Una mujer que baja por la costa del Pacífico y
otra que navega río arriba, delinean en una suerte de embriaguez, de
embotamiento, una geografía y un tiempo por los que circulan (sueño, utopía o
pesadilla) acontecimientos sociales de las últimas décadas en Latinoamérica. La
búsqueda de un territorio que ya está en el mito y el viaje tras las huellas de
un padre, de un pueblo y de una historia son el hilo que conduce al lector de Los poetas nocturnos, novela premiada en el concurso del Fondo Nacional de las Artes 2011. En la costa del Alto Paraná, río
vertebral de nuestra literatura, una mujer viaja y en el viaje recuerda otros
viajes y otros hombres, además de ése que es todos los hombres. El viejo poeta,
el fotógrafo, el militante, el exiliado, el que conoció al fundador, el que
vivió en el monte chaqueño, el maestro, el anciano que tiene la edad de su
padre, el músico, el imperturbable, son sucedáneos de aquél cuyas huellas se
buscan, y lo que ha ocupado nuestras vidas durante décadas está en el presente
o en el pasado de la que busca una genealogía, de la que recuerda el amor y
también la falta de amor, el abandono. El
pueblo/destino se llama Bleckman y es el lugar de los falsos nombres, de la
engañosa identidad, de la doble vida y la simulación. Lo demás es un hombre, unos hombres, y sus
mujeres solas pariendo bastardía, generación tras generación. Construir
la propia historia, parece decirnos Beatriz
Actis, implica reconstruir a un padre, a un pueblo, referencias de tierra firme que conviertan en
puerto las zonas oscuras del pasado.
Así, en la obligada vigilia de la escritura, la memoria de una mujer
revive lo que hubo y lo que faltó. Pero para eso antes es necesario salir de viaje. ¿Patria es el lugar en que se entierra a los
padres? Entonces esta novela, este viaje, es también la búsqueda
conmovedora de una patria.
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