miércoles, 6 de junio de 2012
Bradbury
¿Por qué nadie me dijo que se podía llorar en la ducha?
Qué buen sitio para llorar,
qué sitio singular para abandonarse
y saber que nadie oye...
Soltar lágrimas que, con la lluvia,
no horrorizan a nadie salvo a ti, que allí estás
con tu tristeza a cuestas, debidamente aliviado,
la cabeza y la cara masajeadas por tormentas de primavera
o, si lo piensas, por lluvias de otoño.
Te vacías del todo y después pasas a la alegría;
pero antes tiene que llegar la tristeza.
Las ansias de melancolía deben entonces encontrar un sitio
y quedarse en los rincones y conocer la pena;
te puede motivar la última hoja del árbol
o la manera en que el viento, con los gatos,
merodea por la hierba del jardín,
o un chico que pasa en bicicleta
vendiendo a gritos el fin del verano,
o un juguete dejado como una duda en la acera,
o la sonrisa de una chica que, sin saberlo, te rompe el corazón,
o aquél frío momento en el que cada sitio y parte y habitación
de tu casa queda vacío, en silencio,
pues tus hijos se han ido y sus cálidas habitaciones están heladas,
las camas como hornos de verano sin levadura, chatas,
esperando la visita de los gatos a un fantasma casi olvidado
en el largo otoño.
Entonces, sin ningún motivo
los viejos océanos suben
los ojos se te llenan de sal;
algo desconocido muere y hay que llorarlo.
Entonces estar bajo la ducha al mediodía o a la noche
es aconsejable y adecuado y bueno...
lo que antes no se entendía ahora es claro,
el país interior está maravillosamente alimentado por lágrimas:
las lágrimas que cosechaste
quedan ahora segadas y acomodadas,
los juegos del amor que jugabas, envueltos en una cinta y archivados,
toda una vida guardada con llave en la sangre queda en libertad.
Deja entonces que brote, salga,
que caiga de tus ojos con las dulces lluvias.
Pero ahora, buen chico, fuerte caballero, ¡cuidado!;
esto no es cosa de mujeres perdidas, solas;
la necesidad es tan tuya como de ellas.
Te conviene aprovechar la sabiduría de las mujeres.
Acepta la tristeza y suelta las preocupaciones.
Dios mío, ¡pruébalo una vez!
No aprender a llorar, tonto perdido,
es aprender a morir.
Quédate ahí llorando de la medianoche a la mañana
y después, liberada tu reprimida sabiduría,
como un niño a la hora de los juegos, salta y grita:
¡Ay, maldita sea, muchachas, ¿así que eso es todo?!
¡Dulces viudas sabias, pueden irse al infierno!
¿Por qué?
¿Por qué, por qué, Dios mío, por qué,
por qué nadie me dijo que se podía llorar en la ducha?
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Bradbury y la ducha, lo mejor o más apropiado para soltar la penas...
ResponderEliminarsí, la excusa perfecta para llorar debajo del agua que cae
ResponderEliminarAlivia, relaja, te salva cuando no querés que nadie sepa qué te está pasando, cuando no querés contar a nadie tu desesperanza...
ResponderEliminarescribir, a veces, sería algo parecido a llorar bajo la ducha
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