Tanto si es la primera vez que vas al Sahara como si es la décima, lo primero que percibes de inmediato es el silencio.
Si estás fuera de una población, un silencio increíble, absoluto, y si no, incluso en lugares bulliciosos como un mercado, algo callado en el aire.
Parece que el silencio fuese una fuerza consciente que, molesta por la intrusión del sonido, lo redujera al mínimo y lo dispersara en seguida.
Luego está el cielo, comparado con el cual todos los demás cielos parecen intentos fallidos. Rotundo y luminoso, es siempre el punto focal del paisaje.
En el ocaso, la sombra precisa y curva de la tierra penetra en él y se eleva rápida del horizonte cortándolo en la mitad luminosa y la oscura.
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