VOCES VERDADERAS
Beatriz Actis
“¿Y usted quiere llevarme, distante, a las ciudades?
Despacio. Todo, para mí, es viaje de vuelta”.
Joáo
Guimaráes Rosa - “Contraperiplo”
me hablará de lo mismo que habló
durante toda la mañana con los
pasajeros
que subían y bajaban,
por ejemplo,
de alguna de esas noticias
de la realidad que duran una semana
-pero jamás del humo del
crepúsculo-
un crimen escandaloso, un desastre financiero
un incendio, un terremoto, la muerte de alguien famoso
que ahora lo será por algo más de tiempo
sin embargo, es un día difícil para
estar solo
dice el taxista de hoy y me cuenta
su insomnio
(tenía que decírmelo)
el buen dios, dice, no siempre está
conmigo
la verdad es siempre otra desde
afuera,
o Dios o la verdad
todos éramos, dice, demasiado
infelices
no hubo castigo y ahora, dice,
ahora tengo tanto miedo cuando
estoy solo
- dos -
desde
Lisandro de la Torre y San Jerónimo
hasta
llegar al sur conversábamos sobre:
la
cara de la angustia - el odio a Dios - el odio de Dios -
la alquimia del mundo - la espalda
de los ángeles -
Entonces pude ver la puerta de mi
casa
(a la derecha, antes de la esquina,
al lado de los canteros rotos)
Fue cuando cayó un velo nihilista
inquebrantable entre nosotros
y me cobró diez pesos con cincuenta
como si agonizara definitivamente
sobre sus decisiones
- tres -
hace frío otra vez, añoro
primaveras, le pido al taxista
por favor, ciérreme la ventanilla
delantera
(los vidrios de la ventanilla como
espejos
velados por un halo de neblina)
en tanto él me cuenta con voz ronca
y húmeda
sus excursiones de caza
la explosión demográfica de ratas
en la isla
por el régimen de crecientes y de
bajantes del río
por la depredación de los
aguiluchos y las lechuzas
mientras los colibríes, dice,
vuelan de un lado para el otro
como si nada, y sus
corazoncitos laten
a mil doscientas pulsaciones
por minuto
en el corazón insospechado de
las islas
y alguien ayer, dice, en un riacho
perdido
se voló la cabeza con un tiro de
escopeta
en un bote en el medio de la nada
solo como en un cuento de Quiroga
pienso, y suena una y otra vez
ese sonido destemplado
del disparo en la tarde veloz
aunque
haya leído
creo
que en Pavese
que
la cosa más secreta y temida
ocurre
siempre
- cuatro -
otro me cuenta que dio la vuelta al
mundo
en la marina de guerra y que en
Senegal
la temperatura llegaba a los 58
grados
(algo peor que en Santa Fe, pensé,
pensábamos)
y que tuvo entonces la sensación
de estar viviendo justo en el fin
del mundo
-cuando habla, el aire tiembla
muestra primero su lado diáfano,
después su lado triste-
el fin del mundo, había dicho Herzog,
sin embargo,
es el fin del continente sudamericano pero
no me voy a poner a explicárselo justo ahora
- cinco -
andar en taxi
otra vez
por las calles conocidas de la
ciudad
como una visión fragmentada del
mundo
como armar una nueva película con retazos de películas
que se ven incompletas por televisión
-los vidrios de las ventanillas
apenas cierran lo visible-
apenas cierran lo visible-
oigo voces, dice el taxista y
también:
es
cierto que cada uno de nosotros debe una muerte
no hemos perdido el miedo, dice,
el camino fue largo y lleno de
sangre
hay un cuento que se llama
“El rastro de tu sangre en la
nieve”,
pienso, del mismo modo él persigue
una huella
entre la ciudad incierta pero por
las dudas
yo me bajo en la próxima esquina
- seis -
lo único que quiero es que la
ciudad no termine
quiero ver el asfalto durante
cientos de kilómetros
un mapa no es el camino, tengo
ganas de decírselo al taxista
que cuenta los planes para su vida
futura
un mapa no sustituye el camino
no existe tampoco el movimiento
perpetuo,
y por eso tantas veces hemos
llorado en las rutas,
en las rutas argentinas