Las sombras de Anselmo
César
D'Agostino
Y
fue el día en que hasta la propia sombra de Anselmo se cansó de estar con él.
Se mutiló ella misma cercenándose con un corte seco de la línea que la mantenía
unida a los pies del viejo cascarrabias, y se alejó protestando, haciéndole
ademanes con las manos y la cabeza, agitando los brazos por detrás de la nuca
como insultándolo y mandándolo al diablo.
El pobre viejo, estupefacto, pensó
que ahora sí se quedaría solo, que algo o alguien que no proyectaba sombra era como si no
existiera, que sería a partir de entonces una especie de fantasma y nadie lo vería.
Espantado
por el miedo, empezó a correr a su sombra, que se alargaba desde el centro de
la calle hacia la vereda, en donde el cordón le marcaba un pequeño quiebre en la
silueta a la altura de la cintura.
Al ver que su antiguo dueño la perseguía, ella comenzó a correr con pasos gigantes y al doblar una
esquina se perdió entre la muchedumbre y entre otras sombras.
Anselmo,
pálido de miedo, de puntas de pie en la esquina, estiró el cuello y la siguió
con la mirada hasta que la vio perderse en el gentío. Dio media vuelta y sintió
que ninguna persona lo veía, que nadie percibía su presencia, que era nadie,
que estaba muerto.
Corrió
desesperado, volvió a su casa y allí se encerró por días. No veía a nadie más
que a él mismo, aunque tampoco sabía a esa altura si realmente existía. Se echaba a
dormir la mayor parte del tiempo y sólo salía en los días nublados, que disimulaban
en algo la inexistencia de su sombra.
Una
mañana, bajo la luz fluorescente, ya empuñando el revólver, vio con una sensación
extraña que de sus pies nacía una pequeña silueta oscura que copiaba sus
movimientos y que, desconfiada, lo seguía.
Abandonó
el arma y comprobó que, a medida que pasaba el tiempo, el renovado contorno
negro que asomaba desde sus suelas crecía y se alargaba o acortaba según
transcurrían las horas.
Cuentan
los vecinos que lo vieron salir después de meses cantando, contento, y que de
ahí en más todos los días, bajo el sol de la mañana, el viejo Anselmo andaba
por la calle hablándole a su sombra nueva, contándole sus historias,
preguntándole por las suyas, riendo con ella.
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