Beatriz Actis
(Contratapa - Rosario 12 - 7/9/2011)
Librerías de viejo en Lisboa
“Oporto
trabaja y Lisboa se divierte”, repite la muchacha portuguesa poniendo en
evidencia una histórica disputa -profunda o superficial, verdadera o impostada,
atinente a la realidad o al mito: resta averiguarlo- entre las dos ciudades. En
verdad, la frase completa es: “Lisboa se divierte, Coimbra canta, Braga reza y Oporto
trabaja”.
…Y
la bella “Porto” contemplada desde el Café Majestic (lugar-estrella de la
ciudad desde la Belle
Époque, sede en etapas diversas de las reuniones sociales de la aristocracia
local y de las tertulias políticas y el debate de ideas) bulle de gente en
movimiento, movimiento que parece reñido con el ocio, tal vez dando razón a la
sentencia.
Aunque
¿cómo
aceptar alguna crítica, alguna ironía sobre Lisboa después de tanto
Pessoa en nuestras vidas, de aquel Pessoa multiplicado en Álvaro de
Campos, Alberto Caeiro, Ricardo Reis, Bernardo Soares, Antonio Mora…?
Del
vínculo entre el poeta y sus heterónimos, que creó esos otros de sí mismo,
saltamos a otra dispersión: la de los distintos lugares urbanos de encuentro
con los libros (bibliotecas, librerías, puestos en las ferias), la tensión de
ese vínculo entre los espacios centrales dedicados a los libros, los
consagrados, y los espacios eclécticos y entrañables de las periferias.
En
Oporto, la gran librería de estilo neogótico está situada en el centro de la
ciudad, cercana a la Torre de los Clérigos, y es Lello e Irmao.
Deslumbra. Las estanterías llegan hasta el techo, la imponente escalera en el
centro es también de madera pero labrada, la luz natural inunda a lectores y a
libros desde un amplio techo de vidrio.
En Lisboa, la Feira da Ladra, en el
Campo de Santa Clara, y también el colorido mercado de libros viejos en la Rua da Anchieta en el barrio
del Chiado, entre las estatuas de Fernando Pessoa, Luis de Camões y Eça de
Queiroz, también deslumbran, pero bajo la luz del día.
Libros en La
Habana Vieja
En
Casa de las Américas, viejos cassettes con lecturas de sus propias obras hechas
por escritores de Latinoamérica (no sólo cubanos como Lezama Lima sino también de
otras nacionalidades como el colombiano García Máquez, el hondureño -
guatemalteco Augusto Monterroso, el salvadoreño Roque Dalton), entre ediciones realizadas
en “la Isla Grande”,
afiches de películas y fotos de la Revolución, perpetúan las voces por tantos admiradas.
Fundada en 1959 por Haydée Santamaría y presidida durante
años por Roberto Fernández Retamar, Casa de las Américas divulga y propicia el
trabajo de creadores e investigadores en distintos campos del arte, aunque con
acento en la literatura.
En
la Plaza de
Armas de La Habana Vieja,
bajo los árboles, volvemos a encontrarnos no ya con las voces sino con la letra
escrita: en los puestos que bordean la plaza conviven la primera edición de
“Paradiso”, de Lezama, y los “Cuentos Completos” de Virgilio Piñera
Los
vendedores pregonan, como es usual en los mercados, pero aquí pregonan sobre
ediciones especiales: “¡Las obras escogidas de Martí, en tres tomos, del Centro
de Estudios Martianos!”. Si ven que uno lleva en la mano los cuentos de Piñera recién
comprados en un puesto vecino, el pregón cambia a: “¡Aquí tenemos el teatro
completo de Piñera!”.
Y
siguen las promulgaciones literarias en voz alta, que rebotan, se multiplican o
se pierden entre el gentío que recorre la plaza.
Cerca del Sena
En
la capital de Francia es hoy una rutina turística visitar Shakespeare and
Company, casi a un costado de Notre Dame, cerca de la plaza de Saint Michel, sobre
la orilla izquierda del Sena.
(Sin
embargo, es sobre el Boulevard Saint Michel, próximo a la mítica librería, en
donde puede revolverse entre libros usados y con precios de saldo, dispuestos
sobre mesas colocadas en las veredas, en busca de joyas literarias perdidas o,
al menos, de alguna oferta en euros atractiva para el lector)
La Shakespeare and
Company original, mencionada por
Hemingway en “París era una fiesta”, estaba ubicada en otro sitio, sobre la
calle Odeón, y su famosa dueña, Sylvia Beach -editora y librera estadounidense
expatriada- recibía allí durante las primeras décadas del siglo XX, entre la Primera y la Segunda
Guerra Mundial, a los escritores de la Generación Perdida, a otros autores de origen anglosajón y a
intelectuales franceses de la época.
El
lugar funcionaba en la práctica como un centro de literatura de lengua inglesa
en pleno París. Beach fue la primera en publicar el “Ulyses” de Joyce, en 1922,
antes que en Inglaterra y en Estados Unidos.
Según
lo testimonian diversas publicaciones, la librería se negó a vender, en los 40,
un libro de Joyce a un oficial alemán en plena ocupación y como consecuencia,
su dueña fue arrestada durante seis
meses y el negocio cerró.
Una
década después, reabrió otra librería con ese nombre, esta vez bajo la
dirección del también norteamericano George Whitman; es la que hoy aún se
encuentra abierta al público en París, al lado del río que atraviesa la ciudad (su
dueño murió en el 2011, casi centenario). Fue frecuentada en los años 50 e
inicios de los 60 por la Generación Beat.
Esencialmente
un anfitrión, Whitman convirtió a la
librería en una suerte de hospedaje gratuito no sólo para escritores sino para todo
aquel nómada dispuesto a recibir alojamiento a cambio de algunas horas de
trabajo en la librería, atendiendo al público.
Se
dice que a cambio, también, los huéspedes se comprometían a leer.
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