Diario de viaje: A través de mares
(Contratapa de "Rosario 12", octubre 2012)
Sobre sirenas
Un célebre testimonio literario acerca de la aparición de sirenas se
encuentra en La Odisea, atribuida a Homero, que relata,
sabemos, las aventuras de Odiseo/Ulises durante su largo viaje de regreso a
Ítaca, después de la guerra de Troya.
Esos seres fabulosos de cantos dulces atraían a los marinos más
confiados, haciendo que sus naves se despedazaran contra las rocas. El hombre
que oía sus voces se arrojaba al mar, tras ellos, y se olvidaba para siempre de
su patria.
El héroe se protegió de aquel canto enloquecedor haciendo caso a los
consejos y advertencias de Circe: “Haz
pasar de largo a la nave y, derritiendo cera agradable como la miel, unta los
oídos de tus compañeros para que ninguno de ellos las escuche. En cambio, tú,
si quieres oírlas, haz que te amarren de pies y manos, firme junto al mástil
-que sujeten a éste las amarras-, para que escuches complacido la voz de las
dos Sirenas, y si suplicas a tus compañeros o les ordenas que te desaten, que
ellos te sujeten todavía con más cuerdas”.
Piratas de Salgari : “¿Quién,
a pesar de la tempestad,
velaba…?”
Se lee en Sandokán: “En la noche del 20 de
diciembre de 1849 un violentísimo huracán azotaba a Mompracem, isla salvaje de
siniestra fama, guarida de temibles piratas situada en el Mar de la Malasia, a pocos
centenares de kilómetros de las costas occidentales de Borneo. Empujadas por un
viento irresistible, corrían por el cielo negras masas de nubes que de cuando
en cuando dejaban caer furiosos aguaceros, y el bramido de las olas se
confundía con el ensordecedor ruido de los truenos. Ni en las cabañas alineadas
al fondo de la bahía, ni en las fortificaciones que la defendían, ni en los
barcos anclados al otro lado de la escollera, ni en los bosques se distinguía
luz alguna. Sólo en la cima de una roca
elevadísima, cortada a pique sobre el mar, brillaban dos ventanas intensamente iluminadas. ¿Quién, a pesar de la tempestad, velaba
en la isla de los sanguinarios piratas…?”.
Selkirk o el desaliento del marino
Alejandro Selkirk es el nombre
del marino escocés cuyas aventuras en la Isla de Juan Fernández, frente a las costas de
Chile, inspiraron a Defoe para escribir Robinson Crusoe, publicado a comienzos
del siglo XVIII.
Esto fue lo que sucedió: Selkirk formaba parte de la expedición corsaria
del capitán Dampier, constituida por dos naves que en ese momento navegaban por
los mares del sur de América. Como fracasaron en el intento de apoderarse de un
navío español que estaba en camino hacia Buenos Aires, las naves de Dampier se
dirigieron a Juan Fernández y dejaron allí a unos tripulantes; luego navegaron
hacia el puerto peruano de El Callao, en donde tampoco pudieron capturar ningún
barco. Entonces decidieron volver a Juan Fernández para recoger a los
marineros.
La falta de “presas” o naves capturadas generó descontento en la
tripulación. Entre los marinos más desalentados se encontraba Selkirk, quien
prefirió quedarse en la isla Juan Fernández antes que proseguir el viaje.
Apenas tenía un fusil, una Biblia, un hacha, sus ropas, algo de pólvora y
algunos utensilios. A partir de entonces, y por cinco largos años, fue un
hombre solo en una isla desierta.
Diario de naufragio: “Nadé a la ventura…”
En Los viajes
de Gulliver (Viajes a varios lugares remotos del planeta), de Jonathan
Swift: “En la
travesía a las Indias Orientales fuimos arrojados por una violenta tempestad al
noroeste de la tierra de Van Diemen. Según observaciones, nos encontrábamos a
treinta grados, dos minutos de latitud Sur. El 15 de noviembre, que es el
principio del verano en aquellas regiones, el viento era tan fuerte que no
pudimos evitar que nos arrastrase y estrellase. Seis tripulantes, yo entre
ellos, que habíamos lanzado el bote a la mar, maniobramos para apartarnos del
barco y de las rocas. Remamos, según mi cálculo, unas tres leguas, hasta que
nos fue imposible seguir, exhaustos como estábamos ya por el esfuerzo sostenido
mientras estuvimos en el barco. Así que nos entregamos a merced de las olas, y
al cabo de una media hora una violenta ráfaga del Norte volcó la barca. Nadé a
la ventura, empujado por viento y marea…”.
Entre la historia y el mito
Cuando Cristóbal Colón llegó a América, vio en el Mar de las Antillas
unas criaturas que describió con rostros casi humanos y no tan hermosas “como se pintan”. En la actualidad,
historiadores y científicos piensan que el almirante confundió a los manatíes,
animales acuáticos que habitan en aguas caribeñas, con sirenas.
Andando por los mares del mundo, no es difícil descubrir que en
ocasiones las sirenas son manatíes pero, en otras, los manatíes resultan ser
sirenas. Es que los espejismos pueden revelar algunos secretos (a veces –aunque
sólo a veces-, llenos de maravilla).
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