Rosario. Noviembre
Cuando la
mañana es venturosa, como hoy, es decir, cuando el clima se ha vuelto
agradable, desayuno en la vereda del Trota, en la primera mesa sobre calle San
Martín, la que mira hacia el río. A lado pasan los autos; los que doblan por
Urquiza casi me rozan y así recuerdan que esto es el centro. Sin embargo, al
levantar la vista, dos cuadras más adelante, por el declive de la calle se
observa el Paraná, como en esa zamba que dice "busco al fondo de la calle
un cerro" (es "La nostalgiosa", de Dávalos y Falú), aunque al
revés, en verdad, porque allí el poeta no encuentra el cerro y acá sí, acá en
el fondo de la calle hay un río. No es raro que cada tanto, incluso, pase un
barco y en el asfalto se prolongue la ilusión de autos que marchan enfrentándose
con mástiles de grandes buques extranjeros que van o vienen de Puerto San
Martín (supongo) o velas blancas de embarcaciones más pequeñas. Es en esta zona
en que se produce esa extraña convivencia de río y ciudad en un par de cuadras,
y este bar, en su esquina, posee la visión privilegiada, y esta mesita de lata
es un observatorio, un Finisterre enclenque al que a veces tengo que ponerle
varias servilletas dobladas para que no se mueva y se derrame el café.
Diciembre
Hoy me tocó un taxista poético: me mostró,
entusiasmado, el arco iris y también hizo un recuento de los últimos que habían
aparecido, incluso uno doble, después de las lluvias. Me contorsioné en el
asiento trasero del taxi para verlo, grácil y tal vez escurridizo entre la copa
de los árboles.
Enero
En la pared
lateral de uno de los edificios de la vereda de enfrente alguien proyectó un
video de Madonna en blanco y negro. Se veía perfecto a la altura de mi piso
diez, parecía Times Square. Exagero, claro. Me asomé al balcón tratando de
averiguar desde qué departamento lo estaban proyectando; desde algún que otro
balcón alguna gente se asomaba también. Fue una situación extraña: el paisaje
nocturno del barrio en las alturas cambió, y fue para bien, diría. Ahora el
proyector se apagó y quedó como un vacío (y eso que Madonna no me gusta
demasiado)
Febrero
Es tranquilizadora la familiaridad del cine del barrio, mezclada con la cosa de género o con las películas con personajes reconocibles, icónicos —es como volver a la infancia—, cuando le decís al que vende las entradas, por ejemplo: "Una para la de James Bond", y entrás.
Marzo
En el
final de la versión cinematográfica de "Suite francesa" puede verse
la pequeña letra de Irene Némirovsky en sus cuadernos: las anotaciones, los
agregados, las tachaduras. Y uno se levanta de la butaca conmovido, acongojado,
después de haber espiado el proceso de aquella intimidad.
Abril
Al volver
de un viaje, despliego el mapa del lugar que compré previamente en alguna
librería, como buen turista de antaño (no me guío por mapas virtuales) y reviso
no solo los lugares a los que fui –lo que sería bastante lógico- sino aquellos
a los que no fui. No viajo con el mapa, lo guardo prolijamente doblado,
intacto, para el regreso. Me gusta la idea de casi haber estado, incluso más
que la de haber estado.
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