Lo que
costó que me llamaran Micaela
Beatriz Actis
Me acuerdo bien de la
mañana en que el campito empezó a desaparecer.
Cómo no acordarme. Nos levantamos y vimos a unos hombres sacando malezas
y a otro con una máquina que de a ratos parecía que removía la tierra y de a
ratos la aplastaba, y siempre hacía un ruido infernal. Es una motoniveladora,
dijo Javier. Javier es mi hermano. El
campito era nuestra cancha de fútbol. Yo a veces le decía “el campito” y mi
hermano y sus amigos siempre le decían “la canchita”.
A mí me gustaba el
fútbol, pero no solo mirar. Los chicos a veces me dejaban jugar con ellos, a
veces no me dejaban. Cuando finalmente jugaba, ¡se pegaban un susto! Yo era
buena en la gambeta. Pero una vez le hice un caño al Chelo y él se enojó porque
los otros chicos lo cargaban y ahí no me invitaron a jugar durante no sé
cuántos partidos. Después se les pasó.
Cuando me daban un
buen pase, metía goles (lo que pasaba es que a veces no me daban los pases). “Javiera”
me decían, para hacerme rabiar, como si solamente fuera la hermana de Javier y
ni nombre propio tuviera. “Micaela”, les decía yo. “Me llamo Mi-ca-e-la”, y se
los separaba bien y lo decía en voz alta pero despacio para que entiendan. Una
sola vez el Chelo y Fabián y hasta mi hermano gritaron gol y me abrazaron y no
se pusieron celosos; fue cuando la metí en el ángulo en un partido contra los
del otro lado de la vía. Ganamos gracias a ese gol.
Después tuvimos que buscarnos otro campito, más lejos, demasiado cerca del río; las
zonas bajas no eran buenas porque el
río crecía o había mucha lluvia que no desagotaba y se inundaban. Igual, ahí
hicimos la nueva canchita porque otro lugar despejado y sin dueño que reclamara
o vecinos que se quejaran, no había. Pero el otro, ese sí parecía una cancha de
verdad.
¿el cuento sigue?
ResponderEliminarsi.. yo conozco el cuento completo del libro y ese es apenas el comienzo
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