sábado, 7 de abril de 2018

Viejas apostillas


Rosario. Noviembre
 Cuando la mañana es venturosa, como hoy, es decir, cuando el clima se ha vuelto agradable, desayuno en la vereda del Trota, en la primera mesa sobre calle San Martín, la que mira hacia el río. A lado pasan los autos; los que doblan por Urquiza casi me rozan y así recuerdan que esto es el centro. Sin embargo, al levantar la vista, dos cuadras más adelante, por el declive de la calle se observa el Paraná, como en esa zamba que dice "busco al fondo de la calle un cerro" (es "La nostalgiosa", de Dávalos y Falú), aunque al revés, en verdad, porque allí el poeta no encuentra el cerro y acá sí, acá en el fondo de la calle hay un río. No es raro que cada tanto, incluso, pase un barco y en el asfalto se prolongue la ilusión de autos que marchan enfrentándose con mástiles de grandes buques extranjeros que van o vienen de Puerto San Martín (supongo) o velas blancas de embarcaciones más pequeñas. Es en esta zona en que se produce esa extraña convivencia de río y ciudad en un par de cuadras, y este bar, en su esquina, posee la visión privilegiada, y esta mesita de lata es un observatorio, un Finisterre enclenque al que a veces tengo que ponerle varias servilletas dobladas para que no se mueva y se derrame el café.

Diciembre
  Hoy me tocó un taxista poético: me mostró, entusiasmado, el arco iris y también hizo un recuento de los últimos que habían aparecido, incluso uno doble, después de las lluvias. Me contorsioné en el asiento trasero del taxi para verlo, grácil y tal vez escurridizo entre la copa de los árboles.

Enero
 En la pared lateral de uno de los edificios de la vereda de enfrente alguien proyectó un video de Madonna en blanco y negro. Se veía perfecto a la altura de mi piso diez, parecía Times Square. Exagero, claro. Me asomé al balcón tratando de averiguar desde qué departamento lo estaban proyectando; desde algún que otro balcón alguna gente se asomaba también. Fue una situación extraña: el paisaje nocturno del barrio en las alturas cambió, y fue para bien, diría. Ahora el proyector se apagó y quedó como un vacío (y eso que Madonna no me gusta demasiado)


Febrero
 Es tranquilizadora la familiaridad del cine del barrio, mezclada con la cosa de género o con las películas con personajes reconocibles, icónicos es como volver a la infancia, cuando le decís al que vende las entradas, por ejemplo: "Una para la de James Bond", y entrás.


Marzo
 En el final de la versión cinematográfica de "Suite francesa" puede verse la pequeña letra de Irene Némirovsky en sus cuadernos: las anotaciones, los agregados, las tachaduras. Y uno se levanta de la butaca conmovido, acongojado, después de haber espiado el proceso de aquella intimidad.



Abril
   Al volver de un viaje, despliego el mapa del lugar que compré previamente en alguna librería, como buen turista de antaño (no me guío por mapas virtuales) y reviso no solo los lugares a los que fui –lo que sería bastante lógico- sino aquellos a los que no fui. No viajo con el mapa, lo guardo prolijamente doblado, intacto, para el regreso. Me gusta la idea de casi haber estado, incluso más que la de haber estado. 


No hay comentarios:

Publicar un comentario