O: La suerte está echada
Tengo tres amigas
tortugas: La Niña, La Pinta y la Santa María. Son pequeñas pero andariegas. Aún
más: son casi más curiosas que yo… ¡Y eso que también soy viajera!
Las tortugas —lo
dicen las enciclopedias— pueden tener distintos hábitat, es decir, vivir en
espacios
diferentes, por ejemplo: La Niña es marina; La
Pinta, de agua dulce, y la Santa María, de tierra.
Cuando estamos
juntas, además de leer enciclopedias, escuchamos canciones como la de la
tortuga Manuelita que cruzó el mar para
conocer París.
—¡Como yo, cuando sea grande! —dice La Niña.
A las tres les
divierten las historias antiguas que explican cómo se pensaba entonces que era
la Tierra. Vemos los viejísimos dibujos de un planeta plano, sujeto por cuatro pilares que descansan sobre cuatro elefantes,
apoyados a su vez en una tortuga gigante que nada y, así, sostiene el mundo.
—¡Como yo, cuando crezca! —dice La Pinta.
También leemos
fábulas, como la de la liebre y la tortuga, en la que corren una carrera y,
contra todos los pronósticos, gana la tortuga.
—¡Como yo, cuando llegue a ser mayor! —dice la Santa María.
Nuestra convivencia
es feliz, aunque hay un problema. Yo
ando de acá para allá, del norte hacia el sur,
y vivo en donde hago mi nido, a veces en campo abierto y otras, sobre
los cables de la ciudad, según me encuentren las estaciones del año. Y el aire
no es, para nada, un buen hábitat para las tortugas. Por eso (y porque ellas
sueñan con recorrer caminos, con explorar regiones), La Niña partió esta
madrugada en busca del mar, La Pinta salió al mediodía para hallar un río, y La
Santa María se fue este atardecer a buscar otra tierra.
Le hice a cada una un
atadito con comida que recolecté durante las escalas de mis vuelos: algas y
coral para La Niña, caracoles y plantas acuáticas para La Pinta, algunos
vegetales para la Santa María. Y un mapa con indicaciones para llegar sin
contratiempos.
Ser golondrina y no
vivir mucho tiempo en el mismo lugar tiene sus ventajas: tengo muchos amigos;
conozco sitios distintos, desde Alaska hasta Tierra del Fuego; veo el grandioso
mundo desde la altura, según lo indique mi rumbo, y nunca me desoriento; ayudo
a las tortugas a llegar al mar, al río, a la tierra, y, cuando la suerte está
echada, las contemplo marchar en busca de su destino.
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