No serán muertos los pasos del amor; vacío
vino al mundo, tibio aún
por el viento que lo aposentaba
tan deliciosamente.
Y la tibieza fue
frío y el agua piedra
y las sombras cuchillos y el grito, la primera vez.
Lloró como nunca –no fueron
los muertos los pasos del amor-, pudo hablar
y mentir y deslizar su vida y su alegría
hasta quedar harto de leche y sueños, y olvidar
y empezar a morir como todos:
un día cualquiera termina
el año, el sol termina
y comienza todo donde una mano empieza.
Su mano, su calor
llegado desde el vientre
hacia mí; inspirado por otro calor,
para levantar ahora los pasos del amor,
para impedir que mueran.
Por eso, aquélla o ésta, principio
o fin, madre o amante; ella
estará donde mis ojos vayan.
miércoles, 21 de julio de 2010
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