Beatriz Actis (contratapa "Rosario 12", 28/8/2012)
En el Cauca: “María”
“El Paraíso”, ubicada al pie de los cerros de
la Cordillera Occidental en Colombia, es la casa de campo en que vivió Jorge
Isaacs en el Valle del Cauca y se exhibe hoy como museo (fue declarada
Monumento Nacional en 1959).
Sin embargo,
admiradores tardíos del escritor colombiano, escolares y turistas encuentran en
las salas de la casa principal, cuando la visitan, no los rastros de la vida de Isaacs sino la
recreación de su universo de ficción, sin que medien aclaraciones.
“Es éste el cuarto de Efraín -explica el guía
con convicción –. Y aquí cuelga la piel de tigre… Afuera, vemos los rosales que
tanto cuidaba María…”. Alude a personajes y a cuestiones argumentales de la
novela “María”, que a fines del siglo XIX se consolidó en Latinoamérica como
principal exponente de la novela romántica de tema sentimental.
(Y los intrusos disfrazados
de visitantes recordamos entonces algunas de las frases que, en el libro, describen
la hacienda en donde se desarrolla la historia: “El viento voluble dejaba oír por instantes el rumor del río…”).
Esto motivó que
una asociación de docentes de literatura de Cali -la hacienda está en las
afueras de esa ciudad- enviara una carta a los responsables de la casa-museo
pidiendo rever la actitud, que confundía a los estudiantes, decía, diluyendo
los límites entre realidad y ficción.
Pero no hubo
caso: cada día, los empleados renuevan la rosa en el jarrón del supuesto cuarto
de Efraín (que, tal vez, haya sido en verdad el cuarto de Jorge Isaacs, o tal
vez no), porque así lo hacía la protagonista femenina en la novela. Y además de
las rosas frescas, un reloj indica, eterno, en el jardín delantero, la hora exacta
de la muerte de María.
Los cruces y las
rarezas no terminan allí. El autor creó la mayor parte de la novela en la selva
del Pacífico, hasta que, enfermo de paludismo, abandonó su destino, regresó a
Cali y se refugió en una casa de El Peñón, en donde escribió el último
capítulo.
Un siglo
después, a la casa la compraron jefes del Cartel de Cali que intentaron
demolerla. La posterior muerte de los narcotraficantes –tan ajenos a las
peripecias decimonónicas del hacendado del Cauca que devino escritor…- impidió concretar
esos planes.
La casa caleña está
hoy abandonada y derruida. Es decir, sola; no habitada siquiera, como en el
valle, por los fantasmas vívidos de unos personajes que repiten sus acciones (alguna
vez fijadas por la letra escrita) día a día, de modo inalterable a través del
tiempo, casi como lo hacía la máquina de Morel.
En La Habana: cartas de Martí a su madre
Cercana al
puerto, la casa pequeña en la que nació José Martí -situada en uno de los
extremos de la Habana Vieja- conserva algunos de sus objetos personales, un
retrato al óleo, otros recuerdos.
Pero es en el
Monumento, frente a la Plaza de la Revolución, en donde hay mayor cantidad de
testimonios: cartas, grabados, dibujos, diversas ediciones de libros, en
definitiva, elementos que hacen a su historia personal y a la memoria histórica
construida a partir de Martí.
En las dos
primeras salas a las que se accede (el interior del memorial posee forma de
estrella) pudimos ver desde sus títulos de Licenciado en Filosofía y Letras y
Derecho, otorgados por la Universidad de Zaragoza,
hasta su entrañable levita, pasando por un quetzal disecado
que le obsequiara un contemporáneo, el presidente de Guatemala. Y
también, una carta. La primera de las
tantas que envió a su madre; tenía nueve años cuando la escribió.
En la posterior y extensa correspondencia
familiar de Martí están también, acaso, su testamento, una suerte de legado
fragmentario, y la impronta de su mejor poesía:
Montecristi, 25 de marzo, 1895
Hoy, 25 de marzo, en vísperas de un largo
viaje, estoy pensando en usted. Usted se duele, en la cólera de su amor, del
sacrificio de mi vida; y ¿por qué nací de usted con una vida que ama el
sacrificio? Palabras, no puedo. El deber de un hombre está allí donde es más
útil. Pero conmigo va siempre, en mi creciente y necesaria agonía, el recuerdo
de mi madre.
Abrace a mis hermanas, y a sus compañeros.
¡Ojalá pueda algún día verlos a todos a mi alrededor, contentos de mí! Y
entonces sí que cuidaré yo de usted, con mimo y con orgullo. Ahora, bendígame,
y crea que jamás saldrá de mi corazón obra sin piedad y sin limpieza. La
bendición. Su
José Martí
Tengo razón para ir más contento y seguro de
lo que usted pudiera imaginarse. No son inútiles la verdad y la ternura. No
padezca.
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