Diario de ciudad
Enero
Beatriz Actis
Esa
mañana salió temprano y en la vereda, yendo para el río, encontró pintada, con
aerosol blanco, esta frase: "Por tener". La intrigó. Al mediodía,
volviendo por la misma vereda pero desde el centro, fue leyendo sobre las
baldosas lo que faltaba: cerca de la esquina, "No hace falta que te diga". De modo
previsible, a mitad de cuadra: "Que me muero". Siguió caminando, en
vez de volver a su casa, pero no encontró: "Algo contigo".
*
Terminaron la ceremonia del mate; cargaron
termo, yerba, todo, y fueron hacia el lado del río. Volvían las familias
después del domingo de sol, se despoblaba el parque, un barco pasó, iluminado:
llevaba la inscripción "Antonia C.". Y la luna en medio de un cielo
extrañamente azul.
Un picnic de vampiros.
Un picnic de vampiros.
*
Noche,
cine y espacio de arte, un clásico de fines de los setenta. Piensa: Volver
a verlo en la sala, en la pantalla gigante. ¿Y quiénes pueden estar ahí, qué
otros, en medio de la noche urbana?
Dos señoras que, cuando aparece una joven Meryl Streep, preguntan: ¿Es ella, es ella?
Dos chicos que dejan las tablas de skate o longboard en el asiento de al lado.
Dos señoras que, cuando aparece una joven Meryl Streep, preguntan: ¿Es ella, es ella?
Dos chicos que dejan las tablas de skate o longboard en el asiento de al lado.
*
Parafrasea: Un hombre pasa con una res al hombro. Desde
la ventana del bar, ve la danza viril del operario vestido de blanco, con la
media res sobre el hombro, que esquiva los autos y logra atravesar la calle
para marchar después por la vereda, esquivando transeúntes esta vez, hacia la
carnicería que está a mitad de cuadra. Parece una escena de otra época o de
otro lugar (un viejo mercado en las afueras, en la ciudad con su memoria de
frigoríficos; una foto en blanco y negro de Cartier-Bresson, o algo por el
estilo) pero en el centro, y actual. Mira el reloj y sale del bar. Hacia la
izquierda, la barranca y el río, la tentación de caminar en las orillas de ese
tumulto que es el Paraná; hacia la derecha, algunas cuadras más y entrar al
cine, con sus solitarios de la media tarde. A alguno de esos dos lugares irá.
*
En la pared lateral de uno de los edificios
de la vereda de enfrente alguien proyectó un video musical en blanco y negro.
Se veía perfecto a la altura del piso diez, parecía una fantasía fragmentada de
Times Square en pleno Litoral. Se asomó al balcón tratando de averiguar desde
qué departamento lo estaban proyectando; desde otros balcones alguna gente se
asomaba también a contemplar. Fue una situación extraña: el paisaje nocturno
del barrio en las alturas cambió, y fue para bien, pensaría después. Cuando el
proyector se apagó, dejó un pequeño vacío: solo la noche.
*
Cuando la mañana es venturosa, es decir,
cuando el clima se ha vuelto agradable y no azota el calor, la gente del barrio
desayuna en la vereda del bar; la más codiciada es la primera mesa al lado de
la calle, la que mira hacia el río. A lado pasan los autos; los que doblan casi
rozan a los parroquianos y así recuerdan que eso es el centro. Sin embargo, al
levantar la vista, dos cuadras más adelante, por el declive de la calle se
observa el Paraná, como en esa zamba de Dávalos y Falú que dice "busco al
fondo de la calle un cerro", aunque al revés, en verdad, porque allí el
poeta no encuentra el cerro y acá sí, acá en el fondo de la calle hay río. No
es raro que cada tanto, incluso, pase un barco y en el asfalto se prolongue la
ilusión de autos que marchan enfrentándose con mástiles de grandes buques
extranjeros que van hacia el puerto o velas blancas de embarcaciones más
pequeñas. Es la zona en que se produce esa extraña convivencia de río y ciudad
en un par de cuadras, y el bar, desde su esquina, tiene una visión privilegiada.
La mesita de lata es un observatorio, un Finisterre enclenque al que a veces hay
que ponerle varias servilletas dobladas para que no se mueva y se derrame el
café.
*
Hoy le tocó en el centro un taxista poético:
mostró a la pasajera, entusiasmado, el arco iris y también hizo un recuento de
los últimos que habían aparecido, incluso uno doble, después de las temibles lluvias
del verano. La pasajera se contorsionó en el asiento trasero del taxi para
verlo, grácil y a la vez escurridizo entre la copa de los árboles.
*
El
relojero, muy joven, heredó el oficio de su padre y atiende en un local
diminuto de la galería. Hace largo tiempo tiene en arreglo un despertador que
le dejó la vecina; lo arma y lo desarma. Ella lo llevó porque se había roto la perilla de atrás, que se
corre al marcar la hora en que uno quiere que
suene. Pero él le fue encontrando defectos. Parece que
cambió la perilla pero después el reloj atrasaba y después adelantaba. Así,
desde hacía meses. La vecina
aclaró que podía acostumbrarme a una diferencia de cinco minutos más o cinco
minutos menos. El joven relojero no lo aceptó. Entonces ella pasa cada dos o
tres días por la galería, se asoma y le pregunta: ¿Cómo anda el reloj?
"Está afuera", dice él (y quiere decir que está desarmado). En
general lo está probando, o eso parece. Al principio le decía que pasara “la semana próxima”; después,
la fecha de entrega se convirtió en un
vago "un día de estos". Igual, la vecina pasa siempre.
Una mañana, el relojero dice: "No, es que me quedé
dormido". La vecina hace una exégesis: quiere decir que lo probó y el
despertador no sonó. El joven añade: "No quiero que eso le pase al
cliente". Antes de irse, la vecina cree que su obligación es preguntar:
¿En qué horario fue? "A la tarde", dice el joven. Ella comprende
que es un reloj que falla a la hora de la siesta.
*
El señor de barba y edad indescifrable que duerme en el portal de la esquina está sentado, quieto. Hace algo con las manos que no se alcanza a ver desde el interior del bar. Se levanta, cruza la calle y, en uno de los paneles que bloquean la vereda (hubo un derrumbe en un edificio), cuelga una guirnalda de papel. La mujer, que es habitué del bar, saca una conclusión innecesaria por lo evidente: el hombre de barba no tiene casa, la calle es su lugar, e hizo una guirnalda para adornar el barrio. Un gesto poético, piensa desde su silla, delante de un café, y siente que ella mismo está cada vez más desesperada.
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