Esquinas
Stella Zampa
Lo llaman Chiquita Bacana pero es un hombre. Tiene la cabeza grande, el cuerpo corto y los pies desmedidos. Nunca supe a qué se debe el sobrenombre. Es epiléptico y por eso alguien le consiguió hace años una pensión graciable. Desde entonces se para en la esquina de los negocios desde que abren hasta que cierran. Estuvo años en la esquina del almacén de mi padre, lloraba cuando cerraban por vacaciones y, desesperado, buscaba otra esquina y otro negocio. Cuando se abrió el único supermercado del pueblo, allí fue a instalarse todo el día. Ya está anciano pero uno puede verlo aún en ese lugar, paradito, saludando. El día que murió mi madre se me acercó llorando a decirme que también era su madre (aunque casi tenía su edad). Muy de vez en cuando viajo al pueblo y lo veo allí paradito, no resisto y le grito: “¡Chau, Chiquita!”. Él levanta la mano y amplía su sonrisa permanente.
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