Me interesó, en “La oveja imaginaria” (Abran Cancha Ediciones, 2014),
escribir sobre un proceso, en este caso “el viaje de la noche al día” —ése es
el subtítulo del libro— y no sólo remitirme a imágenes, momentos o sensaciones aisladas,
a pesar de que ese proceso está formado, claro, por una suma de imágenes,
sensaciones y momentos peculiares. El tránsito nocturno hasta recuperar el
momento de la vigilia conlleva entonces un sentido narrativo.
Quise trabajar dos planos: el de los sueños de
los chicos y, de modo paralelo, el de la vida secreta de los noctámbulos. Pero
ambos planos se relacionan porque los noctámbulos no son otros que los animales
fantásticos que de día viven en la imaginación de los chicos y de noche, mientras
los chicos duermen, se corporizan y se adueñan del espacio: el cuarto, la casa.
La voz que más se escucha entre los animales
es la de la oveja imaginaria, que es el nexo entre el insomnio, la duermevela y
el sueño, ya que es la oveja que salta la cerca cuando los chicos cierran los
ojos pero no pueden dormir.
Los sueños que se relatan son historias
absurdas que tienen que ver con el mundo diurno: desde los deseos hasta los
temores. También los sueños están estructurados como narración porque tal vez
lo secuencial permita exponer de manera un poco más diáfana ese mundo secreto,
no consciente.
A pesar de tratarse de poesía narrativa, es
básicamente poesía, la forma que más se acerca a esos mundos que habitan bajo
la superficie.
Beatriz
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