domingo, 2 de diciembre de 2012
Sobre Faulkner y Hemingway
Por Gabriel García Márquez: No sé quién dijo que los novelistas leemos las novelas de los otros sólo
para averiguar cómo están escritas. Creo que es cierto. No nos
conformamos con los secretos expuestos en el frente de la página sino
que la volteamos al revés, para descifrar las costuras. De algún modo
imposible de explicar desarmamos el libro en sus piezas esenciales y lo
volvemos a armar cuando ya conocemos los misterios de su relojería
personal. Esa tentativa es descorazonadora en los libros de Faulkner,
porque éste no parecía tener un sistema orgánico para escribir sino que
andaba a ciegas por su universo bíblico como un tropel de cabras sueltas
en una cristalería. Cuando se logra desmontar una página suya, uno
tiene la impresión de que le sobran resortes y tornillos y que será
imposible devolverla otra vez a su estado original. Hemingway, en
cambio, con menos inspiración, con menos pasión y menos locura, pero con
un rigor lúcido, dejaba sus tornillos a la vista por el lado de fuera,
como en los vagones de ferrocarril. Tal vez por eso Faulkner es un
escritor que tuvo mucho que ver con mi alma, pero Hemingway es el que
más ha tenido que ver con mi oficio.
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