El dragón triste
Gonzalo Suárez
Un dragón estaba triste porque nadie creía en él. Cuando echaba bocanadas de fuego, los humanos aprovechaban para encender sus cigarrillos. Y cuando raptaba doncellas, nadie se molestaba en salvarlas. Tenía su guarida llena de doncellas y no sabía qué hacer con ellas.
Un buen día, el dragón triste se encontró con una cabra montesa que se acababa de divorciar de su macho cabrío, y le preguntó qué clase de animal era él. El dragón no se atrevió a decirle la verdad y le contó que era hijo de una lagartija y un pez volador.
-No te creo -le dijo la cabra montesa-. Los peces no vuelan.
En ese momento, pasó una gaviota llevando en su pico un pez recién atrapado que coleaba.
-¡Gran prodigio! -exclamó la cabra-. Pero, ¿cómo puede alguien que vive en el cielo tener un hijo con una miserable lagartija que vive en la tierra?
En ese momento, el pez coleante se desprendió del pico de la gaviota y fue a caer sobre una lagartija que tomaba el sol despistada. De las escamas plateadas del pez coleante se desprendieron destellos que cegaron por un instante a la doblemente deslumbrada cabra montesa. Cuando consiguió restablecer la visión, la gaviota había recuperado su presa, desapareciendo con ella más allá del horizonte, y la magullada lagartija, que había perdido la cola en el lance, había conseguido escabullirse, yéndose a ocultar en la ranura de una roca. Al ver retorcerse la fracción de la cola de lagartija, la cabra dedujo lógicamente que se trataba de una cría de dragón.
-¡Gran prodigio! -volvió a exclamar.
Y se enamoró perdidamente del solitario desconocido que el destino había puesto en su camino de cabra descarriada. Así, en suntuosa guarida, la cabra y el dragón vivieron felices, servidos por las más de mil doncellas secuestradas.
domingo, 14 de febrero de 2010
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