coloso dormido se ponga nuevamente en marcha y pase a recogerme. Espío el movimiento del chofer tras el parabrisas: se sienta, se levanta, limpia algo, vuelve a sentarse, anota alguna cosa en un papel.
El sol apenas si asiste a la cita esta mañana destemplada. Un viento otoñal revuelve las hojas a mis pies, parecen viejas mariposas asustadas. Pienso que ya no se ven mariposas, ni siquiera en primavera.
Buen día, saludo al subir. El chofer gruñe. Hoy toca el gordo canoso, el malhumorado. Qué se le va a hacer, las mañanas suelen ser imperfectas. Pierden en el contraste con los sueños. Voy a ocupar un asiento cercano a la puerta trasera, lejos.
Viajamos solos. Vacíos. (En la calle, algún que otro perro vagabundo, un encapuchado con los hombros a la altura de las orejas, una mujer que lucha a escobazos con las hojas amarillas)
Nos para el semáforo de Oroño, un auto muy viejo a nuestra izquierda exhala por el caño de escape un humo silencioso. Las lenguas grises se retuercen dibujando arabescos y figuras. El humo es cada vez más denso y cada vez más blanco, ahora cubre el ómnibus y esto es un sueño que ya soñé. Un sueño blanco y quieto. La realidad se diluye en un recuerdo inasible. Tengo verdadero miedo de no poder despertar.
Un sacudón despeja la niebla. Nos movemos. Respiro con alivio.
En Moreno y Brown nos detenemos y sube una cohorte de personas. La ciudad se despertó y escupe sus personajes en esta esquina. Cuento diez, doce nuevos pasajeros, después pierdo la cuenta, y siguen subiendo. De pronto el colectivo está repleto. De pronto estoy rodeada de extraños. Alguien atrás de mí tose con fuerza, imagino los gérmenes saliéndose violentamente del interior del cuerpo del desconocido, pegándose a mi pelo con gotitas de saliva (Más tarde, olvidada, me tocaré el pelo y las inmundas cosas infinitesimales se treparán a mis dedos. De ahí en más, será sólo cuestión de tiempo. Parecemos sólidos, y sin embargo somos tan penetrables… cúmulos de orificios y poros. Infinitesimalmente vacíos)
Alguien susurra. Es el señor de pulóver gris y aspecto de oficinista que se sentó en el asiento contiguo al mío. De reojo, veo claramente cómo mueve la boca pero apenas emite sonidos. Será un rezo, o será una de sus personalidades que conversa con la otra. Cuántos locos engendra la ciudad; hay que tener coraje para andar así entre la gente, con la locura a flor de piel.
En un muro de España y Salta alcanzo a leer: Arderá la memoria hasta que todo sea como lo soñamos.

1 comentario:

  1. me encanta este texto, tan resumido, tan veraz, tan inquietante.

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